Hermosillo, Sonora.-
El cineclub La Chora es extraordinario. Un grupo de amantes del cine – ¿podría ser de otra manera? – convocan a un encuentro itinerante con películas cuyo contenido puede ser todo, excepto superficial. Al término de la proyección empiezan los comentarios, las impresiones y percepciones. El debate nace y nos enfrenta al filme. Es excitante.
Hemos visto cintas fuera de cartelera. Transgresoras, inteligentes, sensibles. Es todo lo que se puede pedir al séptimo arte.
Ahora tocó el turno a Beatriz at dinner (Miguel Arteta, 2017) una película que busca ser provocadora al presentar el choque entre el discurso “políticamente correcto” y aquel que, se supone, se coloca en las antípodas para establecer la gran diferencia.
Beatriz, la sanadora (Salma Hayek) y su llegada a una residencia de hombres y mujeres anglosajones exhibe la eclosión entre cultura y civilización, un debate que lleva años entre nosotros y no parece tener un final conveniente.
Beatriz lleva una vida tranquila en Altadena, California. Ella respeta el medio ambiente así como a las personas con las que convive. Después de dar un masaje holístico a una de sus ricas clientas en Newport Beach, el auto se estropea y el mecánico está lejos.
Kathy (Connie Briton) le invita entonces a cenar. Otros dos matrimonios llegan. Ente ellos destaca el magnate inmobiliario Doug Strutt (John Lithgow).
¿Adivina quién viene a cenar?
El enfrentamiento, sutil al principio, entre Beatriz y el terrateniente, se apuesta in crescendo en la breve puesta en escena, de apenas 88 minutos. La tensión crece y el público empieza a tomar partido, es inevitable. Para eso está diseñada Beatriz at dinner.
El romanticismo, ese movimiento artístico fundamental y decimonónico, toma a Beatriz at dinner como su heraldo más conspicuo. El villano es malo, muy malo y la heroína es buena, muy buena. En apariencia.
En tono de comedia, Beatriz at dinner es una película que cumple con creces. Los comentarios de los invitados, siempre cínicos y burlones, la opulencia occidental que los rodea, los tópicos de género – ellas hablan de moda, chismes y sexo, mientras ellos conversan sobre inversiones, política y poder – establecen el tono blanco y negro de la cinta.
Las Kardashian y la era Trump nos agobian, sin duda alguna. Y es una muestra de inteligencia dar la oportunidad de carcajearse de semejantes despropósitos. Es verdad, la risa es cosa del diablo.
La plataforma de resistencia le pertenece a Beatriz. Como ahora le pertenece a Hollywood. Salma Hayek, renunciando al glamour y al vestuario de firma, da una interpretación sólida, aunque ingenua. En la película ella rehúsa cambiar su ropa y conserva el aspecto laboral latino que tanta irritación ha causado a la actual administración republicana.
Beatriz at dinner es un tour de force sobre los temas que están sobre la mesa: la cacería – la referencia a la muerte del león Cecil a merced de un dentista norteamericano es evidente- , la búsqueda de utilidades a costa de la naturaleza, el respeto hacia las minorías, la medicina alternativa y el veganismo, entre otros.
No es casual que Beatriz venga de un pueblo de Guerrero que nadie puede pronunciar. Guerrero, la cuna de la terrible noche de Ayotzinapa cuyas consecuencias aún son difíciles de asimilar.
Sin embargo, la clave en Beatriz at dinner la proporciona el romanticismo. Como en “Las cuitas del joven Werther”, de Goethe, o esos melodramáticos finales a lo Virginia Woolf o a lo Alfonsina Storni, la pata floja de este filme es, precisamente, su extraño desenlace.
Más inquietante resulta la fantasía homicida que presagia el final. ¿En nombre de qué tipo de justicia es válido tomar la vida de otro ser humano? Un asesinato es un crimen. Y no hay argumento que pueda justificarlo.
Los extremos se tocan. Entre Beatriz y Doug se plantean afinidades primitivas: el enfrentamiento ante la naturaleza, la sumisión o el dominio del entorno, la madre que recibe y el macho que somete.
Queda claro que este es el momento del romanticismo. Una visión idealista, pesimista y bohemia de la realidad que nos ataca. No faltan motivos para sentirse así.
Es cuestión de paciencia. Yo espero el realismo.
Por Horacio Vidal
Fotografía de la proyección de anoche, por El Bunker Biblioteca Comunitaria