The Last Dance, episodios 3 y 4
Entre más nos adentramos en la historia de esta dinastía más la vamos disfrutando. Hoy todos somos Bulls, al menos por unos segundos me vi a mí mismo de niño con mis Air Jordan XIII blancos con azul y en mis manos ese balón Voit de colores, tesoros regalados por mi papá. Tanto se siente así, que por unas horas nuevamente hemos sentido que volamos con la lengua de fuera en nuestra cancha favorita, botamos el balón y nos contagiamos de ese ritmo que provoca la bola, algo así como si escucháramos al gran Miles Davis. Allá afuera de nuestro estado de aislamiento voluntario, una vez más pisábamos alguna cancha por unos minutos.
En esta ocasión les voy a pedir de favor que cambien la óptica que utilizan, les pido que se pongan lentes diferentes y utilicen ese tercer ojo para muchos casi dormido, para otro totalmente activo y despierto. El ojo del espíritu, busquen el éter, veamos con ese ojo que ve más allá del medio físico y démonos cuenta que todo tiene sentido a pesar de que en el ámbito físico probablemente nada lo tiene, esa conexión que hay en todo.
Me da la impresión de que Michael Jordan era ya un monje, probablemente un Buddha competitivo. Su aura irradiaba más que nunca. A la misma pregunta, él daba las mismas respuestas porque eso se les debe hacer a los necios. Ya había entendido que la única manera de que cualquier cosa te afecte es cargándola si la aceptas. Por ello Mike no ponía atención más que a su trabajo, donde las voces no existen. Pero ¿Y el futuro? Ese impostor estaba allá, adelante donde debe estar. Su majestad era solo un hombre decidido a disfrutar el presente, a llenarse del ahora y de hacer lo que más amaba. Él disfrutaba cada bocanada de aire, era totalmente suya. Se movía a su tiempo impecable, era dueño del ritmo dentro y fuera de la cancha, la paz vivía dentro de él y no dejaba de esforzarse a sabiendas que todo podía fallar, él quería dar su mejor esfuerzo. Él solo buscaba intentar llenarse en cuerpo y alma de lo que podría ser la última degustación de gloria.
Pippen en mi opinión se enfocó en aquello que todos los hombres debemos hacer: aceptar nuestro destino por duro o suave que sea. Entender que por más que nos guste estar en control de la vida, una determinada situación o quejarnos, el juzgarla es darle importancia. Entender que todo va mucho más allá de nuestras manos y no existe la más mínima pizca de control en un universo infinito donde todo está regido por lo único definitivo: el cambio. Ese innegable y a veces desagradable destino, en este caso el cambio de equipo llegaría y de ser así lo aceptaría, pero de momento no había más que volcarse al presente, ese presente donde Mike y Dennis lo necesitaban ya que la cosa no pintaba bien para Chicago sin “los tres amigos”.
La imagen de Dennis Rodman siempre ha sido incómoda para muchísimas personas por el hecho de molestarse en ser él mismo y no aparentar, ser ese algo que muchas personas se sienten aterradas de ser: ellos mismos. Rodman es ese ejercicio incómodo para muchos miembros de nuestra sociedad que demuestra de manera superlativa el hecho de que puedes estar lleno de tatuajes, lleno de aretes, hacer lo que gustes de tu cabello y tu vida personal y no eso no te quita lo responsable, ni lo profesional o lo bueno para hacer tu trabajo y estar a la altura cuando debes. Al final la apariencia no te hace profesional, ni útil, ni bueno y díganme misa. Rodman sabía que eran él y Mike en la ausencia de Pippen y por lo mismo intento estar ahí para él y Phil. Ese coach que finalmente le dio la oportunidad de ser él mismo, qué lo salvó de los derrumbes mentales que era víctima y de un probable suicidio, el mismo coach que le permitía irse a Las Vegas el fin de semana ya que era su manera de lidiar con el estrés y desgaste de ser profesional con la única condición que volviera a entrenar. De sus compañeros, esos hermanos guerreros qué sudaban y sangraban en la cancha a lado de él. Y de la ciudad, que al fin lo valoraba como profesional y decidió dar cobijo al hombre frágil y sensible que creció en un entorno donde a lo único que podía aspirar era la cárcel o la muerte. Dennis estaba allí, partiéndose la madre duro por la gloria de Chicago. Bajando más rebotes que nadie y lidiando con el desastre que personas que se veían decentes desafortunadamente habían causado.
El Zen es indefinible, para mí la sensación llega y se va pero siempre está ahí detrás de todo como si fuera una escena de teatro. La inhalación y exhalación del aire puro es lo único que hay, algunos ya sabemos que la mente crea toda la complejidad de la realidad, el ruido es la realidad para muchos de nosotros cuando el vacío reconfortante es lo único que existe, por ello meditar es volver al origen. El hijo de un pastor en Montana, criado junto con nativos americanos sería la pieza clave, la llave maestra en la que descansarían todas las respuestas bajo una figura tan espiritual como el triángulo, una figura que no se deforma o la trinidad. Phil Jackson es el Hippie vestido que coach que vendría a romper todos los moldes y paradigmas que somos expertos en establecer, un personaje que se terminó de formar como coach en Puerto Rico llega a Chicago y modifica todo el estilo de dirigir. En palabras de Phil los Bulls deberían de convertirse en una unidad, en una tribu, si querían ser campeones y especialmente si querían vencer el obstáculo que representaba Detroit.
«Esa imagen de un Michael Jordan exitoso y triunfador sin ayuda de nadie está totalmente equivocada»…
Con estos argumentos se demuestra una vez más y ojalá de una buena vez por todas que esa imagen que gustan de pintar los “expertos” que añoran y viven atrapados en la bonanza de cuando eran morros sobre un Michael Jordan exitoso y triunfador sin ayuda, está totalmente equivocada. Michael al igual que todos los grandes en esto, tenía un chingo de ayuda. Empezando por un socio que valía oro, totalmente generoso, talentoso y deseado por cualquiera de nosotros para chambear todos los días como lo era Pippen. En Rodman tenía ese carnal que hacía el trabajo sucio y duro sin importar como fuese fuera de la cancha, porque “elo madre” un Rodman no deja morir nunca. Ese rol de brillantes jugadores como Steve Kerrs, Luc Longleys, Ron Harpers, B.J. Armstrongs, John Paxsons y Toni Kukocs, esas piezas hechas casi a la medida y muchos otros que pasaron por ahí haciendo exactamente lo que debían y por supuesto, un guía casi espiritual como Phil Jackson que transformo un equipo de uno en un equipo de todos, un vato que los hizo ser uno.
Siempre me he preguntado si la canción con la que presentaban a los Bulls en los años noventa tiene algo que ver con el alma del equipo. La canción lleva por título “Sirius” nombre que lleva la estrella más brillante vista desde la tierra, por muchos creyentes es considerada el dador de vida. Los autores son un grupo genial llamado “The Alan Parsons Project” ingenieros musicales involucrados con un montón de músicos chingones como los Beatles o Pink Floyd. Por último, la portada original del disco es el ojo de Horus “el elevado” con el que se busca el estado de perfección. Pero este tema ya es para otra conversación.
Existen forma de ganar y de perder, a las personas les encanta decir que uno debe ganar a toda costa. Pero cuando ellos pierden de ese modo muchas veces son los primeros en no estar de acuerdo con el resultado. Al final sí importa cómo ganas, no solo es pasar por encima a los demás. Esto aplica para todo, en la vida, los negocios y los deportes que son un simulacro de la vida.
Los Pistons son un equipo que para mí rayan en lo más vergonzoso de cualquier deporte, esos denominados “Bad Boys” poniendo en riesgo la integridad física de sus competidores no son para mí más que un grupo de abusones que aprovecharon la brecha de una liga que no protegía a sus jugadores y se hicieron de una fama y de un éxito manchando un deporte. Cuando el talento no es el suficiente, cuando la inteligencia no alcanza lo único que queda es golpear e intimidar, pero ¿Qué pasa si el agredido responde? ¿Qué pasa si la respuesta es en igual o mayor magnitud a la agresión? La realidad, es que los abusones no son más que “personitas chiquitas infladas por sus miedos e inseguridades”, la realidad es que la gran mayoría de los abusones se intimidan cuando se les da respuesta en la misma magnitud sin caer en su juego mental y esa es la manera exacta de cómo se debe de tratar con ellos, de una forma determinante y al mismo grado. Chicago les hizo esto, durante dos años fueron intimidados y golpeados de manera sistemática por el mismo equipo, hasta que dejaron de quejarse con los referees, se prepararon para la guerra y entendieron que esto era de huevos. Los Bulls se concentraron en jugar igual de físico, no intimidarse, en jugar como uno mismo. Motivados por el carácter de Michael, al final la tribu de Chicago terminó mandando a estos Bullies a casa con cuatro perdidos al hilo. Estos “bad boys” no sirvieron más que para que cuando su juego no funcionó, dar una de las demostraciones más patéticas en los deportes profesionales abandonando la cancha segundos antes de que terminara el juego. Los “chicos malos” al final fueron desenmascarados como lo que verdaderamente eran, unos “chamaquitos berrinchudos”.
Esto dejaba ahora sí la cancha abierta para la final deseada, de un lado los Bulls hambrientos en la búsqueda del primer campeonato con un corazonsote y ya compactados gracias a los madrazos de los mal llamados “Bad Boys”, mientras que del otro lado “la Magia y el Showtime” quienes querían seguir imponiendo su estilo como lo hicieron durante la década de los ochentas.
Para mí, no podríamos haber elegido un mejor escenario. Aquí fue cuando oficialmente de hace el cambio de “conductor al volante”, aquí Michael ya arrebataba a Magic con el profundo respeto de dos competidores que lo dieron todo ese cetro y esa corona. Era momento de entender que ya hablábamos de otra era y exactamente, llegaba otra década en el calendario. Los tiempos cambian, las fichas siempre se mueven y nada debe de permanecer igual, lo único de lo que podemos estar seguros es que el cambio y la evolución son lo único definitivo en el universo. Tarde o temprano debe llegar y debemos estar conscientes y aceptarlo.
El cambio llega, algo así como ese cambio de manos que hizo Mike en el aire en esa misma final para dejar rebotar la bola suavecito como el amor de mamá en el tablero con la zurda.