Entre los miembros de nuestras familias, existe uno que goza la vida y obtiene cuidados, atención y respeto de manera gratuita e incondicional: la mascota. Ya sea perro, gato, conejo o lo que sea, el animal doméstico a lo largo de los siglos, ha establecido un nexo emocional con su propietario. Este vínculo le da derechos en la vida del dueño. Y también en su corazón.
Por eso, cuando el público asiste a una función de cine interpretada por un can, siempre aparece la angustia por anticipar escenas donde el adorable protagonista puede sufrir, o incluso, perder la vida. Sobre todo cuando los más pequeños nos acompañan.
La muerte, incluso de una mascota, es un duelo y un misterio insondable.
Y si alguien parece saberlo bien es Lasse Hallström, director sueco en cuyo pedigrí se encuentra Hachiko: siempre a tu lado (2009), basada en la historia real del perro oriundo del Japón, que esperó el regreso de su dueño en la estación del tren todos los días de su vida, sin saber que su amo había fallecido.
Ahora Hallström regresa con La razón de estar contigo (2016), una cinta que, desde el punto de vista del chucho, relata su vida mientras que se pregunta, como lo hace Snoopy: ¿cuál es el significado de la existencia?
Todo empieza en 1961. Rescatado por el niño Ethan (Bryce Gheisar), Bailey – un Golden Retriver – se convierte en mascota de la familia. El perro permanece para ver a Ethan (ahora interpretado por A.K. Apa) convertido en un adolescente que enfrenta, tanto el alcoholismo de su padre, como el perfume del primer romance con Hannah (Britt Robertson), en un espacio de 14 años: Bailey tiene que partir.
Esto no es una gran revelación. Todos sabemos que los dogos solo sobreviven alrededor de 15 años, bien vividos. Esta circunstancia es aprovechada por Hallström para desahogar la mayor carga sentimental de su argumento desde el primer acto.
Después de todo ya sabemos que Todos los perros van al cielo (Don Bluth, 1989).
Y ese es el problema. A partir de ese momento La razón de estar contigo no logra alcanzar otro climax como el de su primera mitad.
El espíritu del perro regresa. Una y otra vez. Y si bien es cierto que esto le sirve a la estrella para cuestionar el sentido de la vida y la muerte, sus reencarnaciones dan la respuesta al canino, sin que este logre entenderlo.
Como un Pastor Alemán hembra, al trabajar junto al policía Carlos (John Ortiz), consigue derribar la barrera emocional que el dueño había construido a su alrededor; después, al ser adoptado como un Corgi por la estudiante Maya (Kirby Howell-Baptiste), hará todo lo posible por acercar a la ama al amor y, luego, como un Pastor Australiano, se verá obligado a huir de su nuevo hogar- aquí La razón de esta contigo envía un mensaje demoledor: los pobres maltratan a los animales- hasta llegar de nuevo a la vida de Ethan, ahora ya adulto (Dennis Quaid).
La premisa ahora es diferente. ¿Qué será necesario hacer para que el humano entienda que este nuevo can, en realidad es Bailey? ¿Es este el significado de la vida?
El arco del tiempo que la cinta traza, de 1961 a la actualidad, es un salto nostálgico que celebra una vida ideal, para perros y humanos. Los escenarios en los barrios de la infancia, en la granja del abuelo, en la feria del pueblo y en la mesa familiar a lo Norman Rockwell permanecen ajenos a Vietnam, el SIDA y la era del terrorismo.
La explicación es diáfana y sencilla: no debemos olvidar que todo esto es relatado desde la perspectiva del animal. Y como en los experimentos de Pavlov, ya sabemos lo que va a ocurrir. Perro viejo, no aprende truco nuevo.
“What’s the meaning of life? Are we here for a reason? Is there a point to any of this?”, se cuestiona Bailey (en la voz de Josh Gad). El canito llega entonces a una conclusion post moderna: “Live the moment”.
Ante la promesa fallida del futuro, ante la caída de los valores y las cosas en las que antes creíamos, el presentismo, esa broma que nos convierte en niños, es la conclusión de Bailey. Y de sus dueños. Y del autor del guión. Y del autor de la novela. Y de los productores todos.
Vivir el momento. Abolir el futuro. La inmediatez. El placer fácil. El instinto por delante. No hay errores, no hay aprendizaje, no hay remordimientos. Todo se perdona. Nada es para siempre.
Una vida de perros.
Por Horacio Vidal