Vivimos en una sociedad de arte. Aunque usted no lo crea, es así. Nos gusta hacer el teatro, quiero decir, fingir, actuar, palabrear, y que nos aplaudan y alaben. Quizás sea como el like, la notificación de que a alguien le gustó nuestra opinión o meme. Para esto traeríamos a colación a Joseph Grenny y David Maxfield quienes interpelaron al like de Facebook, el “me gusta”. Ellos comentan que perdemos una conexión con el mundo tangible con tal de injertarnos en el mundo virtual, los aplausos mudos. Con esto vuelvo al principio. Nos gusta aplaudir al teatro, que nos aplaudan como teatro y hacer teatro de una manera impresionante.
El viernes pasado, en la diáspora de junio, 29 de ese mes, nos cayó como bomba molotov a Maduro la noticia de que el Consejo Ciudadano de Transporte Público demandaba un aumento en la tarifa del transporte: de 7 pesos, en tarifa regular, a 11.50 pesos. El mundo se volvió loco. Los yaquis bailaron, los mayos retumbaron y los seris dejaron de pintarle las caras a los turistas en Punta Chueca. Las críticas brotaron como acné puberto. Se apretujaron tanto las redes sociales que era difícil no encontrar un artículo al respecto en vez de un video gracioso o un meme mal hecho, quizás robado de WhatsApp. Varios periodistas hicieron una investigación a fondo, al igual que medios de comunicación. Se calculó como un incremento ridículo del 60.86% (igual que el aumento en las cocas y papitas alguna vez). La sentencia estaba dada.
Se gastarían nada más y nada menos que 23 pesos en dos viajes, cuatro por 46 pesos. Las cuentas crecían conforme las buscabas. Al mes sería un total 690 pesos por dos viajes y 1,380 por cuatro. Al año ya la suma era ridícula: 8,280 por oler a pacuso en un sardinesco horno en dos viajes y 16,560 pesitos nada más por cuatro viajes.
Asimismo, las críticas involucraban la relación que el aumento estaba evitando con respecto al salario mínimo, el incremento de la gasolina en el pasado enero y la desestabilización que se venía para la economía familiar. El transporte en Sonora sería ya un lujo, no una necesidad. Tomar cuatro camiones comprenderían más de la mitad del salario mínimo en el país. Todo por un camión pintado del enterrado SUBA.
Se intenta comprender: la determinación de esta alza viene por supuestos estudios técnicos (claro está que el socioeconómico del estado no está involucrado en ellos), incremento en el costo del diésel, un costo elevado de remuneración para operadores, adquisición de nuevas unidades junto con su propio mantenimiento para, así, ofrecerle (por fin) al ciudadano un transporte no-tan-jodido. Lo que le hincha al protestante es la patética excusa de “no ha habido aumento desde julio del 2011”. Claro, claro, a todo esto aclararon que la tarifa monumental de 11.50 (porque esta era la propuesta por el Consejo) sólo sería en Hermosillo, Cajeme, Navojoa y una parte de Guaymas, y que en el resto de las ciudades sería de 7 pesos, incluyendo un aumento del 18% en el pasaje suburbano y foráneo. Con esto voy a lo siguiente: distintos poblados cercanos tanto a la capital como a las principales urbes del estado toman como referencia a los anteriores sectores; van a la ciudad en búsqueda de productos básicos, salud y trámites burocráticos. ¿Qué pasará con ellos? ¿Con la gente que viene desde fuera y se topan de a madrazo los 11.50 pesos que desembolsarían? No habría nada más que hacer que refunfuñar al fondo de la sardinera y pagar lo que se debe, ya sea por evitar broncas con el operador o por apuro.
La histeria colectiva se hizo escuchar. Nadie estaba de acuerdo con el aumento a la tarifa del transporte. Aun así, se estaba creyendo y suponiendo entre distintas voces y estudios que esto no era nada más que taparle el ojo al macho, que el Gobierno saldría como el héroe de la película mal hecha. No obstante, luego atacó Sictuhsa la sangre citadina sonorense: ahora ellos querían un aumento más hasta los 13.50 pesos. Acto seguido, todas las unidades en la capital (algunas no) portaban en su retrovisor (tal y como fuera su código de ética o valores) la leyenda “se requiere tarifa de 13 pesos”. Esto lo guardé en mi memoria, mientras una gota, dos y tres, de sudor rodaba mi espalda ligeramente y el olor impregnaba los rincones de la sardinera UNE. Las estadísticas se volverían locas con esto. Ya era suficiente saliva escupida en la cara del sonorense. Y de a gratis. Pero aún con todo esto, la planificación de la película y su héroe maravilla se veía a venir sin detenimiento.
Hoy 4 de julio (tiren cuetes, gringos), alrededor de las 2 o 3 de la tarde, la Gobernadora del Estado de Sonora, Claudia Pavlovich Arellano, salió. Si usted creía que la única película de una superheroína sería La Mujer Maravilla con Gal Gadot, estaba equivocado. La Mujer Maravilla 2 aterrizó en nuestros campos. Y no sólo salvándonos como los indefensos que somos, sino lanzando su nuevo poder (recién adquirido): ¡Subsidio Power!
La “gober” comentó que no estaba de acuerdo con la calidad de las unidades (vaya, qué sorpresa) pues algunas se presentaban en situaciones deplorables, junto con un mal servicio por parte de los operadores, pero que tanto nosotros como el Consejo Ciudadano de Transportes y Sictuhsa tenían opiniones y se valía que fuesen escuchadas. Empero, haría todo lo posible para evitar que un alza del transporte golpeara de tal manera a la economía familiar, incluyendo que el apoyo a estudiantes y adultos mayores de 60 años se mantendría en pie. Las palomitas aún no se me acaban y esta película ya agarró su lado cliché, así que será hora de salirse de la sala y pedir un rembolso.
Ya quedó la cosa y al parecer será oficial. Habrá que esperar a que el subsidio ofrecido por el Gobierno del Estado se apruebe y sea publicado en el Boletín Oficial. Como diría el Tropicalísimo Apache: “A 40 grados, gober, yo me quiero quemar. Cuando estoy en el camión, el calor me sofoca y me quiero bañar.”
Dedicado a Juan Ruflo, por “No tenía ganas de nada. Sólo de vivir”, y a Esperanza Gómez Rodríguez (QEPD).
En portada, nótese el rostro adusto del pasajero, sabedor del enésimo aumento a la tarifa en lo que va de su desgraciada vida.
Fotografía de Benjamín Alonso