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Corría el año 505 antes de la Era Común, y Attius Clausus se encontraba con una decisión entre manos que definiría su linaje y el futuro inmediato de su nación: después de establecida la República Romana estalló un conflicto armado, de esos que han plagado la historia denominada universal (pero que en realidad es del globo terráqueo). La guerra a la que nos referimos aquí era entre romanos y sabinos en la Italia central, que dividió a los miembros del segundo grupo entre aquellos que buscaban atacar de vuelta a la recién nacida república y los que buscaban la paz con Roma, futuro imperio.
Clausus se encontraba entre quienes favorecían la paz. Sin embargo, la fuerza y número de los sabinos que buscaban la guerra creció de tal manera que Attius tomó la decisión de mudarse a Roma, con un cortejo de clientes siguiéndole, llevando consigo su fortuna e influencia político-social.
El incipiente poder político de la nueva república, en reconocimiento a la fortuna, influencia y capacidad de convencimiento, decide recompensar a Attius con un puesto en el senado romano. Es entonces, aproximadamente en 495 aEC, que Attius Clausus comienza a utilizar el nombre Appius Claudius Sabinus Regillensis, convirtiéndose así en el fundador del género (o linaje) Claudia (a veces escrito como Clodia), el cual sería, históricamente, una de las casas patriarcales más prominentes en Roma.
Fue de ahí que brotaron una multitud de Claudius, Clodias, Claudios y Claudias de los corredores olvidados del pasado para habitar las páginas de la historia: desde Claudio Segundo, el Gótico, pasando por el soldado Claudio Aurelio, hasta el supuesto fin del linaje (sanguíneo, no léxico) con el asesinato de Calígula –el césar romano (que en aquel entonces se escribía caesar), no la sandalia de cuero pequeña.
Aproximadamente 2,446 años después de que el primer Claudius apareciese en el planeta, apareció un Claudio más en el universo. Este nuevo Claudio renacía de –y en– las raíces brindadas por sus ancestros: nacido en Roma y criado en Roma. Pero otro nacimiento, el suyo como futbolista, fue en su iglesia local (católico apostólico romano) y quizás debido a eso fue su estilo de calcio tan “tradicional”; es decir, defensivo, tanto como jugador como director técnico –como si quisiera detener a Aníbal y su hermano Asdrúbal, quienes bajan amenazadoramente desde los Alpes montados en elefantes.
Este nuevo Claudio, Claudio Ranieri llamémosle (¿por qué no?), tenía sus aciertos y sus fallas, como todo individuo las tiene. También tenía sus miedos, sus deseos y sus sueños, dentro de los cuales, al parecer, el más grande de todos sus sueños terminó abruptamente un día 23 de febrero de 2017. Claudio admitió haber soñado con permanecer de por vida en el corazón del club que hacía apenas una temporada timoneó y arribó a la cima de la gloria futbolística en la Inglaterra de su majestad la reina. Sin embargo, no sería así.
Ya sea que haya sucedido en persona, por güatsap, paloma de texto o en una llamada de conferencia, a final de cuentas, el jefe de estado (¿o será jefe de estadio?), un hombre tailandés de nombre Vichai Srivaddhanaprabha, cuando Leicester City Football Club comenzaba a convertir los sueños tanto de Claudio como de sus fanáticos en pesadillas, tomó la decisión –controversial dicen unos, errónea dice Gary Lineker– de darle gas a Claudio.
Ninguno de los jugadores, cariñosamente llamados foxes (zorros), dio la cara por su entrenador, quien hacía unos cuantos meses levantaba el trofeo estampado con el sello de Barclays y la Federación Inglesa de Futbol Asociación. Se quedaron calladitos, como si no fuera notoria la diferencia de ellos mismos (los jugadores) de hace un año a la fecha: ya no se barren, ya no corren, ya no defienden… total, hasta en un pelotón de mulas arrieras hubieran entrado por entre esas defensas porosas los mencionados Aníbal y Asdrúbal.
Solamente una persona que actualmente se encuentra activa en el mundo del fútbol británico (no como Lord Lineker, ya retirado) tuvo el valor de centurión romano para hablar en defensa del recién caído. Cayó la responsabilidad sobre los hombros de José Mourinho Félix de hablar, cosa que le encanta al lusitano; pero curiosamente, ahora debía hablar respecto a alguien más, no sobre sí mismo. Bueno, tangencialmente, ya que se podría especular que Mourinho tanto defendió a Ranieri como hizo referencia a su propio pasado (recordando que José fue echado pa’juera de Chelsea Football Club, de la misma manera que Claudio Ranieri: a la temporada siguiente después de ganado el campeonato). Y aunque haiga sido solamente por medio de un tuit, José hizo referencia al currículum de Claudio Ranieri: Campeón de Inglaterra y Manager of the Year, de acuerdo a FIFA.
De acuerdo al portugués, así es “el nuevo fútbol”.
Y es posible que exista algo de cierto en las palabras de ese ser tan especial que es Mourinho. Este es el nuevo fútbol, donde un hombre (llamémosle Vichai) puede pasar de millonario a billonario, de billonario a patrocinador de un equipo, y de patrocinador de equipo a dueño de equipo (llamémosle Leicester City F.C.). Este es el nuevo fútbol, donde uno prefiere observar y bañarse en la narrativa de “5,000 a 1” y no entender y admitir la realidad de las inversiones tras bambalinas que elevan a un equipo, y por ende a sus jugadores, de la obscuridad a la relevancia en tres temporadas (temporadas de las de a de veras, no torneos cortos). El nuevo fútbol, donde los sueños y el amor pasan a segundo plano; siempre y cuando el enfoque primero sea el valor agregado del club y la rentabilidad de la inversión.
Ahora, también hay que ver los precedentes, antecedentes, prólogos, proctólogos y prefacios. Ya que Claudio Ranieri, por más caballeroso que haiga sido, por más elegante, amable y bien querido por sus aficionados (en su momento), no es el primer director técnico en dejar su equipo (a la fuerza) siendo campeón. No, no: a final de cuentas estamos hablando de un deporte profesional, lo que implica profesión, lo que implica que lana sube y lana baja… y si lana no sube, entonces la navaja…
Para que no digan que siempre se me carga la mano más de un lado que de otro, no vamos a mencionar de entrada al “Turco” Tony Mohamed y su relación tan peculiar con un club mexicano de Coapa. Esta vez empecemos el asunto de manera cronológica, para que veamos que no es nomás cosa de que no se sepan hacer bien las cosas en ciertas partes del planeta.
Está la situación de Jupp Heynckes, quien llevó a la gloria más reciente y más mayor (incluso que a Guardiola) al gigante alemán Bayern Munich: en el 2013, el equipo favorito de Munich (por sobre TSV 1860 München), completó lo que se conoce como trébol o triplete en español, treble en inglés, y triple en alemán; lo que significa que Jupp llevó de la mano a su equipo a la cima de la liga alemana, a recibir la orejona (trofeo de la Champions League) en Wembley, y la copa alemana. Es decir, los tres trofeos mayores disponibles para el equipo se los apropiaron y colocaron en la vitrina de los recuerdos en Säbener Straße, donde viven los grandes y nacen los sueños®.
No nada más hizo eso Herr Heynckes, lo que también hizo Josef (así se llama pues) fue irse por la puerta chica. En un caso por demás curioso, se había acordado ya la contratación del catalán Pep Guardiola antes de que la temporada deportiva llegase a su clímax. Sin embargo, el señor Heynckes persistió hasta que no hubo nada más por ganar. En aquel entonces recuerdo los comentarios sobre la rareza de lo que estaba sucediendo, que se trabajara de manera tan pública un acuerdo tan “flamante” (que era como lo describían los medios, salivando porque Guardiola regresara al fútbol después de su sabático), para un director técnico que aún habitaba el banquillo. Pero a final de cuentas, esos eran los medios fuera de Alemania, ya que dentro de la República Federal de Alemania (Bundesrepublik Deutschland) los comentarios y la reacción de las personas era más o menos: “son cosas de negocios”.
Esa podría ser la diferencia primordial entre lo ocurrido con Jupp y lo sucedido con Antonio Mohamed Matijevich. La visión de negocios con la que se enfrentó la situación y con la cual los implicados se comportaban mientras por un lado se preparaba un finiquito y por otro un incentivo de contratación. Podría ser, digo yo, pero no lo es.
Sí, hay una diferencia de la visión del deporte y del profesionalismo que debe rodearlo (a nivel jugador y subiendo hasta nivel directivo) de país en país y de liga por liga. Pero también hay que recordar que lo que Club América le hizo a Mohamed no se ve en todas partes. Quizás Antonio y su personalidad no eran completamente compatibles con la imagen esperada para un director técnico en la capital de México, quizás hubo fricción entre sus jugadores y él, pero a final de cuentas el rumor anidó (literalmente) mientras el Áme andaba en semifinales, con nada asegurado, que empezó a correr el rumor de que ya iba de salida el Turco (mismo que él confirmo antes del partido que constituía tanto la final de vuelta de la liga mexicana, como el último partido de Mohamed a cargo de las águilas). Y del rumor, pasó al hecho…
Dentro de todo esto, solamente hemos (he) mencionado a los jugadores tangencialmente. No hay que olvidarlos, a final de cuentas, ellos también cargan con gran parte de la culpa. Hace rato salió a la luz senhor Mourinho, quién guio a Chelsea F.C. a su más reciente trofeo y, dicen, transformó a Eden Hazard en jugador del año en la liga inglesa. De ahí a menos de 9 meses después, el equipo estaba peligrosamente cerca de los puestos del descenso y Eden Hazard jugaba como banca de la Liga Oxxo Súper Master. El público en Stamford Bridge (estadio del Chelsea) atendía a los juegos con pancartas que leían: “The only way is José”. Pero a final de cuentas, después de muchos “reportes anónimos” que indicaban un descontento en el vestidor de los jugadores hacia Mourinho, Roman Abramovich (el Vichai de Chelsea, pero ruso) le dio pa’ juera al portugués.
¿Y los jugadores? Bien gracias, igual que los jugadores de Leicester con Ranieri: boquita cerrada, indignación de ser incriminados por ser doble cara, pero eso sí, en cuanto despiden al técnico, a jugar como se debe otra vez, como magister equitum.
El futbol es un deporte y es una profesión, sí. Algunos incluso lo comparan con la guerra, como las de antaño, como las que los Claudios del pasado pelearon. Pero son solamente aquellos, los que caen injustamente, quienes pueden decir, repitiendo al “Turco” (no al romano): “Les dejo la copa y me llevo mi dignidad…”
Por Alí Zamora