Hay personas que sueñan un nuevo mundo y personas que lo construyen. El ejemplo de las morras de Albura sugiere que el slogan “otro mundo es posible… y ya existe en las sombras de este” podría ampliarse “y a la luz de sus montañas”. A 2,500 metros sobre el nivel del sea, entre el semidesierto de Peñamiller, y la matorraliza de Guanajuato, en un pliegue de la Sierra Gorda queretana, a una hora en mula tras el fin de la terracería, yace el bosque seco donde se erigirá “Albura, comunidad del Encino”. Un proyecto que no aspira a conquistar el mundo sino a sobrevivir a la civilización.
Érase un man navegando la red (¿hemos notado lo contradictorio de “navegar la red”?) que topó anunciadas 70 hectáreas de bosque a un precio trepidante. Convocó a compas. Once le entraron, de once, dos son morras de fuego que vieron la oportunidad. Una rentó una casita en Derramadero, último asentamiento del camino, a modo de base operativa de avanzada. La otra ya rentaba a la orilla de la carretera, cerquita de Tolimán cabecera. Ella, Itziar, tiene años trabajando en esa sierra, impulsando cooperativas, criando abejas. Cecilia e Itziar tienen amigas, tres de ellas, Marta, Flor, Gaby, se han unido al propósito de crear allá una comunidad que proteja al medio ambiente e intente ser foco de armonía entre la humanidad y su entorno.
Apenas la semana pasada firmaron las escrituras de propiedad, sus pininos son ir y acampar, acarrear herramienta y tambos, recorrer los cerros, experimentar la ausencia de uai fai, luz eléctrica y agua entubada; la presencia del viento, cortar leña y levantar fogón, bajar al manantial e improvisar artilugios con hojas para captar agua los días en que la piedrota del tamaño de tu sala transmina poca, saludar cuervos y chureas, recibir zorros y vacas husmeadoreas de la madrugada. Escuchar a los encinos. ¿Quién quiere la bendición del papa existiendo la de los árboles? Las morras caminan sin prisas ni pausas, con coraje, pico y pala.
El camino a la montaña es un proceso donde el aspecto físico-objetivo no debe distraernos de la parte más fina, esa que la mayoría de los eternos pretendientes no superamos: la intersubjetiva humana cara-a-cara. (Angelical).
Las morras han ido tejiendo sus intereses personales, sus disposiciones subjetivas, ideas y sentires, aspiraciones y despojos en esperanza, unidad en su diversidad.
Saben que transformar es transformarse.
Incluso, Gary, hermoso perro negro y orejón, aprendió a no abusar de perros más dulces que él en razón de haber recibido un poquito del amor de Ceci. Gary es perro, y sí es cabroncio mas no farsante, ama.
Pasar unos días con las morras fue lo equivalente a un regalo de God. En comunidad se interactúa, se hace, se discute diferente. A cierta hora de la fogata los cubiertos no distinguen bocas “Imagínense que nos vieran en pleno covid”/ “es que estamos pecoreando inmunidad”. En comunidad el otro, la otra, recuerda a la humanidad antes de la Expulsión, presentan una integridad y belleza que escapan al ser capitalizado. Tus células no son pixeles, es tu voluntad y no la inercia, tu voz, aura, es tu historia y no tu utilidad lo que se cuenta. En la montaña siempre estás entre la necesidad y el sueño. Y para decidir las morras utilizan cualquier cantidad de palabras, consideran un crisol de aspectos inimaginables para Gary y para mi. Eso sí, con esas palabras las morras generan una casa para cada cosa, un ritual para cada momento, un bienestar en cada acción. Gary es muy feliz, yo fui muy feliz. A veces me pregunto cómo logran las morras ser morras las 24 horas. Y luego están los silencios que contienen a la noche y sus corazones.
Infinitamente más importante será lo que ellas mismas tengan por decir.
-¿Qué es para ustedes ir allá?
-Ceci:
Es un anhelo cumplido poder tener un cachito de tierra en Derramadero, en el Bosque que es donde mas me siento en casa, conectada, arraigada, confiada.
Conocer de cerca a personas de esta comunidad me ha dejado muchas reflexiones con respecto a como nos vemos y a como nosotros vemos a las personas de comunidad, como las separamos y las vemos tan diferentes. Me queda claro que hay una polaridad muy grande impuesta por el poder para perder el contacto con los otros.
Estamos intentando construir con los otros, cosa que no ha sido tan fácil, pues esta misma polaridad nos hace ver raros, con desconfianza, pero nos han observado con el paso del tiempo y las personas se han ido dando cuenta de nuestro trabajo en equipo, en comunidad, la constancia, y eso es esperanzador para todas nosotras.
Ir allá representa para mi el trabajo físico, todo cuesta un poco más trabajo; tener agua, lavar trastes, bañarse, cubrirse del frío. También representa darme cuenta de mis privilegios, de valorar más las cosas que tengo y que no tengo.
Olvidarme del ruido de la cuidad, dejar mi cel olvidado por ahí, saber que trabajaré con el cuerpo, pero también me conectaré mas hacia la tierra, recargaré energías para la ciudad, para mis pacientes, para mí, más limpia y liberada. Ahora con el colectivo ALBURA me siento mas esperanzada y con mas certeza de hacia dónde vamos y como ir siguiendo los procesos sin correr. Esto también ha generado la participación de otros compañeros, amigos, familiares y ha sido súper enriquecedor sabernos acompañadas en este proyecto de vida.
El pensar construir allá es un reto físico, de planeación, económico y de estrategias difícil, pero en este proceso vengo aprendiendo que tengo más capacidades de las que pensaba, y que siempre el trabajo compartido con las y los otros es mejor.
-¿Qué es “albura”? aunque me preocupa más la primera pregunta.
-Itziar:
Albura es la parte de los árboles que está entre la corteza y el centro del tronco. Es la parte más joven y vigorosa, generalmente de color claro, y a través de todas sus células es la que se encarga de llevar agua y nutrientes tanto al duramen (centro) como a la corteza, al interior y al exterior. Nostras hicimos varios ejercicios y reflexiones que nos permitieron llegar a este nombre porque en este bosque de encinos somos una parte súper jóven, no tenemos nada de experiencia. Pero nos interesa ese pecoreo, ese lleva y trae de alimento a este bosque de encino para nutrirlo y seguir cultivándolo. No creo en la conservación, no me interesa. Creo que políticamente se puede utilizar en ciertos contextos y en ciertos discursos pero hay que tener cuidado porque conservar puede ser el dejar intocadas las cosas. A mi lo que me interesa es cultivar el medio, por su puesto que defenderlo, por supuesto que mantenerlo, pero además poderlo sostener con mi presencia. Porque sé que mi presencia de alguna manera es violenta al territorio porque no soy de ahí, tendría que encontrar todo el tiempo las maneras de integrarme, y la manera es ir entendiendo sus ciclos. Yo llevo y traigo porque no somos de ahí, estamos entrando, estamos saliendo. Más que conservar nos acomoda cultivar.
Eso es Albura, es este proyecto colectivo de cinco chavas: es Ceci, es Gaby, es Flor, que todas venimos de experiencias y generaciones diferentes, y que decidimos trabajar juntas y compartir parte de nuestros trayectos de vida en la ocupación de este bosque de encinos, en habitarlo, vivirlo.
Al lugar le pusimos “Albura, Comunidad Encino” y nosotras tenemos nuestro propio nombre de nuestro colectivo. Que me da un poco de pena decirlo, nosotras somos “Albura, Guardianas de la Tierra Fértil” no sé si eso queremos que se sepa pero te lo platico a ti ¿no? Como para diferenciarnos del lugar y del colectivo (que compró bastante tierra quien sabe para qué). El colectivo somos estas cinco mujeres que además tenemos un interés muy particular en la construcción con tierra, bioconstrucción o como ahora tantos nombres se les diga, y que además queremos entre experimentar, jugar, conocer y desarrollar habilidades para construir nuestra vivienda partiendo de lo más básico que es lo que hay en el propio territorio y tratando de meter lo menos posible, aunque seguramente meteremos cosas de fuera. En ese sentido debemos conocer bien al territorio para saber qué podemos y queremos meter. Y obviamente pensar en la vivienda implica un montón de cosas ¿no? Implica pensar en los lugares, qué queremos para los lugares, dónde es el mejor lugar, cómo saber cuál es el mejor lugar; y no es mejor un lugar en tanto mi gusto, en tanto mi satisfacción o mi placer, sino en tanto a lo que dice el terreno. Es todo un viaje. Nos interesa desarrollar una vida y desarrollar una comunidad, no sabemos eso cuánto tiempo nos va a llevar pero sí es nuestro horizonte. Y si bien, Gaby, Flor y Marta no tienen tierra, hemos reiterado que las deseamos parte de nuestro proyecto, no estamos pensando “nuestra tierra es el cacho que nos toca y se acabó” sino que podemos ahí negociar o hacer cosas. Y por otro lado justo mañana firmamos las escrituras con lo que culmina un primer proceso, esperamos todo salga bien para que no tengamos conflictos legales. Pero también para poder ofrecer ciertas certezas a las compañeras Gaby, Flor, Marta.
Eso es Albura, está muy chiquito en términos de edad, le empezamos a dar más un poquitito antes de la pandemia y la verdad es que hemos trabajado muy bien. Creo que cada una tiene sus intereses muy a flor de piel. Y son diferentes y coinciden, eso es lo que hace que por ahora camine. Cecilia y yo tuvimos el interés de un pedazo de tierra, nos comprometimos con todo lo que implica adquirirla. Cecilia y yo venimos de experiencias y procesos distintos que se engarzan y se complementan. Marta viene de otra serie de procesos de defensa del territorio y de ecofeminismos muy interesantes, y le gusta estar acompañada y tener espacios donde pueda compartir y transmitir todo su saber, su conocimiento, sus habilidades, y donde seguir haciendo cosas. Yo creo que a Marta le da mucho vigor este tipo de proyectos que siempre hemos estado como… como.., pues pretexteando ¿no? Y en el caso de Gaby y de Flor, que son todas estas cosas que a su vez ellas también vienen de sus experiencias organizativas y tal, a ellas les interesa un chingo la construcción con tierra, y en ese sentido les interesa desarrollar habilidades, sabidurías, principios de la construcción con tierra que les ayude a tener más herramientas para seguir chambeando en este proyecto. Florina es arquitecta, muy clavada en entender la tierra y más allá de entenderla meterse, meter las manos y todo el cuerpo a esto y en su momento ya se irá viendo qué forma va tomando en su vida profesional. Y Gaby igual, estudió Desarrollo Humano para la Sustentabilidad y a partir de la construcción de un baño seco en el campus se empezó a clavar muchísimo en esto y ahora está haciendo su maestría en Arquitectura Sustentable, y le late pues. Les late ver todo esto, para ellas también cumple un interés de desarrollo profesional muy específico. Yo no sé, no sabemos si esto va a durar cuánto tiempo pero digamos que ahora funcionamos muy bien porque esos intereses están a flor de piel. Están dichos, están hablados, son distintos, son diversos pero conviven, y se conjugan y se necesitan.
Y ya nada más por último, lo último que hicimos fue fusionar mi cooperativa Flor y Canto, que es lo de productos y derivados de la colmena, con Albura, como una alternativa económica. Aunque ellas no están encargadas del apiario puedo pedirles que colaboren en ciertas cosas, ahí apenas tienen un mes, a lo mucho dos. La intención es que Flor y Canto genere un goteo para cada una de nosotras. Y aparte tenemos un fondo, que lo trabajamos como una Caja de Auto Financiamiento y soluciona, por una parte vicisitudes personales, mientras genera un fondo para Albura.
No pues dime cuál era la primera pregunta …era algo de …eso, cómo de que… yo …qué había visto al estar allá ¿o algo así? Es que ya no me acuerdo bien y seguro tú lo tienes más claro.
Porque ya viste que me puedo viajar muchísimo en un audio.