Que la Constitución pa’llá, que la Constitución pa’cá… Pero, ¿quiénes fueron sus hacedores?
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Este mes de febrero se conmemora el centenario de nuestra Carta Magna. ¡Viva el puente!… Digo… ¡Viva la Constitución!… Los miles de compatriotas que se sacrificaron en la Revolución Mexicana no lo hicieron para que tuviéramos un día sin trabajo o sin clases. Lo hicieron por sus ideales, muchos de los cuales, quedaron plasmados en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Fue aprobada por el Congreso Constituyente de 1916-1917, el cual sesionó en Querétaro durante tres meses y al final le dio al país, y al mundo, una de las constituciones más avanzadas en materia social. Y aunque al presidente Venustiano Carranza le desagradó la versión final de algunos artículos, no negó su firma y el 5 de febrero de 1917 promulgó la constitución que actualmente nos rige.
La mayoría de las personas desconocen quién es el diputado que los representa en el Congreso, muchos menos van a saber quiénes fueron los sonorenses que participaron en la redacción de la Constitución. Por ello, para conmemorar este centenario, en Crónica Sonora les compartimos esta semblanza de los sonorenses constituyentes.Para aquellos que no lo saben, sépanlo: los cuatro diputados que representaron a Sonora en el Congreso Constituyente eran hombres de carácter fuerte, con una trayectoria digna de un aventurero, explorador o cuatrero. Una vida digna de un revolucionario. A diferencia de lo que pasa en nuestros días, en aquellos años (1916), el cargo de diputado se lo ganaban con sangre, sudor y lágrimas. Literal. Juan de Dios Bojórquez, Ramón Ross, Flavio A. Bórquez y Luis G. Monzón, eran diputados muy distintos a los de hoy.
Salvo el caso de Ramón Ross, estos diputados provenían de los estratos más pobres y nada se les dio en bandeja de plata: Juan de Dios Bojórquez era un huérfano de San Miguel de Horcasitas; Luis G. Monzón era potosino, maestro normalista y llegó a Sonora escapando de las autoridades de Chihuahua, entidad en la que lo persiguieron por sus ideas radicales; y a pesar de que Flavio A. Bórquez estaba emparentado con un hacendado, tuvo que dejar su tierra natal, El Quiriego, para hacerla de policía en un centro minero de Chihuahua. Ramón Ross fue el único que tuvo la fortuna de nacer en una familia de agricultores, que si bien no eran acaudalados, tampoco estaban en la pobreza.
Ninguno era militar de formación: Bojórquez era ingeniero agrónomo, Ross agricultor, Bórquez comerciante/policía/bodeguero y Monzón maestro. Pero tanto Bórquez como Monzón empuñaron las armas. El primero se sumó a una expedición que viajó a Chihuahua para combatir a la rebelión de Pascual Orozco. El segundo, juntó un puñado de hombres y atacó una guarnición militar en Álamos cuando fue asesinado el presidente Francisco I. Madero. Los dos también vivieron prisión, Bórquez por participar en la campaña presidencial de Madero y el profesor Monzón por el ataque mencionado. Y aunque Juan de Dios Bojórquez nunca vio acción militar, no le temía a la guerra. Así lo confirmó cuando pactó el apoyo militar a unos líderes centroamericanos, quienes planeaban unir a todos los países de Centro América (proyecto que nunca se realizó).
Tanto Ross como Monzón eran conocidos aficionados a la bebida (nada raro en Sonora). Cuentan que el profesor Monzón gustaba de beber bacanora, para después hacer gracias con armas punzo cortantes, pues era aficionado a las navajas y siempre las llevaba consigo (extraña costumbre para el que fue fundador y primer director de la Escuela Normal de Sonora). Y de Ramón Ross, se cuenta que en una ocasión su embriaguez -atizada por su orgullo nacional-, lo llevó a retar a golpes a unos diplomáticos estadounidenses cuando aquellos hicieron comentarios denigrantes sobre México (esto en la década de 1920, no en la actual administración de Trump).
Los cuatro fueron elegidos para representar a Sonora en el Congreso Constituyente. Ahí, todos fueron identificados como parte del grupo radical del congreso, también llamados “jacobinos”, pues sus ideas en torno a la tierra, educación y trabajo, asustaron a los diputados más moderados, también conocidos como “conservadores”.
Juan de Dios Bojórquez fue el que más tomó la palabra. Habló de toda clase de temas, pero dio especial atención a la cuestión de la tierra y dijo:
En los tiempos de la dictadura, los grandes propietarios eran no sólo dueños de la tierra, sino también eran los dueños de los hombres… por eso la Revolución Constitucionalista trae inscrita en su bandera esta divisa: tierra para todos.
Ramón Ross sólo tomó la palabra para decir “presente” mientras pasaban lista, pues su papel ahí no era dar buenos discursos, sino ser los ojos y oídos del general Álvaro Obregón. Por su parte, Flavio A. Bórquez sometió iniciativas en materia fiscal y este fue el tema que abordó cuando intervino en los debates.
Por último están las intervenciones de Luis G. Monzón, quien para responder la pregunta del por qué fue elegido diputado por Sonora dijo:
Porque en Sonora se dice que soy el revolucionario más salvaje e intransigente en lo que se refiere a convicciones radicales.
Monzón tomó la palabra en repetidas ocasiones, haciéndose uno de los diputados más recordados del Constituyente. Entre otras, las intervenciones de este normalista fueron para abogar por la educación racional, la ley seca (aunque como dijimos tenía fama de que le gustaba el bacanora) y los derechos de los trabajadores.
Por fascinantes que parezcan estos personajes y sus vidas, este texto no es un llamado a nuestros diputados de la actualidad para que imiten a los constituyentes, pues eso de ser director de escuelas y llevar navajas (como lo hacía Monzón), no es muy prudente. Tampoco arreglar a golpes nuestras diferencias con los funcionarios estadounidenses (como pretendió hacerlo Ramón Ross y como seguro muchos quieren hacerlo con Donald Trump).
Pero si hay algo que nuestros actuales diputados, y todos los ciudadanos en general, deben de admirar y aprender de los constituyentes: el compromiso con la causa. Al entrar a la política, Bojórquez, Ross, Bórquez y Monzón se aseguraron una mejor vida. Pero no cabe duda de que antepusieron la causa a sus beneficios personales. Si su móvil hubiera sido el dinero, Monzón no hubiera dejado su curul de senador para viajar a Rusia en 1918, y al regresar a México hubiera buscado un cargo de gobierno, pero no fue así, continuó como periodista y maestro (nunca dejó las aulas). Lo mismo Bórquez, quien dejó su curul de diputado local en 1912 para enrolarse en el cuerpo armado que acudió a Chihuahua y combatió a la rebelión de Pascual Orozco, arriesgando la vida en lugar de pasarla cómodamente en su escritorio de diputado.
Para estos diputados, ser congresista no era un privilegio, sino un sacrificio, y por “sacrificio”, entendían algo muy distinto a lo que hoy entendemos. En aquellos años, simplemente bastaba que un diputado se manifestara a favor de un bando de la Revolución para estar en la mira de otro, y con ello poner su vida en riesgo. Para los sonorenses constituyentes, ser diputado no sólo implicaba sacrificar tiempo y esfuerzo, también significaba jugarse la vida. Tuvieron más de una partida para jugársela y en más de una ocasión se la jugaron.
Por Mirinda GD
Excelente artículo