Como todos los viernes en la tarde Jando Armenta se encuentra a su vecino de El Tazajal, Milo Navarro, al salir de la obra en construcción donde trabajan. Se dirigen a la parada de camiones por la salida a Nogales en la colonia San Luis en Hermosillo.
En especial este era un día que ellos aborrecían porque sentían el cansancio de la semana en la obra y a la vez bendecían porque ya habían recibido “la raya” y podían darse una escapadita de sus respectivas familias y debajo de cualquier mezquite tomarse una caguama bien helada.
Milo es una persona que podríamos calificar como “hablantín”, en cambio Jando lo definiríamos como una persona que le tienes que sacar las palabras con tirabuzón. Así eran estos amigos que quizá por lo mismo de su personalidad es que se hallaban uno al otro. Mientras Milo puede expresar continuamente todo tipo de información en forma de expresión verbal, Jando observa y escucha atentamente para dar al final de la perorata una opinión o resumen concreto del discurso de su amigo.
El tema del día eran los candidatos, pues las campañas políticas, locales y federales, estaban a todo vapor sacando los trapitos al sol y ataques en campañas negras: que si a la actual gobernadora se le dio el voto de confianza porque al anterior gobernador, de un partido contrario, se le vio envuelto en actos de corrupción; que si los candidatos de uno u otro partido desvían recursos de los programas públicos o como el candidato que utilizó recursos públicos cuando era funcionario para promover su imagen, con un pato gigante, antes de las campañas; que si algún funcionario del gobierno en turno se vio involucrado en algún escándalo sexual o de corrupción; que si otro candidato propone bienestar para las familias mexicanas y su propia familia vive en el extranjero; que si el presidente municipal dejó tirada la administración para irse de candidato al senado junto con la hija de un político encumbrado; que si el candidato del otro partido pide “mochada” a los empresarios; que si un candidato a la presidencia propone escuelas militarizadas y mocharles las manos a los funcionarios rateros como una medida para disminuir la delincuencia y la corrupción; que si el candidato del partido oficial no pinta en las encuestas y utiliza acarreados para sus mítines; que si brincar, como chapulines, de un partido a otro por parte de algunos políticos, se debería considerar deporte olímpico; que si la esposa de un expresidente dejó su campaña por falta de seguidores; que si uno de los candidatos es llamado populista y que si gana vamos a estar peor, cuando no podemos estar peor; que si la mayoría de los empresarios y el propio presidente de la república creen que han hecho los suficientes méritos para merecer el respeto y la admiración del pueblo… Que si esto, que si lo otro. Todo esto le informa Milo a su amigo Jando, aunque este último ya sabe esta información pues todas las noches ve en la televisión el noticiero local.
Jando, después de escuchar y observar las campañas, junto con toda la propaganda que con mensajes tipo slogan veía en la calle en carteles y espectaculares, tenía una opinión muy concreta, que se repetía a sí mismo y en ocasiones a su amigo Milo. Esta opinión era tan sencilla, que podríamos decir era simplista, como un verdadero aforismo personal: los candidatos solo nos buscan la cara en las campañas, porque luego se olvidan de uno, pero más bien nos ven la cara de…
Este pensamiento lo corroboraba a diario al ver la propaganda y escuchar los discursos de los candidatos en todas partes, era un bombardeo de declaraciones, echándose unos a otros pero con muy pocas propuestas para la gente del pueblo.
En eso estaba pensando Jando cuando divisan la ruta Victoria-Tazajal que se aproxima pasando el semáforo. Se suben entre empujones pues es la hora que se llena el camión: empleadas de tiendas del Centro, estudiantes universitarios, empleadas domésticas, los que salen de las maquiladoras, señores y señoras con sus niños que traen bolsas del mandado y empleados de la construcción como Milo y Jando.
En ese momento el camión se convierte en un pequeño universo con personas trabajadoras del día a día, que poco les importa las campañas políticas, pero que las ven con cierto morbo para hacer después un comentario gracioso de algún candidato y quedar ante los amigos como conocedores del curso de la política local.
Jando va agarrado al tubo del techo del camión con la mano derecha y con la izquierda se sujeta a uno de los asientos. El cansancio hace que de repente cierre sus ojos vencidos por el sueño. La plática constante de su amigo lo arrulla además del movimiento del camión por la Carretera Internacional y el aire caliente que se cuela entre los pasajeros proveniente de las ventanas abiertas.
El camión da vuelta a la derecha y se dirige cuesta abajo por la carretera que conduce al Ejido La Victoria. Al aproximarse al poblado el camión pasa por las vías del tren, ese movimiento brusco hace que Jando despierte abruptamente de su sueño momentáneo; su amigo sigue hablando sin parar. Aquí se bajan muchas personas; esto da la oportunidad de que los amigos puedan sentarse cómodamente en los asientos de la parte trasera del camión; ya les falta poco para llegar a su pueblo.
Jando sigue escuchando el monólogo de su amigo: que si el pueblo tiene muchas necesidades; que si por donde vivimos no hay drenaje ni calles pavimentadas; que si el polvo y la cercanía de las granjas de cochis con los malos olores provocan algunas enfermedades a los niños; que ya subió la gasolina y quieren subir, otra vez, la tarifa del camión y no los arreglan; que si nos pagan bien poquito y luego todo está muy caro y no nos alcanza para el mandado de la semana, mucho menos para una caguama…, poco a poco, el calor, la plática de su amigo, el movimiento del camión, hacen que Jando se venza ante los brazos de Morfeo…
Que feliz me siento y que satisfacción ante las autoridades municipales y federales recientemente electas. Las campañas solo duraron una semana antes del día que fuimos a votar, tiempo suficiente para tomar una razonada decisión. Con este tiempo de campaña no hubo necesidad de derroches de publicidad, ni de regalos por parte de los candidatos para la gente del pueblo; todo con auténtica austeridad, como estamos acostumbrados a vivir todos.
En las calles se respira tranquilidad, bienestar, felicidad, ya que los ciudadanos están satisfechos con sus autoridades que trabajan para el pueblo, pues el pueblo les paga sus sueldos. La mejor carta de presentación para los candidatos es el trabajo verdadero en las colonias y poblados del municipio. Como las campañas duraron una semana, una vez electas nuestras autoridades, inicia ahora sí, las visitas casa por casa.
El presidente municipal junto con los funcionarios públicos, todos los días sin falta, visitan las colonias y poblados buscando la cara a los ciudadanos. Conviviendo con ellos y dándose cuenta, de primera mano, de las verdaderas necesidades de la gente, para elaborar después programas de beneficio social que se sustentan en la realidad del pueblo.
La gente no está malhumorada y de esta forma es más productiva, pues obtienen de sus autoridades: calles sin baches ni fugas de drenaje; un excelente servicio de transporte público; seguridad en las casas y en las calles; parques y jardines para el esparcimiento; bibliotecas públicas con actividades de fomento a la lectura para niños, jóvenes y adultos; casas para los adultos mayores donde encuentran esparcimiento y atención; atención médica en centros de salud de primera calidad… en fin, una verdadera sociedad democrática, un verdadero goce ciudadano, una verdadera fiesta popular.
En esta sociedad los ciudadanos saben que los recursos de los presupuestos municipales, estatales y federales se invierten completamente en beneficio del pueblo. Las personas pueden dialogar directamente con los funcionarios públicos, ya que los encuentran en las calles y tocando a sus puertas, buscándoles la cara. Una realidad que se ha construido con la participación activa de los ciudadanos, una realidad brillante que promueve el desarrollo de los ciudadanos y sus familias, una realidad luminosa que…
Un movimiento brusco del camión, al atravesar un bache en el camino de terracería, hace que Jando despierte con un sobresalto. Se había quedado dormido y no sabe si lo que está viendo es la realidad o es parte de su sueño.
Voltea a todos lados; su amigo sigue hablando sin parar. Las personas en el camión, con sus caras cansadas, pierden su mirada a través de las ventanas.
Los amigos bajan rápidamente del camión y tienen que dar un gran salto a un charco donde se juntan aguas sucias de un lavadero con agua potable de una fuga en la calle. Milo se adelanta rápidamente pues no se quiere perder la reunión del candidato a presidente municipal donde, dicen, van a repartir sombrillas para las mujeres y gorras para los hombres y van a rifar unas despensas, “a ver si me toca algo, voy a llevar a la vieja y a todos los buquis para que aprovechen”, va diciendo mientras se pierde entre las calles polvorientas.
Jando se queda quieto observando como su amigo se aleja. En un momento de reflexión observa sus zapatos manchados de cal; observa sus manos agrietadas y con callos por el trabajo rudo; observa su morral donde están sus instrumentos de trabajo, el nivel y la cuchara para la mezcla; luego observa el camión que se aleja entre una nube de polvo. En la parte de atrás del camión está el rostro de un candidato, con una sonrisa entre burlona y picaresca que quisieron hacer simpática; ya alguien le pintó unos bigotes. Jando piensa: los candidatos solo nos buscan la cara en las campañas, porque luego se olvidan de uno, nomás nos ven la cara de…
Por Martín Tarazón y Guillermo Valenzuela
Fotografía de Yoanna Romo