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¿Acaso la ignorancia, como alegaba San Juan de la Cruz, sólo sirve a los ignorantes? ¿O la noche sólo es, como señalaba John Milton, el poeta místico, para dormir? Aunque todos miran a la naturaleza y a sus reflejos, sólo algunos admiran su misterio y el artificio que los originó. Así es como unos desdeñan sus verdades mientras otros se rinden a su magnificencia. Quizá son como los murciélagos, que no les sirve la luz, o como los mirlos, que no les sirve la oscuridad; porque hay, sin duda alguna, quienes sólo ven a las claras y quienes también ven a través de las tinieblas.
Todo esto me sirve para descifrar, más allá de lo evidente, a Ménage à trois (ISC, 2018) de Orlando Quijada: un poliedro literario construido con cuatro tramas disímbolas, donde encontramos a personajes tan distintos que se vuelven complementos de una obra total. No repite el mecanismo de El público de Federico García Lorca, ni de Hamlet de William Shakespeare, ni de Seis Personajes en busca de un autor de Luigi Pirandello. Lo mejora, distanciándose de estos prestidigitadores del espacio y del tiempo teatral.
Las características de aquel libro permiten tanto la independencia de sus elementos como su convergencia, para el surgimiento de un teatro sobre otro: una metaficción que desestabiliza la percepción misma de la realidad. Aunque son cuatro obras, sólo una de ellas se volverá la base donde otros personajes y otras tramas se unen para armar esta pirámide de cuatro caras (una figura geométrica que muestra tres caras mientras disimula una: la plataforma que sostiene a los demás).
Una pirámide de cuatro caras
Ménage à trois es un tetraedro de cuatro caras que impone un reto a los lectores y los espectadores de hoy; porque permite, como avisa su autor, una lectura continua y discontinua de cada una de las partes de este conjunto literario. Esto se debe a que, de modo estricto, Ménage à trois es un espectáculo teatral que enmarca tres piezas breves en torno a las representaciones más modernas y más antiguas del ajedrez. En ellas, Orlando Quijada muestra las vicisitudes de Presentador, un desenfadado host de una muestra teatral dedicada a Gari Kaspárov (un Gran Maestro Internacional y Campeón Mundial de ajedrez), donde se representará la vida y milagros de Calixto Saviano, un excéntrico patriarca, cronista deportivo y dueño de una productora de programas sobre este juego de mesa; el descontrol de Madre, una inquietante matriarca, porrista declarada y albacea de las alegrías de su hijo, un campeón mundial de aquel deporte; y las heroicas acciones de Hipoós, un denodado y agraciado fratriarca que, después de convertirse en rey, será destronado a causa de sus propias decisiones.
Se trata, pues, de una obra teatral que reúne a tres hebras narrativas que se esconden y reaparecen para, estratégicamente, resaltar u opacar las vidas de otros no menos bélicos personajes. Decir que son tres piezas en una, no es una perogrullada: «El juego del fin del mundo», «Jaque al rey» y «Epístola a Belerofonte», son una triada de enfoques y estilos dramatúrgicos que deben leerse/verse por separado, así como deberán leerse/verse de manera conjunta en esta casa narrativa que las reúne para su publicación, o en aquel recinto teatral que las cobije para su representación.
No obstante su individualidad, estos tres títulos están subordinados al galicismo que nombra el libro: un concepto que denota un triángulo amoroso y que connota una forma geométrica que da coherencia a esa farsa teatral. Su autor demuestra, con cada uno de sus personajes centrales, cuatro rostros de la realidad: el rostro de dios, del padre, la madre y el hijo, como una puesta al día de las narrativas de la antigüedad. Es así como esta forma geométrica ayudará a comprender el trasfondo simbólico de una obra teatral que, en sí misma, tiene cuatro nombres; porque el primero de ellos las reúne bajo una fingida muestra de teatro sobre el tema del ajedrez y los tres restantes, como veremos a continuación, muestran cada uno de los universos donde se ha representado el juego milenario del ajedrez.
La cara patriarcal
El juego del fin del mundo es una comedia que aborda los altibajos profesionales de don Calixto Saviano, un sexagenario ex jugador de ajedrez, que se ha convertido en un empresario y promotor de este deporte en la televisión de paga. A través de seis jornadas descubrimos cómo su vida se convierte en un juego de ajedrez, porque su reinado está a punto de recibir «jaque» por los más insospechados contrincantes. Con su ausencia, el orden jerárquico y su preeminencia en el mundo televisivo está a punto de caerse en pedazos. Don Calixto es, al fin de cuentas, el símbolo del orden patriarcal.
Esta primera obra teatral sobre el juego de ajedrez aborda, con un lenguaje contemporáneo y desde un contexto cultural ávido de este juego de mesa, una serie de vicisitudes que viven los adultos mayores; entre las que se encuentran la soledad, la carencia de patrimonio y las dificultades económicas, que también padecen otros miembros no menos vulnerables de la población mundial.
La cara matriarcal
Jaque al rey es un drama que aborda la relación madre e hijo durante el crecimiento y consolidación profesional de este último. Se trata de una lectura indirecta de las relaciones humanas, ya que vemos a Madre a través de su hijo, así como a Hijo a través de su madre. Madre es, sin duda, el símbolo del orden matriarcal. Su diferencia con el orden patriarcal no es un dominio sobre un territorio o de las cosas que se encuentren dentro de él, es un dominio sobre los significados que damos a la existencia en común desde una jerarquía distinta.
En esta segunda pieza teatral, el tema del ajedrez también se vuelve accesorio, cuando Hijo está luchando contra Deeper Blue, «un cerebro de chips y corazón de silicio». Madre es, en esta trama, una salvaguarda providencial: da, con el amoroso sustento de su conocimiento, con un sentido más humano a este juego de mesa. Las piezas, en realidad, no son de hueso, plástico o de metal: son ejércitos blancos y negros compuestos de carne y sangre, que pierden la vida en nombre de los reyes o de sus dioses.
La cara fraternal
Epístola a Belerofonte es una pieza teatral, de carácter trágico, que aborda la vida de Belerofonte, un guerrero errante, que carga un mensaje sellado con la orden de recibir su propia muerte. En una trama dividida en seis cuadros, advertimos cómo Belerofonte (el nombre-estigma que recibe Hipóos por matar accidental de su hermano Belero), supera todos los obstáculos, antes de cometer una imprudencia: creerse un Dios y no un hombre entre los hombres. Hipóos es, a fin de cuentas, símbolo del amor y desamor fratriarcal.
De un despiadado remitente a un ingenioso destinatario, descubrimos cómo la voluntad de Hipóos, el héroe trágico, es la fuerza más poderosa y necesaria para acometer cualquiera de sus empresas, así como el mal juicio será su fuerza más destructiva. Aunque la historia y los personajes de esta tragedia griega están basados en varios cantos antiguos, Orlando Quijada recrea la anécdota y reinventa el lenguaje solemne, propio de este género, porque sus personajes pertenecen a un universo monárquico del siglo IV antes de Cristo (donde las personas padecen los humores de las divinidades y los súbditos padecen los ánimos de los reyes), aunque sus vestimentas los ubican en una época actual, tan llena de anacronismos: los reinos reales o metafóricos del siglo XXI.
A través de la magia del teatro descubrimos cómo los actores de este siglo encarnarán sobre el escenario a los héroes y anti-héroes de otras épocas, tan similares a los cotos de poder de algunos reyes y algunos mendigos de hoy, porque su búsqueda del poder los hará caer dentro del vórtice de uno o más reinos donde sucumbirán físicamente por su propia ruina moral.
Por J.G. Medrano