El cine de desastres es apuesta firme en taquilla. Desde Aeropuerto (George Seaton, 1970), La aventura del Poseidón (Ronald Neame, 1972) o bien, Titanic (James Cameron, 1997), la fórmula no cambia: la catástrofe estalla ante un amplio reparto de actores y múltiples líneas argumentales; los intentos de los protagonistas por escapar de la tragedia se convertirán así en la obsesión del guión.
Serán uno o dos personajes principales, un puñado de secundarios y el gran cuadro de breves apariciones, quienes mostraran angustiosos rostros de peligro, desolación, muerte y esperanza antes de la resolución de la película.
Por eso es inevitable advertir que Hotel Mumbai (Anthony Maras, 2019) es una producción que toma la estructura del cine de desastres, para recordar los salvajes atentados en Bombay, centro financiero de India – coordinados y ejecutados con toda frialdad y devoción – , la noche del 26 de noviembre de 2008.
Virtudes y defectos de semejante determinación, aparecerán durante el metraje de Hotel Mumbai: cinta reinvindicativa del heroísmo y la nobleza de aquellos que enfrentaron al fanatismo aberrante y criminal desde las diferencias culturales, pero con recetas listas para provocar, en los espectadores, emoción y suspenso.
Como en Rescate en Entebbe (Irvin Kershner, 1977) ó Victoria en Entebbe (Marvin J. Chomsky, 1976) y la manera en la que ambas películas relataron el rescate del comando israelita en Uganda.
Un grupo de terroristas paquistaníes llega a Bombay con propósitos de vida y muerte. Guiados, a través de dispositivos celulares, por una voz omnipresente que los rige en fe y obediencia, pronto descubriremos sus letales intenciones: dos abren fuego en la atestada estación del tren, mientras otros atacan lugares turísticos.
Buscan americanos, o ingleses. Blancos, de preferencia.
Es así como los extremistas llegan al Taj Hotel, palacio de lujo y hedonismo monumental. Con la casa tomada y mientras el mundo atestigua con horror esta embestida, marcharán las historias que envuelven a este filme. Hotel Mumbai, como exige el género cinematográfico escogido, va a presentar una selección mínima de protagonistas capaces de sobrevivir a esta prueba de sangre y fuego.
He aquí a los de arriba y los de abajo. Primero los de abajo.
Arjun (Dev Patel), es el más entusiasta y diligente de los empleados. Devoto padre de familia, conoce el Taj Hotel al dedillo y esto lo convierte en Doug Roberts (Paul Newman), el valiente arquitecto de Infierno en la torre (John Guillermin, 1974); Oberoi (Anupam Kher), jefe de cocina será líder responsable de trabajadores y huéspedes, algo así como Joe Patroni (George Kennedy) en Aeropuerto 77 (Jerry Jameson, 1977) y también aparece Jammon, abnegado mayordomo (Alex Pinder).
Ellos creen y ejercen, día a día, el lema del Taj Hotel: “Remember always, here at the Taj, the guest is God”. Claro, la falange terrorista piensa exactamente lo contrario.
En el círculo superior están los huéspedes. David (Armie Hammer), Zahra (Nazanin Boniadi), su pequeño bebé y Sally (Tilda Cobham), niñera profesional, llevarán todo el melodrama a sus espaldas; Vasili (Jason Isaacs), es millonario, ruso, macho, sexista y dominante, con frases provocadoras para ambos bandos en pugna; Eddie (Agnus McClaren) y Bree (Natasha Liu) son matrimonio interracial en su luna de miel y, en el momento más inoportuno, surge Lady Wynn (Carmen Duncan) siempre con la actitud clasista y prejuiciosa que tanto complace al público.
Hotel Mumbai no duda en echar mano de material de archivo noticioso para montarlo en el andamiaje de ficción. Con esto se intenta imponer un estilo realista y testimonial que devuelve el respeto y la dignidad a la cruenta pernocta en el Taj.
Sin embargo, Hotel Mumbai no juzga a los villanos. Los exhibe, no como víctimas, sino como seres lobotomizados por la ideología religiosa más radical y violenta. En cambio, en huéspedes y empleados, resulta imposible evitar esa aura liberal cuyo discurso es cliché de buenas intenciones, pero de malos resultados.
¿Dónde está John McLane (Bruce Willis) cuando se le necesita? ¿Es verdad que los amotinadores venidos del Pakistán no conocen el inodoro?
“Look, they have a machine to flush their shit. Even shitting is fun”, expresa divertido uno de los fascinerosos. Revelador. De eso se trata el occidente, todo es entretenido.
Algo incomprensible para esos fanáticos religiosos.
Con momentos de tensión, suspenso y melodrama que recuerdan a las mejores producciones del cine de desastre de hace 40 años, el alma de Hotel Mumbai está en huéspedes y empleados que decidieron convertirse en héroes esa velada de noviembre, hace ya 11 años.
¿Alguien podría poner La mañana siguiente, con Maureen McGovern, en la rocola?
Qué leer antes o después de la función
Contra el fanatismo, de Amos Oz. El célebre filósofo, novelista y ensayista hebreo sabe que, entre más complejos se van haciendo los problemas, más y más gente estará hambrienta de soluciones simples.
Pero muy a menudo se trata de mensajes fanáticos: “todos nuestros problemas se deben a la globalización”, “al islamismo”, “al sionismo”, “al neoliberalismo”.
El fanático es altruista. Quiere cambiarnos. Estamos equivocados. Debemos abrazar el evangelio que el extremista proclama. Por eso son tan solemnes. Amos Oz se atreve entonces a pensar en una posible cura contra este mal: arte, imaginación, cultura y sentido del humor.
Los fanáticos carecen del sentido del humor. Pueden ser sarcásticos, pero serán incapaces de reirse de sí mismos. Solo hay que ver las redes sociales para comprobarlo.