Los Angeles, CA.-
Pues aistá, yo crecí en la ciudad del sol, Hermosillo, Sonora, de la que me mudé “ya hace rato”, para utilizar apropiadamente el lenguaje técnico de la (colonia) Balderrama. Así que lo que hoy sé de la ciudad donde viví –y de toda la república mexicana, pa’ qué mentir– es gracias a familiares, amigos y redes sociales. Y acaso un par de viajes al centro del país en compañía de mi abuelo y de mi padre. Esa realidad y esa información se contraponen a las experiencias que tengo en la sociedad en la cual vivo hoy día, en el sur de California, tierra de Sublime y palmeras.
Esto crea, en ciertas ocasiones, encontronazos de ideología entre cosas que recuerdo, cosas que viví, lo que hoy sé, y lo que hoy vivo, desde la música hasta el capitalismo, pasando por la inmigración, los deportes, la organización de las comunidades, la jerarquía en sociedad con base en raza/género, educación y religión. Y con esta última, sus reglas, devotos y sectas he tenido encontronazos frecuentes. Y no es reciente.
Iniciando el actual milenio yo asistía a la prepa en Hermosillo. Recuerdo un día que, en una clase de cuyo nombre no quiero acordarme, en respuesta a una observación que hice respecto al sacramento del bautismo, una compañera me dijo con abierto desprecio: “¡Asco, si tú eres satánico!”. No cabe duda que las camisetas negras y tocar la batería en un grupo de rock tenían una influencia especial en aquel entonces.
Lo que esa compañera de clase al parecer no sabía es que no soy ni he sido satánico. Sí fui católico por un buen rato, al punto que puedo compartir un recuerdo que seguramente –aunque me falle un detalle o dos– algunos podrán identificar en sus propias vidas.
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Varias personas entran a una cámara principal, de techos altos y en cúpula, con sus paredes adornadas por una variedad de esculturas fúnebres en apariencia y tenor. Los cristales de sus ventanas son coloridos, y cuentan a la vez la historia que nos ha condenado al sufrimiento de no ser dignos, y previenen a las personas que se percaten del mundo exterior y los pecados que en él afloran.
Entra un ser inocente, o varios –dependiendo si el arzobispo hizo el paro para Catedral o Fátima–, a ser presentado, vestido de blanco, entregado de manos familiares seguras a manos ajenas como si fuese una ofrenda, un vestigio de vida que será sacrificado en un altar pagano… por supuesto que aquí es salvamento, no paganismo.
Ego te baptizo in nomine patris,
Llora la criatura cuando es tomada por las manos supuestamente benditas del desconocido, manos que harán lo que les plazca con la nueva vida, manos que pertenecen a la misma voz que le habla en un idioma muerto.
Et filii,
No sabe, el inocente bebé, lo que está ocurriendo, pero dicen todos es por su bien. Es el acto necesario para preservar su pureza, su santidad y su alma inmortal. No importa que esa voz terrible como trueno le asuste, ya que en realidad es la voz de su nuevo dios y salvador.
Et spiritus sancti,
He ahí, finalmente, un miembro más de la iglesia católica. La salvación ha sido alcanzada y ha ingresado a los rangos de la religión de su preferencia (todos sabemos que el bautizo es por invitación y decisión propia, ¿no?).
Deus omnipotens, qui te a peccato liberavit.
Verdaderamente quedan, de esta manera, marcados de por vida, como ganado.
Ite, missa est.
Deo gratias.
Y sí, gracias dios por permitir tal acontecimiento, es lo que todos han ido a presenciar y es la razón del por qué se celebrará a continuación con Tecate Red y carne asada. Esta es palabra de dios.
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Parecerán recuerdos sin relación alguna, pero han vuelto a mi memoria debido a una imagen compartida recientemente en Facebook por alguno de mis contactos. Era un simple anuncio, aunque de gran magnitud (personalmente). La imagen anunciaba que en la Ciudad de México (y solamente ahí) una mujer puede solicitar por voluntad propia interrumpir el embarazo hasta las 12 primeras semanas de gestación, mientras que en las otras entidades del país se permite siempre y cuando existan algunos supuestos, como el hecho de que el embarazo sea producto de una violación, la vida de la mujer esté en riesgo o el feto presente alteraciones genéticas o congénitas graves.
Entiendo que suena más bonito de lo que es en realidad, ya que también está harto difícil para una mujer de raíces indígenas en Guerrero o Sonora trasladarse a la capital para tales servicios, pero sí es una diferencia ideológica muy notoria y distinta a lo que recuerdo en la preparatoria anteriormente mencionada y su secundaria (y primaria): “el aborto es pecado capital”.
Curiosamente, en la misma cuadra que se encuentra el edificio donde trabajo, pero en dirección opuesta, existe otro edificio, más chato e inconspicuo, con tres letras de color rosa brillante en su fachada: FPA. Ya si uno se acerca, se puede observar como refuerzo a las tres letras principales la leyenda: Women’s Health.
Lo más notorio de todo esto, recordando la creencia de que vivo en un país con una ideología evolucionada respecto a las mujeres y sus derechos (el presidente actual excluido), son dos personas que sin falta –en tiempo de calor, frío, lluvia y sequía les he visto ahí– se colocan mañana tras mañana frente a las puertas del establecimiento. La pareja, un hombre y una mujer, ancianos ambos, tienen una misma metodología de acción diariamente:
La mujer, vestida siempre de cuello a muñeca a tobillo, sostiene un letrero que hace referencia a Éxodo 20:13: No matarás/Thou Shall Not Kill/non occides. Fuera de sostener su letrero y caminar de un lado a otro, la única otra acción que le he visto tomar es arrodillarse en aparente oración.
Por su parte, el hombre, con panfletos en mano, acosa (si se acerca a personas que le indican no querer interactuar o tener contacto con él y él les impide el paso interponiendo su persona entre ellos y el edificio… ¿es acoso, verdá?) a las personas que intentan penetrar las puertas de vidrio. Por supuesto, la mayoría son mujeres.
Claramente, sin hacer un juicio profundo respecto a ellos, son individuos que debido a sus convicciones religiosas se muestran en contra de los servicios que se ofrecen en el inmueble frente al cual protestan en perpetuidad. Bueno, miento. Ya que si tomamos sus acciones como indicaciones de comportamiento, entonces no se encuentran en contra de todos los servicios que son provistos ahí dentro. Están en contra de uno solo: el aborto; y sus pancartas indican que lo hacen bajo sus órdenes religiosas.
Curiosamente –por lo menos para mí–, ese mismo libro de reglas y fábulas que citan textualmente los ancianos pro-vida, no es de su propiedad absoluta y total. La realidad es que cualquiera puede abrirlo sin riesgo alguno, y entresacar las frases que mejor le convengan, así es como uno puede encontrar el significado de sus letreros e inferir que lo que los protestantes quieren es que se preserve la vida desde la concepción hasta el alumbramiento.
Pero si va uno a leer Deuteronomio 23:2 se encuentra con que, bajo reglas bíblicas: “ningún bastardo entrará en la asamblea del Señor, ninguno de sus descendientes, aun hasta la décima generación, entrará en la asamblea del Señor”. La definición de un hijo bastardo es, de acuerdo a la Real Academia de lengua española: 1. Nacido de una unión no matrimonial; 2. De padres que no podían contraer matrimonio al tiempo de la concepción ni al del nacimiento; 3. Ilegítimo de padre conocido –íngasu, entonces quieren a toda la vida, ¿o ñio?
También podría uno –con cinismo de sobra– pararse en seguida de la señora pro-vida cada mañana con una pancarta con la leyenda: “Timoteo 2:11-12: La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio”. Y ahí sí, ¿quién va a tener más razón?
Por supuesto que una sección de la población va a decir que no son ni cuentos ni fabulas ni reglas generales para vivir la vida; todo lo contrario, son hechos, y son la palabra de dios.
En los Estados Unidos, entendiendo que el contexto histórico es de una sociedad eurocéntrica que se vino del viejo continente a erradicar nativos, la visión religiosa es muy peculiar, por lo que he llegado a aceptarlo como comprensible a estas alturas (la existencia de protestantes religiosos fuera de “centros de aborto”, como les llaman). Sin embargo, en México me parece curioso el hecho de todos aquellos quienes espetan un fervor religioso incandescente como algo “muy suyo”, como algo “del pueblo”. Esto lo digo ya que han existido intelectuales de gran calibre, como Octavio Paz o Carlitos “Charlemagne” Fuentes, quienes han propuesto (por lo menos el señor Fuentes) que México no es uno, si no muchos:
El México indígena, donde le erigen estatuas a los vencidos y no al vencedor (“en Perú tienen estatuas de Pizarro, en México tenemos estatuas de Cuauhtémoc”, dijo una vez el señor Fontaines); el México cínico, que trata con humor despreciativo a las sociedades extranjeras; el México triste, que recuerda a Panchito Madero y la democracia perdida, y el México español, que pura madre abandona la religión que les fue metida detalladamente a base de violaciones y genocidio.
Bueno, si esa es la decisión del pueblo, está bien. Recordemos: “soy libre de creer en la religión que quiera”. Sí, lo son, lo es y lo serán. Pero esa misma libertad de credo no debería estar ligada a una imposición a terceros respecto a sus derechos o vidas privadas. Para todo eso de: “…Pero porque me lo dijo tatita dios”, “Yo sí respeto a las madres solteras, pero…”, “No, yo sí entiendo, pero que no vengan…”, “Respeto a los homosexuales, pero…”. Hay que recordar que ninguna conversación positiva o tolerante ha comenzado con ese gran pero, peludo y supurante, dividiendo respeto y entendimiento.
¿Qué no dice el libro «sagrado» algo ma’o meno’ así?:
Baby Yisus: “Ámense los unos a los otros”
Judi I.: “Pero… ¿y si es gay?”
Tad: “Pero… ¿y si es madre soltera adolescente?”
Píter: “Pero… ¿y si no creen en tu ‘apá?”
Baby Yisus: “Ámense, cabrones. ¡¿Qué no escucharon?!”
Texto y fotografía por Ali Zamora