Hermosillo, Sonora.-
–Ocurrió de nuevo, pero ahora declararon desierto el género de Ensayo (en 2019 le pasó al de Poesía), así dice parte del acta del jurado: “Las obras presentadas no alcanzaron los estándares de calidad del certamen”, aunque en ningún lado de la convocatoria se establecen estos estándares de calidad deseables (solo se descartan “tesis, tesinas o trabajos académicos destinados a obtener un grado educativo”). Tampoco los participantes tienen forma de acceder a las observaciones realizadas por el cuerpo evaluador para saber en qué se ha fallado y cómo se puede obtener el “rubedo” del ensayo perfecto. Así, con un estamento tan genérico como que ningún trabajo cumplió ciertos estándares (desconocidos) de calidad, sin mayor explicación, se cierra otro histórico y vergonzoso episodio del Concurso del Libro Sonorense (CLS), como el ocurrido en el 2019.
–Es un misterio conocer cuántas obras participaron en el género de Ensayo este año, cuando esta información debería ser pública. Recuerdo que se informaba la lista de obras participantes con sus respectivos pseudónimos; sería una práctica de transparencia publicar el acuse de recibido de las obras (relacionadas con su respectivo número de folio) con las firmas de las y los jurados, así cada quien estaría seguro de que su obra está en manos de los que emiten el fallo y evitaríamos muchísimas suspicacias, máxime cuando la publicación de los resultados se postergó, también sin mayor explicación, siete días, violando de forma deliberada la cláusula XIV, la cual establecía que se daría a conocer a las y los ganadores durante el mes de octubre de 2025.

–¿Qué pasará con el monto del premio y el capital asignado para la publicación del libro?
En México, cuando existe dinero público de por medio, es inevitable controlar el sentimiento de desconfianza y no pensar en que, en este caso, 250 mil pesos irán a engrosar aún más el aguinaldo de algún funcionario de alto nivel, aunque no hay elementos para asegurarlo. Es pura intuición empírica. En la publicación oficial del ISC se lee que “el monto correspondiente a esta categoría se destinará al fomento del género ensayo mediante actividades y programas de desarrollo literario a cargo del Instituto Sonorense de Cultura” (ISC). Sabemos que el dinero debe ejercerse este año, ya que si no se hace deberá ser regresado a las arcas del Estado, de forma fatal. Así que se esperaría que el ISC publique un programa pormenorizado (como esos que nos hacen llenar cuando nos dan una beca raquítica y debemos justificar cada centavo gastado con cronograma incluido) donde aclare cómo se ejercerá ese recurso de aquí al 31 de diciembre de este año, porque eso de “fomento del género ensayo mediante actividades y programas de desarrollo literario a cargo del” ISC es una frase nada específica que parece más apelar a que se olvide el asunto, que se termine diluyendo y ya nadie recuerde esos 250 mil pesos y el monto destinado para la virtual publicación de una obra ensayística malograda. Sería irónico que les pagaran a los jurados para que vengan a darnos unos talleres de escritura de ensayo, a ver si aprendemos algo.
–Desde 2019, se vio la necesidad de que la convocatoria modificara la redacción de la clausula XII, que dice: “Los jurados de cada subgénero estarán integrados por especialistas de reconocida trayectoria en literatura, cuyos nombres se darán a conocer durante la apertura de plicas ante notaria pública o notario público”, para que especificara que estaría conformado por mínimamente tres jueces(as), no menos (y si son más tendría que ser en número impar) y que fueran especialistas en el género designado, y no aplicar la fórmula genérica de ser expertos en literatura; también que no estarían participando como jurado en más de un género literario al mismo tiempo. Afortunadamente, ninguno de estos supuestos se actualiza en el caso que nos atañe, pero no está de más dejar muy claro cómo estará conformada esta parte tan importante del CLS. También, el mismo día de la publicación de los resultados, debería publicarse el currículum actualizado de cada uno(a) de los jueces para conocerlos(as) de forma objetiva, ya que esta información no está disponible en la página del ISC. Pero miento: sí modificaron esta cláusula, ya que pasaron de la palabra “género” a aplicar la de “subgénero”. Cambios de fondo.
–Quizá introduciría otra propuesta: que cada cuerpo evaluador estuviera determinado mediante perspectiva de género y evitar ser omisos en las diversas disposiciones existentes en la materia, quizá sería conveniente un jurado de mujeres en el género de poesía y en los otros uno mixto, o buscando también la participación de la comunidad LGBTIQ+ para garantizar equilibrios en la elección de los ganadores(as), aunque comprendo la dificultad de hacerse de los servicios de las y los jurados, muchas veces con el tiempo contado para participar en tantas convocatorias estatales y nacionales que se desarrollan al año. Seguramente con la figura del machismo institucional encarnado por Taibo II, esta idea suene más como un sueño que como algo factible para los recursos con los que cuenta el Estado. Es cuestión de voluntad.
–El fallo del jurado, tan simplista y formulario, no es más que el disfraz discursivo que el poder institucional adopta para pasar desapercibido: paradójicamente, lo que debería ser un acto de fomento se transforma en uno de negación absoluta.
EL ISC, desde que decidió modificar el espíritu del CLS, confunde estas dos facetas tan disímiles, siéndole irresistible optar por la imposición de limitantes para participar en el CLS. El ISC ha aprendido a atemperar la microfísica del poder operando sobre el campo literario. Ejerce control con mayor eficacia mediante las restricciones que aplica a las y los escritores de forma indiscriminada: quien gana no puede participar en otros géneros durante dos años; quien escribe narrativa no puede concursar en poesía; quien se atreve a pensar en más de una forma, queda fuera. La vieja idea de la división del trabajo aplicada al arte: tú, poeta, permanece en tu metro cuadrado; tú, ensayista, espera en tu nicho hasta nuevo aviso, que en esta ocasión se hará más dilatada.
–Es un acto de negación absoluta porque declarar desierto el CLS equivale, dentro del campo cultural, a decir: “no hay autores”, “no hay pensamiento”, “no hay interlocutores válidos”. Y esa operación no es inocente. Desde luego, la decisión se reviste del aura de la objetividad crítica (el nivel no fue el esperado), pero el lenguaje burocrático que la acompaña encubre algo más grave: la cancelación simbólica de una práctica intelectual. Foucault alertaba de la importancia de percatarnos de quién dice tal o cual cosa, quién es el autor de determinado discurso. No importa tanto lo que se dice, sino quién tiene el derecho de decirlo. Es una intervención performativa, en el sentido de J.L. Austin: un “acto de habla” que no sólo describe una realidad, sino que la crea.
Al no otorgar el premio, el Instituto no se limita a dejar un vacío en su lista de ganadores: decreta una ausencia ontológica vital. Los ensayos presentados dejan de existir como tales. El archivo oficial los borra debajo de la autoridad conferida por un acta notariada. Rollo kafkiano.
Podemos dilucidar un subtexto de censura
–Don J.L. Austin distinguía entre los actos “constativos” (que describen) y los “performativos” (que hacen). El fallo del jurado, respaldado por el ISC, pertenece sin duda a los segundos. No solo informa, sino que produce un efecto: se desactiva una práctica crítica. Podemos dilucidar un subtexto de censura: “No queremos ese tipo de pensamiento”. Me parece muy delicado porque el ensayo cuestiona, problematiza, incomoda. Y nada desagrada más a una institución cultural (avocada a normalizar la confusión entre restringir y fomentar) que el pensamiento libre.
–El gesto se parece a esos actos de invisibilización que Foucault vislumbraba en las instituciones disciplinarias: la exclusión no como castigo visible, sino como desaparición simbólica. Nadie prohíbe escribir, pero se decreta, con la serenidad de un acta oficial, que lo escrito no se ajusta al gusto de un cuerpo evaluador. El ISC fabrica una forma de exclusión elegante, burocrática y que invalida a todos(as) los participantes, mientras que por este mecanismo valida su propia autoridad y genera consecuencias materiales: no habrá para los sonorenses libro de ensayo el año entrante, ni tampoco de cuentos (sumados al de cuentos para las infancias), no al menos publicados por el Estado. En el caso del ensayo, y parafraseando al patriarca de las Letras de la nación, ¿cómo exponer a nuestros lectores a un ensayo escrito “horriblemente asqueroso de malo”? No merece que se envíe a una sala comunitaria en mitad de Sonora. ¿Por qué hay que castigarlos con ese libro?
–Parece que es mejor idea invisibilizar la práctica del ensayo y con ello acallar su cariz crítico, su poder de exhibir la realidad y estimular la reflexión. ¿Por qué no quitamos estos libros?, al fin y al cabo, no se necesitan en un entorno rebasado por los homicidios, por el narcotráfico y su subcultura.
Por Hugo Medina





