Maravillosas aventuras infantiles de ayer, quién sabe si de hoy…

[hr gap=»30″]

Recuerdo que de niños siempre buscábamos inventar cosas, desde naves espaciales que dibujábamos en nuestros cuadernos hasta modificaciones a nuestras bicicletas. Estuvimos en constante búsqueda de inventos y muy apegados a las maravillas que nos ofrecía la ciencia en nuestra infancia. Una tarde descubrimos que podíamos hacer un lanzallamas con un bote de aerosol, durante la mañana estuvimos ideando cómo podríamos descubrir si aquello era cierto. Esas horas fueron las más largas de nuestra vida, pues queríamos llegar a casa para descubrirlo. 

La hora de salida de la escuela por fin llegó y nos dirigimos a casa de Carlos, pues su mamá era la única en el pueblo que usaba fijador para el pelo en aerosol. Aprovechándonos que su mamá atendía el negocio de comida, tomamos prestado el aerosol, despejamos la mesa de la cocina y descubrimos que nos faltaba el objetivo a disparar. Primero pensamos en un soldadito de plástico, tal vez porque relacionábamos el lanzallamas con la guerra. Descartamos esa idea porque Carlos no tenía soldaditos, yo sí, pero no podíamos perder tiempo en ir hasta mi casa. Por fin seleccionamos un blanco, se trataba nada más y nada menos que de un magnifico popote de plástico.

Fuimos a la cocina por la caja de cerillos y a echar una ojeada para ver si no venía su mamá o alguna otra persona. No había moros en la costa y nuestro experimento comenzó. Fijamos el popote en una esquina de la mesa, como para asegurarnos de dar en el blanco. Carlos alego que tendría que ser él el que disparara pues se trataba de su casa, su aerosol, sus cerillos y su popote; yo acepte un tanto aliviado, porque en el fondo sentía miedo.

Sin pensarlo más, encendió el cerillo y apuntó, yo me retiré un poco cómo si presintiera una desgracia, Carlos disparó y dio en el blanco. Cómo no iba a acertar si era un lanzallamas, el cual no sólo cubría el popote sino la mesa entera, cosa que aún no nos dábamos  cuenta, pues no eran unas llamas normales, se trataba de unas llamas casi transparentes y a la vez azuladas. Al percatarnos de que toda la mesa ardía gritamos a la vez, uno «agua» y el otro «tierra»; «no tierra» dije yo y corrimos al baño por agua. Sofocamos nuestro primer incendio y la mesa quedó empapada y destilando. El corazón casi se nos salía del pecho y en ese momento entró su mamá, al ver la mesa empapada y agua por el piso nos regañó, nosotros alegamos que estábamos limpiándola, pues se había derribado un jugo en ella y queríamos hacer tarea, yo tuve que asumir la responsabilidad. Su mamá se retiró no sin antes decirnos que quería que dejáramos impecablemente limpio y remató con aquella palabra suya: “Cabrones”.

Y ese día aprendimos a hacer un lanzallamas con un bote de aerosol.

Texto y dibujo por Rigoberto Bujanda Reyes

Sobre el autor

Nacido en Hermosillo (1987) pero crecido en La Colorada, también Sonora. Aunque Ingeniero Civil por la Unison, se ha desempeñado como promotor cultural en su pueblo, formando a niños en las artes del dibujo y la pintura. Fundado del museo comunitario "La Colorada" y coordinador del club de lectura Leer para ser Libres. También Jefe de Operaciones en Chutama's Film y Cronista Municipal Vitalicio de La Colorada.

También te puede gustar:

4 Comentarios

  1. Excelente artículo, me transportó a mis aventuras de niño también :). Saludos ING. Rigoberto. Un fuerte abrazo y te deseo éxito en todo lo que te propongas, ya que talento tienes de sobra.

  2. RIGO me encantoooo la manera en q compartes la aventura de tu infancia, excelente redacción, parece q los veo haciendo el lanzallamas; Dios los hace y solos se juntan 😂

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *