Umberto Eco fue pionero en explicarnos las delicias de la posmodernidad. A través de ensayos contenidos en El superhombre de masas y Apocalípticos e integrados, el escritor y filósofo italiano expone que, ante todo, el mito de Superman está alimentado por nuestros anhelos, aspiraciones y frustraciones.
Lo que nos fascina, sostiene, es el deseo insatisfecho de ser como él. Superman es aspiración y castigo.
Así, hace casi veinte años, en El protegido (M. Night Shyamalan, 2000), el errático realizador indio tomó el pensamiento de Umberto Eco para darle mayor profundidad a un relato que ya anticipaba la ola de películas hollywoodenses sobre paladines.
Después, en Fragmentado (M. Night Shyamalan, 2016), explora con mayor sentido del suspenso una narración que poco a poco revela su propósito: jugar con la idea de una “religión” que parte de la existencia de individuos con poderes sobrenaturales, verdaderos y únicos superhéroes.
Y ahora se proyecta Glass (M.Night Shyamalan, 2019), cinta que completa la trilogía con más decepciones que aciertos.
La pregunta fundamental de Shyamalan es desde el principio: ¿Qué sucedería en el mundo real si vivieran superhéroes entre nosotros? Pues terminarían recluídos en un Arkham Asylum. Glass, después de un prólogo interesante, presenta al indispensable David Dunn (Bruce Willies) y al perturbado múltiple, Kevin Wendell Crumb/La Horda (James McAvoy) recluídos en el manicomio para ser estudiados por la Dra. Ellie Staple (Sarah Paulson).
Por cierto, este último personaje, en su apariencia, es una cínica copia de la Dra. Chase Meridian (Nicole Kidman) en Batman Forever (Joel Schumacher, 1995).
Dunn y La Horda – que encierra una manifestación terrible, La Bestia – no estan solos. En la misma institución, en aparente estado catatónico, aguarda Elijah Prince/Mr. Glass (Samuel L. Jackson), y mientras los guardias sospechan del frágil Elijah, la trama cambia de formato: serán las entrevistas de la psiquiatra con Dunn, La Horda y, eventualmente, con Mr. Glass, las que llevarán adelante la trama.
Inexplicable. Si M. Night Shyamalan buscaba cerrar en forma memorable su ciclo de superhéroes, ¿Por qué obliga al auditorio a soportar más de 40 minutos de psicoanálisis?
Otra. Glass está mal escrita. Los continuos cambios de personalidad de La Horda provocan espacios de humor involuntario. James McAvoy está mucho mas cerca de Jim Carrey en La Máscara (Chuck Rossell, 1994) y esa hilarante escena donde Stanley Ipkiss / The Mask, “gana un Oscar”, que de cualquier otra cosa.
Glass se extravía en su desenlace. A fuerza de vueltas de tuerca que ya no sorprenden a nadie, la película de Shyamalan regresa al código de superhéroes traicionando su idea original.
Desde el inicio de Glass el filme anuncia el encontrazo entre Dunn y La Horda, con La Bestia como su frente evidente. Sin embargo, cuando llega el momento, a la hora de la hora, se cae la cinta. Una serie insufrible de convencionalismos del cine de superhéroes ataca sin cesar y no hay manera de evitar esta masacre.
Y es que con un centinela que actúa como si estuviera medio dormido, o medio despierto, el villano de la película metido, sin saberlo, en el contexto de la comedia de risa loca y un supuesto genio del mal que durante dos tercios de la función permanece callado y en silla de ruedas, nada, pero nada, puede resultar creíble.
Hay una escena en Glass que es significativa. Elihaj Prince/Mr. Glass lee una revista que tiene por encabezado “A real Marvel”, en referencia a la próxima inauguración de un rascacielos en Filadelfia.
Sin dudas la intención de M. Night Shyamalan evolucionó con el tiempo. Desde hace casi dos décadas ha estado construyendo su visión acerca del mundo de los superhéroes. Comenzó antes que la locura empezara.
Por eso, quizás, ahora lo que desea dejar en claro es subrayar que este es un universo alternativo a las producciones fílmicas de DC y de Marvel. Que nada tiene que ver con los disfraces, las capas y las identidades secretas. Su propuesta recae en los hombros de tres perturbados. Uno de ellos en perpetua silla de ruedas.
Buen intento. Pero falló el guión. Entonces, coincido con quien, hace años, señaló: el superpoder de M. Night Shyamalan es dirigir, escribir guiones es su kryptonita.
Qué leer antes o después de la función
Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco, disponible en PDF, en especial el ensayo “El mito de Superman”, que sin duda arrojará luz al fenómeno que hoy nos abruma en todas las pantallas disponibles.