Guerrero Negro, Baja California.-
Esa mañana mi papá y yo andábamos en el patio de su casa viendo cómo iban sus higos. Mientras nos comíamos unos para comprobar qué tan maduros estaban, vino a mi mente todo esto que leerán más abajo porque mi padre me dijo algo muy semejante a lo que me dijo aquél ex compañero de trabajo… y de fumadas.
En el tiempo en que esto sucedió yo era un estudiante foráneo de la Unison, hace ya algunos años de eso, algunos veranos. Aunque hacía musho pinshi calor no venía a mi pueblo y me quedaba en Hermosillo trabajando en lo que sea: de esa manera pude conocer qué era estar en una línea de producción en una maquiladora; hacerle al emprendedor limpiando terrenos en un Ranger caja-larga que tenía; darle mantenimiento a una mega pantalla de publicidad viejísima que estaba arriba del Rin-Rin Pizza del bulevar Kino y Morelos, entre otros trabajos no menos importantes.
Uno de esos veranos trabajé en el hotel Fiesta Americana de la capital sonorense, era de los hoteles más fresones y estaba cerca de donde vivía en ese entonces, en la gloriosa 5 de Mayo, como decía el spot de la extinta Radio Bemba («un mundo donde quepan muchos mundos… la democracia de las calles en frecuencia modulada«).
Por cierto, los choferes del ex gobernador López Nogales eran bien marros y también ahí pude ver en persona al gran Julio César Chávez la vez que el empalmense José Luis Castillo peleó contra un coreano en el CUM, pero ni cuando tumbarles una foto, en esos tiempos ni usaba celular y aunque tenía una pequeña cámara nunca me la llevaba al trabajo. Qué plomo, ¿no?
Solo trabajaba en el turno de noche por el pinshi calorón y los jueves eran mi días favoritos: tenían bufet de comida italiana y lo que quedaba en los estantes nos lo comíamos los ganadallas del turno de noche, como debe ser. ¡Matanga dijo la changa!
Bueno, lo que les platicaré poco tiene que ver con todo eso, solo tenía ganas de recordar mis cachetes llenos de espagueti, los rabioles, la lasagna… un lujo que en aquellos entonces no podía darme sin esfuerzos extras, pero como era gratis… hacíamos valer el refrán de: “no le pido a dios que me dé sino que me ponga donde hay” .
Como ya lo saben, solo trabajaba de noche, cuando me daban ganas de fumar iba con el guardia encargado del estacionamiento de atrás, quien era un señor que me caía muy bien pues compartíamos dos cosas: el gusto por las rolitas de Bob Marley y que a ambos nos caían bien mal el gorila supervisor de los guardias y el chef del hotel.
Ya en confianza, en una ocasión le pregunté que si porqué siempre usaba camisa manga larga, teniendo en cuenta que en la Ciudad del Sol cuando escuchas que «la máxima de este día serán 42 grados centígrados» la gente dice «a que a toda madre, va a estar relax«, pues generalmente en julio y agosto el termómetro supera los 45 grados, cagado-de-la-risa.
Me mostró sus brazos y al ver las marcas y la inconfundible tinta Pelikan inmediatamente entendí… para poder trabajar en ese lugar ocultaba su pasado crossliner: ex adicto a la heroína y ex convicto. No hablábamos de eso, ¿pa’qué? Me confortaba saber que hayas cometido el error que hayas cometido, todos merecemos otra oportunidad, máxime si purgaste una condena. De eso se trata la reinserción social, ¿no?
Un día mi curiosidad se desbordó y le hice una pregunta que rebotaba queriendo salir cada que iba a fumarme un cigarro a su pichonera, como le decíamos a la caseta: quería saber qué era lo que mi amigo extrañaba más cuando estaba dentro de la penitenciaría, que no fuera lo obvio: familia, pareja o amigos.
Me respondió que cuando estaba en Hollywood (puras estrellas están ahí) lo que más extrañaba aparte del olor de la hornilla, los frijoles refritos y los tamales de carne que hacía su mamá, bañados en una salsa de chiltepín, era estar en el patio de la casa de sus padres en Santa Ana, Sonora, comiendo higos en la sombra de los árboles.
Hoy mi papá me comentó que la razón por lo que le gusta tener árboles frutales es porque le encanta poder disfrutar de sus frutos allá en el patio a gusto en la sombrita. Y le doy la razón. Les doy la razón.
La enseñanza que me dejó aquél compa, de quién malamente no recuerdo su nombre (tampoco le pregunté por qué había estado preso, ¿pa’qué?), fue que la dicha está en esos pequeños detalles intangibles que nos rodean y que la mayoría de las veces ignoramos por pensar que está en las grandes cosas.
En 2017 y 2018 recibí varias amenazas de muerte vía mensaje de texto a mi celular por parte de miembros del crimen organizado que operaban en ese momento en la región donde vivo, los de la plaza, como les gusta autonombrarse, por darle cobertura a notas relacionadas con sus actividades.
Recuerdo una de las primeras amenazas que me llegaron al teléfono fue una vez que hice una transmisión en vivo de un homicidio ocurrido dentro de una tiendita donde venden del maligno: le pusieron un cuatro al bato, le dijeron que le comprarían unas langostas güateadas* y en vez de eso, cuando llegó al punto, una pistola 9 milímetros lo recibió escupiéndole fuego.
“Mira pinchy reporterito de mierda, ya sabemos dnde vives y en la eskuela donde trabajas, te vamos a desaparecer, baja la pinchi nota y no kiero ke me vuelvas a subir otra somos los nuevos y no estamos jugando pinchi perro” [sic]
Cada que huelo el azahar del naranjo del patio de la casa de mis padres y el olor a mar por las mañanas pienso: “que culeros estos batos, me querían privar de esto, ¡que chinguen a su madre!”.
Sí, la dicha está en los pequeños detalles… y en hacer lo que a uno le apasiona. Tampoco me dejarán mentir: los madrazos son catárticos.
Is this the rat race?
*Güateado: Regionalismo utilizado en ambos estados de la península de Baja California (y en Sonora también, intervino el editor) para referirse exclusivamente a productos del mar pirateados, es decir, extraídos de manera ilegal: sin permiso, sin cumplir con el tamaño oficial, en veda. Güateros se les llama coloquialmente a las personas que se dedican a estas actividades ilícitas.
Texto y fotografía por Efra Patiño