Nos complace anunciar el retorno de Alejandra Meza a esta casa editorial 🙂
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Hermosillo, Sonora.-
Patricia Hernández Espinoza va a contarnos qué le cuentan los huesos. Le toca a la Antropología Física su turno dentro del ciclo de conferencias “Tardes de CaféINAH”, donde los investigadores adscritos al Centro INAH-Sonora (Instituto Nacional de Antropología e Historia) ponen el café y promueven la adicción por la historia.
Al calor del café se esfuma todo atisbo de formalidad y se acrecientan las ganas de acercarnos, aunque sea un poco, a las formas de significarse que tuvieron nuestros antepasados aridoamericanos. Quizá adquiera nuevos sentidos esto de vivir en el desierto.
Patricia proyecta algunas imágenes y, donde yo apenas veo unos huesos como brotando de la arena, ella ve personas: sexos, edades, pautas de alimentación, clase social, estado de salud, rituales funerarios y aspectos otros que construyen individualidades.
Dientes “pala” indican hombre prehispánico; las formas y medidas de una cadera si era hombre o mujer, menor o adulto; ciertas marcas en los dientes si comía carne con frecuencia o principalmente hierbas; otras, si de rodillas y apoyado en los talones pasaba horas moliendo maíz en un metate o si andaba los caminos encorvado, con una carga pesada sobre la espalda y atada a su frente.
¿El cuerpo fue dispuesto boca arriba o de panza? ¿Lo acompañaba alguna alhaja, una pieza de cerámica, ningún objeto? ¿Tenía alguna modificación deliberada en su cráneo? Cuántas cosas nos permite conocer una osamenta –conocer tanto del propietario como de sus deudos- y en el específico caso de lo que hoy es Sonora, el estudio del material osteológico en posesión del INAH derive quizás en un mapa más detallado de las cinco tradiciones arqueológicas que aquí habitaron: Trincheras, Serrana, Huatabampo, Casas Grandes y Costa Central.
Entre otras cosas, nos cuenta Patricia Hernández Espinoza que los datos arrojados por la antropología física permiten confirmar el salvajismo con que actuaron los virus y las bacterias en suelo prehispánico y que la tuberculosis ya había matado a muchos antes que los españoles la trajeran (con lo que me encanta culparlos de todo).
Si pudiera viajar tiempo atrás, buscaría a “Oqui Ochoa” (en ópata Oqui significa “mujer”) para ver cómo era el rostro que portaba el esqueleto que hoy nos mira con sigilo desde el petate con que fue amortajada entre los años 1200 y 1600: presunta curandera muerta en sus treinta y tantos años, rodeada de algunas ofrendas, y recuperada durante excavaciones del Proyecto Arqueológico Sierra Alta de Sonora, en el municipio de Bavispe.
Osamenta de Oqui Ochoa
Viajaría a Tastiota, al momento en que fallece o es enterrado el “Gigante Seri” –prehispánico, etnia Comcáac, 1.80 metros de estatura- a ver si logro captar el sentido de las 900 cuentas de concha halladas en su boca y derredor.
Le contaría a la niña “Juanita” –unos 6 años de edad, entre el 900 y 1400 d.C., Bavispe- que se le ha roto el corazón a la antropóloga Hernández Espinoza al ver en su cráneo huellas de escorbuto, signo de la hambruna que habría parado su crecimiento unos meses antes de morir. Bueno, a ella mejor no le contaría estas cosas.
La charla acaba y el café, mas no las ganas. La conversación se traslada de la biblioteca a un espacio abierto de la otrora Antigua Penitenciaría de Sonora, recinto que alberga al Centro INAH y al Museo Regional (cerrado éste último por remodelación durante un tiempo que ha parecido eterno y echado de menos profundamente cuando se pregunta qué hacer en este terruño).
Cuando me remonto a mi infancia, a veces aparezco aquí: con mis padres y hermanas atravieso sin ver las salas de historia y urjo en llegar a lo que alguna vez fuera una celda de castigo. El silencio contundente de ese pequeño espacio se halla inscrito en mis huesos y memoria.
“Todo lo que hacemos y somos, todo sitio que habitamos deja su registro en nuestros huesos”… y vienen en tropel algunos recuerdos: el cerro que aloja a esta cárcel convertida en museo, los dulces y caídas de la niñez, algunos movimientos de baile, el cotidiano diálogo entre mi pie izquierdo y el embrague del carro, bolsas y morrales colgadas al hombro en los últimos años, la tensión del cuello frente al monitor, el teclado con que escribo este texto… que ya no sé si lo escribo yo o son estas letras las que percuten mis dedos y se anexan a la historia que contarán mis huesos.
Por Alejandra Meza
Fotografía proporcionada por Martha Solís – INAH Sonora
Muy buen texto!
Excelente artículo.
Gracias, Eva. Me alegra que te guste 🙂
ME GUSTAN LAS HISTORIAS GRACIAS 😀