Toda acción o decisión humana está movida crucialmente por un mecanismo psicológico de impulso o motivación. La motivación, se llama esto, es un fenómeno complejo de naturaleza psicológica. Muchas motivaciones dan pie a decisiones fallidas, pero la mayoría son acertadas, dada su factibilidad: vamos al médico, cruzamos la calle sin morir, etcétera. Así construimos rutinas y toda una vida. Después de una semana pesada, estamos movidos a entretenernos de alguna manera: prendemos la tele, abrimos un libro, vamos a un antro. Estas son intenciones de divertirse, y muchas de estas intenciones son el foco del interés público. Por ejemplo, la intención de echarnos un seicito con nuestros amigos y después conducir a casa es una de las intenciones que los reglamentos de tránsito tratan de desestimar todo el tiempo. No es que divertirse, refrescarse o relajarse sea malo o ilegal. El problema, de acuerdo a los bandos de policía y buen gobierno, es poner en riesgo considerable a los conciudadanos y vecinos.
Antes de que estas intenciones sean infracciones a reglamentos o leyes tenemos que caracterizarlas, de preferencia en el sentido moral, y luego discutir democráticamente si se eliminan de lo permitido o no, y cómo. Los elementos con los que hacemos la discusión son de tipo ético y político, y nuestras teorías predilectas de la ética y la política nos alían a otros y así tenemos ideologías y nos volvemos activistas de nuestras ideologías, luchando por penalizar o despenalizar intenciones concretas y su ejecución. Hay muchos tipos de ideologías: de izquierda, de derecha, centristas, pro-persona, pro-colectivo, progresistas, regresivas, conservadoras, liberales…
«El pensamiento políticamente correcto tiene como enemigo el sentido del humor»
Pero hay un hecho que sin duda está sucediendo en Estados Unidos y en México y que muchos están soslayando. El pensamiento políticamente correcto tiene como enemigo el sentido del humor de una cantidad enorme de personas, y en términos de guerra cultural y psicológica, el pensamiento políticamente correcto está predestinado a morir si sigue demonizando el sentido del humor y la necesidad de cierto tipo de divertimento. El escándalo más reciente en ese terreno es el de la politización de la NFL. Los jugadores de futbol americano, muchos de ellos, han decido politizar un show superficial cuyo sentido profundo es básicamente el divertimento de la audiencia. El espectador promedio, que no está en contra de Trump o que lo está pero no quiere que lo que es un rato de esparcimiento se convierta en un acto importante de protesta política, no quiere tener el anti-trumpismo hasta en los cintillos de la transmisión del juego contra los Cowboys. Uno quiere ver a Brady romper las marcas de Montana por el reto del asunto, no para ser mejor persona. ¿Alguna vez los han invitado a una fiesta advirtiéndoles no entrar a tal o cual tema porque se puede arruinar el evento? Pues es lo mismo.
¡Pero qué insensibilidad, qué superficialidad de los que no quieren que se les politice algo superficial y poco importante! ¡Si ya es poco importante qué más da que lo usemos de foro de protesta!
Bien, pues eso da todo. Los foros de protesta son, si aspiran a seriedad e importancia, para otros momentos y otros lugares, de lo contrario arruinamos dos cosas: la protesta, al bajarla de nivel, y el juego, al subirle el nivel. Así las cosas.
«¿El humor es más importante que salvar al mundo o detener al ‘fascismo’?»
¿El humor es más importante que salvar al mundo o detener al ‘fascismo’? Si esta pregunta les parece que tiene una respuesta obvia a favor de salvar al mundo, lo que voy a decirles aquí puede parecerles defensa de la banalidad. Pero el tema en realidad estaría mal planteado. Nadie en sus cinco sentidos dice que ver el Chavo del 8 es más importante que enterarse de los efectos del sismo pasado en la CDMX. Lo que decimos es que todos, una vez que queremos descansar y entretenernos—acaso merecidamente después de una jornada de salvar al mundo – lo que buscamos es relajarnos. El estrés constante, como fenómeno psicológico, mata y debilita. Pero también hay un vínculo considerable entre disfrutar de lo superficial e identificar lo profundo y valioso.
Movámonos a la televisión gringa. Existe allá Red Pill Black, un show que lleva ideas conservadoras a la comunidad afroamericana. Candace Owens, su anfitriona, recurrentemente narra cómo pasó de ser liberal -el término para demócrata o izquierdista en Estados Unidos- a conservadora para así inspirar a otros negros a hacer lo mismo. Mucho de lo que hace es sustanciar la idea, que yo creo que es verdad, de que los Democrats que fundaron realmente el Ku Kux Klan, entre otras linduras racistas, utilizan en contra de su beneficio a la comunidad afroamericana. Pues bien, esta semana Candace Owens fue al programa de entrevistas de Dave Rubin, The Rubin Report, y en cierto momento discutieron la idea de que la plataforma de los Democrats y los izquierdistas tienen una guerra contra el entretenimiento y el humor. “They are sucking the fun of everything”, aseveró Candace.
La culpa
¿Has notado cómo ciertas ideologías parecen estar a la caza de toda forma de vacilón? No importa si es coqueteo, ironía, charras (chistes) o stand up comedy. Uno siente que no puede contar un chiste, no por evitar quedar mal, sino porque uno peligra en serio: el trabajo, la relación, los amigos. Dave hipotetiza que la razón por la que la izquierda gringa cae en esta práctica es porque les permite controlar con la culpa de las personas.
Supongamos que este fenómeno es real y que es parte de una estrategia consciente o inconsciente de ciertas ideologías. ¿Quién va a ganar: la política de la culpa y la miseria, o nuestro entretenimiento? ¿Qué tan grande es el error de lanzarse contra el divertimiento y el humor para un político o una ideología? Bien, aunque YouTube y sus conteos de views no nos dejarán mentir, vamos a ponernos académicos.
La risa
¿Qué tipo de fenómeno es el de la risa, por ejemplo? Según Roger Scruton, un humanista académico y conservador, dice que las explicaciones comunes de la risa como una forma de entretenimiento –es decir risas distintas de la risa por hastío, de la risa sardónica, o de la risa humillante—, sirve para dar pie a una comunidad de sentimiento que nos ayuda a aceptar nuestras deficiencias, tensiones, fallos y problemas, sin tener que asesinarnos por ese motivo. ¿Va a triunfar lo que Scruton llama “la comunidad de los sin-chiste”? Dada la rica cultura de las charras, chistes y otros tipos de humor, que hoy se evidencian como memes, videos cortos y otros chascarrillos, creo que esta es la razón por la que ninguna ideología que tenga como enemigo al humor podrá difundir sus ideas al nivel necesario para triunfar en la guerra de la cultura en México.
No es que las ideologías, en este caso la izquierda mainstream, no tengan una cultura de la risa. La tienen. Quizá la izquierda estadounidense sigue a Bill Maher, a Stephen Colbert, Jon Stewart, y otros, más que a CNN o al New York Times y a otras fuentes de noticias “serias”. El tema es que muchos de sus chistes dependen de que uno sea correligionario y acepte tesis como la de que Trump es idiota, malvado, racista, misógino, o lo que sea. Para personas para las que estas son acusaciones serias—sean de izquierda o de derecha—, lo menos que quieren es el bálsamo de reír por ello. Si la era Trump es trágica y peligrosa, lo menos que debe hacer quien lo cree, es reírse. A menos que con risa maten—simbólicamente—al tirano. Pero así como los rezos no curan el cáncer, las risas no detienen las condonaciones de impuestos. Nótese una cosa: transustanciar el humor en arma le despoja de esa deliciosa superficialidad con la que nos confortamos después de una semana pesada de trabajo. El que mata con la risa, no es comediante; es asesino. Y la muerte es motivo de entretenimiento sólo para el alma enferma.
Pero también para aquellos que creen que con Trump EUA ingresó a un infierno, lo menos que deben hacer es reír. La represión policiaca, el calentamiento global, la desigualdad socio-económica, no son cosa de risa (¿o sí?). Ríe con la inminente (sic) extinción de la especie solamente alguien tan fuera de la realidad que no puede ser tomado en serio. Y si no estamos en ese negrísimo escenario, entonces la risa es adecuada, pero los chistes que dependen de que creamos que Trump nos lleva para allá, son completamente aburridos.
Algo semejante le ha estado pasando a Enrique Peña Nieto. Todos sabemos que no puede hablar sin fallar la sintaxis o la fonética (de semántica ni hablamos). Pero en medio de todo lo que pudo salir peor en los sismos de septiembre la cosa no estuvo tan mal. Si tenemos un amo y señor, Lord Peña Nieto, absolutamente malo e imbécil, que estando al mando quiere destruir a la sociedad mexicana de la disidente CDMX, pues está haciendo un trabajo terrible en comparación con 1985. Cabe la posibilidad de que lo que hizo fue más terrible que dejar morir a los pejistas capitalinos y del sureste pobre, y fue dejarlos vivir. “En la escala de la maldad intolerante y anti-progre, EPN obtuvo un 1. O menos, obtuvo un 5.”
(Piénsenlo: EPN sí puede ser un villano causando un grave daño a la Ciudad de México al dejarla conservar casi su totalidad de habitantes progres. ¡Quién sabe! A lo mejor si hubiera sido mayor la tragedia habría sido más grande la transformación de México. De todos modos, parece ser que el temblor tiró algo más que edificios: cuarteó el discurso anti-corrupción anti-desastres con el que los todavía “inocentes” morenistas se habían venido vendiendo, y también mostró que tenemos ya mejores instituciones de lo que pensábamos, con un envidiable nivel de participación y generosidad en la sociedad civil.)
La función social de la risa
En palabras de Scruton en su artículo “The Decline of Laughter”, (publicado en The American Spectator, 2007):
[S]olamente un ser racional puede reír. Las hienas hacen un ruido que se parece a la risa, pero no es una señal de entretenimiento, ni tampoco tiene la función social que la risa tiene — lo cual echa luz a nuestras diferencias y nos permite regocijarnos en aquello que compartimos. La risa no sólo es goce y bálsamo, es la principal forma que tenemos de aceptar lo que consideramos que está mal en nuestros semejantes. Y la risa, aunque sucede sólo entre seres racionales, debe ser espontánea si ha de ser genuina. Una risa forzada es cierta forma de arma; la risa espontánea implica cierta aceptación de aquello que la provoca, incluso cuando, al reírse de algo (o alguien), lo reduces a su verdadero tamaño.
Para cerrar, la idea Scruton en On Human Nature (2017) viene como anillo al dedo sobre la función social de la risa y el humor:
[L]a risa expresa una habilidad para aceptar nuestras demasiado-humanas fallas: al reírse podemos atraer una comunidad de sentimientos que nos vacunan contra la desesperanza. (p. 20) … [P]arece ser que tiene un efecto benéfico en las comunidades humanas: aquellas que se ríen juntas también crecen juntas y ganan a través de la risa una tolerancia mutua de sus demasiado-humanos defectos. (p. 24)
¿Hay ideologías que pretendan controlar y disminuir nuestra risa? Bien, esas ideologías, rellenando algunas condiciones, parecen privarnos de un bien que destensa y aleja del horizonte el conflicto. Cuando hacemos lo que podemos para ayudarnos a nosotros mismos y a otros, cansados, queremos un respiro, y se respira en la superficie. Cuando alejamos la risa y la vacilada, cercenamos nuestra racionalidad.
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