Hermosillo, Sonora.-

Muchas Claudias han pasado por mi vida y no hablaré de ellas porque luego viene el búmeran y a la torre mi cabeza. Es broma. Pero dos Claudias sí hay en mi memoria política que no me garantizan ni un estado más próspero ni un país más justo y blablablá, como desde el domingo han vociferado los más fieles adláteres de una, que irónicamente son también los más férreos críticos de la otra. Por su, toda crítica termina cuando les recuerdas que el papá de los pollitos perdonó a la mala con tal de salvar a la nación. Es la política, me dicen. No se vale, contestaría con vehemencia, pero mejor asiento.

Claro está, me refiero a doña C. Pavlovich y a doña C. Sheinbaum, en estrictísimo orden cronológico: la primera, gobernadora de esta desnaranjada entidad del año 2015 al 2021; la segunda, gobernadora de la Ciudad de México de 2018 a 2023, y desde antier presidenta electa de todos los mexicanos para el período 2024-2030.

Mucho jaleo también hay porque «la Claudia» (les encanta igualarse) será la primer mujer que encabezará la presidencia imperial (EK dixit). A esa parvada de triunfalistas muchos sonorenses les podemos argüir que ser la primer mujer en dirigir un poder ejecutivo no es garantía de virtud alguna. Que ojalá lo fuera, ni duda cabe, porque mis congéneres han hecho y deshecho a su antojo gobernando el mundo en los siglos o milenios recientes. Pero de ahí en más nada hay, y si no pregúntele al chairo sonorense que llevan dentro.

Este periódico israelita destaca que Sheinbaum Pardo no sólo es «la primera presidenta» en México sino también «la primera presidenta judía».

Viene a mi recuerdo una fresca mañana en Plaza Hidalgo, con sus mezquites y sus cafeterías. Departíamos ahí cuatro colegas —dos parados y dos sentados, formando un círculo imperfecto—, cuando el más anciano de todos lanza a rajatabla: ¿votaron ayer?, en referencia al plebiscito para revocar a los o las futuras presidentas de este bananero país. Uno dijo que sí, otro dijo que no. Pero la sorpresa la dio el que puso el tema: 

— Yo no voté.

— ¡¿Pero cómo?! 

— Siempre voté por Andrés pero no esta vez, porque eso de no sólo librarla del bote sino regalarle un consulado en las Europas (sic) a esa jija de su tal por cual, para mí no tiene nombre.

Recuerdo el sepulcral silencio que siguió a la confesión.

— No seas así, dale una oportunidad, sugirió el más chairo del concilio

— ¡Le doy m…!, respondió con vulgaridad el Víctor Astiazarán.

Para mí, la escena supuso una poderosa evidencia de que hasta el más fiel seguidor de una causa tiene sus límites, incluida la obradorista. Y vale traerla a cuenta este martes cuatro de junio de 2024, cuando todavía redoblan las campanas porque estamos a seis años de convertirnos en el país menos desigual del mundo, el más seguro y el más feliz… Bueno, esto último lo somos desde hace mucho, no sé si desde aquellos días que vivíamos lo que el odiado Vargas Llosa definió magistralmente como la dictadura perfecta, o el amado Perico Gámez de Huatabampo como la dictablanda… Como sea, ojalá nos vaya mejor 🙂

Por Benjamín Alonso Rascón

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Sobre el autor

Premio Nacional de Periodismo 2007. Director de Crónica Sonora. Escríbele a cronicasonora@gmail.com

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