Hay que reconocerlo de entrada: el deporte profesional dejó de tener esencia deportiva pura cuando se convirtió en negocio. En negocio archi-súper-recontra-millonario, quiero decir. Ahí cambiaron las reglas para todos: patrocinadores, medios de comunicación, atletas, aficionados y, particularmente, para los jueces.
Es como la política: cuando nuestros representantes populares (independiente del país) le encontraron gusto a los millones (independientes de la moneda), se acabó con la visión de beneficio social común y todo se volvió pura vida. Al grado de que un ícono del priísmo señaló alguna vez: “Un político pobre, es un pobre político”. Pero mejor hablemos de futbol, que no es lo mismo pero es igual, según Silvio.
Hoy me referiré a la famosa Champions League, o simplemente Champions, y en específico del encuentro entre el Bayern Munich y el Real Madrid. No del resultado final y de quiénes anotaron los goles, que ya todo mundo conoce, sino de lo que llevó a ese resultado.
Y es que a veces, en ciertas ocasiones, en ciertos aspectos y en ciertos ámbitos, tiene que pasar algo tan grotesco, tan inimaginable, tan notoriamente descarado para que personas con distintas historias, de distintas clases sociales y nacionalidades puedan llegar a un acuerdo, por fugaz que sea. Es una hipótesis solamente, pero a final de cuentas para que tanto la mesa redonda de ESPN (en inglés y en español) haga eco con la mesa redonda de FS1, para que hasta Televisa y TV Azteca lo mencionen (aunque muy a regañadientes) en el mismo aliento y con los mismos tenores, entonces sí debe haber unas pocas de interrogantes.
Y no estamos hablando de la controversia creada por el hecho de que el Real Zamora avanzó a los cuartos de final de “la Liga Universal de 8×8 en el Río de Los Angeles” habiendo perdido sus últimos 5 partidos por goleadas y obtenido su última victoria por default. No. Fue, lamentablemente, en un escenario mucho más establecido y en una situación mucho más triste; quizás no para fanáticos de un solo equipo (aunque sí cuentan), sino para la personificación y esencia del deporte limpio y la contienda justa. Bien dijo Steve Nicol, con claro asco, acento británico-escocés y disgusto:
«I thought the days of playing away in Europe at a disadvantage were over… but we just saw they’re not»
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Yo he hablado anteriormente respecto a lo peor que me ha tocado vivir como aficionado del fútbol y de un club en particular, el Deutscher Fußballmeister / F-C-B / Bayern Munich. Entiéndase la final de la Champions League en el Camp Nou en 1999. Pero aquél suceso es posible asimilarlo como un “acto de fútbol” –parafraseando a mi compañía de seguros cuando me dicen “that’s an act of god”. O sea: “no está cubierto”, chale.
Sin embargo, lo sucedido en Madrid en los cuartos de final de la Champions el 18 de abril del presente (lo tengo yo) fue tan incómodo que no es posible asimilarlo así nada más como un acto de fútbol o de (chicha)dios, por lo que prefiero no hablar de cómo me hace sentir eso y referirme a otros que saben más del deporte que yo.
Bien dije que coincidían las grandes mentes en las mesas de análisis de los canales deportivos respecto del encuentro Real Madrid versus Bayern Munich, y es que era notorio en los televisores y en los videos en las redes sociales:
Rob Stone trataba de guiar la conversación de su panel en FS1 (uno de los tantos canales con la firma Fox) hacia las repeticiones y el récord –manchado– de un jugador portugués; Eric Wynalda y Alexi Lalas, ambos jugadores profesionales en su tiempo –aunque nomás haya sido la MLS–, por su parte no mostraban interés alguno y regresaban al mismo punto. Wynalda con su tono americano aguardentoso grave y Lalas con su semi-nasal californiano adoptado: “It’s just hard to believe he was the best ref for this match”—atestaba Wynalda; no enojado, simplemente decepcionado, como un padre. “The calls weren’t even close!”—le devolvía Lalas, quien nunca esconde sus sentimientos (para bien o para mal).
El señor Stone, por su parte, con una sonrisa nerviosa, simplemente esperaba el final de su segmento abreviado –debido a la extensión de los tiempos extras vividos en el Santiago Bernabéu– y el momento en tener que dejar de lado un guión forzado celebrando goles cuestionables.
Y el adjetivo de “cuestionables” no lo pongo yo. Para ello me remito a lo dicho en la mesa redonda de Fuera de Juego (para que no digan que era cosa de gringos nomás) y las opiniones de Mario Kempes, el matador original –recuerde, no compre productos piraña–, Manu Martín y Ricardo Ortiz.
Interesantes las opiniones del señor Kempes, ya que a él, aunque no dentro de la cancha, le tocó vivir como testigo otra aberración del deporte a boca de un compañero de nacionalidad suyo, un tal Diego Armando. Pero también vivió un deporte que recuerda el Matador como “viril y justo”, ese de altos muy altos y golpes muy duros (usualmente a los tobillos). Sin embargo, para él los golpes más duros son los que te propinan los que ni siquiera estaban en las alineaciones: “no puede ser que el mismo juez de línea que le marca un offside que no era a Lewandoski, no marque el offside de Cristiano estando en su mismo lado”. A Manu Martín y Ricardo Ortiz no les quedaba de otra, entendiendo la veracidad de los argumentos del argentino, más que asentir y mostrarse de acuerdo a lo expresado por el hombre que fuera la estrella de la copa mundial de 1978.
Cuando la incredulidad colectiva ante las decisiones del colegiado húngaro Viktor Kassai –a quien el Real Madrid, curiosamente, llevó a una cena de gala después de un partido contra el Liverpool en 2014– no era capaz de crecer más, se corta cínicamente el segmento y entran en escena Fernando Palomo y “Tato” Noriega para hablar del “centurión” Cristiano Ronaldo.
También entra en escena el homónimo, pero en inglish, de la cadena del señor Kempes y sus amigos. En ESPN FC, desde su sede británica, tanto Craig Burley como Alejandro Moreno y el otrora mencionado Steve Nicol cuestionaban la fortaleza moral del árbitro húngaro, admitiéndose incapaces de poder hablar respecto a cualquier otro tema.
Dijeron muchas cosas los mencionados letrados del deporte, muchas y con muchos acentos distintos, pero llegaban a una misma conclusión: si tu argumento para la segunda tarjeta amarilla al jugador chileno Arturo Vidal –en una entrada donde los tres admiten se ganó primero el balón y después no existió infracción– es: ya había sido perdonado mucho; entonces ¿qué argumento puedes utilizar para el hecho de que Casemiro, el jugador del Real Madrid, debió haber sido expulsado por ahí del minuto 50?
Los tres comentaristas llegaban finalmente a la misma conclusión: el resultado no hubiera sido el mismo si el señor Kassai no hubiera puesto de su parte.
Como yo mismo dije: soy aficionado al deporte y a un club en particular, por lo que puedo entender hasta cierto punto que todos van a tener sus consentidos: en Hermosillo ahí está la relación El Imparcial/Naranjeros, o The Guardian y el Barcelona, Marca y el Real Madrid, el Arizona Rancher’s Journal y el Real Zamora… en fin, hay de todo para todos.
Por esa misma diversidad de pensamiento que supuestamente debe existir me pareció muy incriminatoria la multitud de opiniones que hacían eco entre sí, todos mostrándose de acuerdo en que algo no precisamente correcto sucedió en la competencia de clubes más grande del mundo –bien dijo Shakespeare, William:
“der er noget råddent i Danmark”
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Sin embargo, también podemos citar textualmente al incendiario Stephen A. Smith (otro de ESPN): “we pick and choose who we like”; aunque lo haya dicho refiriéndose a otro tipo de fútbol y otro jugador: Tony Romo, su retiro, las lágrimas de los fans y el hecho de que Mr. Romo ha ganado 2 juegos de playoffs en 9 años. Igual, en la vida real así pasa; lo que podría significar que hay una diferencia entre un fanático del deporte y un fanático solamente. Por eso hay personas que escogen qué creer y qué evidencia observar.
Entendiendo que siempre existirá esa carga de supuesto “prestigio histórico” respaldando a ciertas marcas o instituciones, y se puede entender –tangencialmente– cómo un individuo, un ser humano de carne y hueso, puede ser doblado bajo las presiones externas que acarrean esas marcas y/o prestigios. La cosa es que hay que entenderlas parejas.
Hace como unas 7 semanas (ma’o meno’) se quejaban las personas de favoritismo en el arbitraje –entre ellos multitudes de Madridistas– que tomó lugar en la terrible memoria que hoy es el Barcelona-PSG. Así como en aquel juego hubo errores, mentiras y clavados que sí influyeron en el transcurso del juego, también hay que recordar que el PSG hasta cierto punto se dejó poner en esa posición –acuérdense que Edinson Cavani hasta el minuto 60 cruzó el medio campo.
Y si ya sabes (o asumes) que le va a temblar la manita al amigo con el silbato cuando esté adentro del estadio ¿para qué te pones en la posición de que una sola decisión polémica te afecta de por vida?
Eso –me parece– no fue lo que sucedió sobre el césped del Bernabeu. El equipo bávaro se encontraba arriba en el marcador y con el ímpetu de su lado cuando sucedió lo que unió en críticas a The Guardian, ESPN FC, FS1, Fox Deportes, BBC Sports, Fuera de Juego, Arizona Rancher’s Journal, The Mirror y Radio Fórmula. Y ahora sí, todos quieren que exista la asistencia por medio de video y repetición disponible a los árbitros de fútbol asociación, ahora sí quieren que comience a utilizarse la tecnología en el deporte.
Aunque, si me preguntan, me parece que el mediocampista del Bayern Munich, Thiago Alcántara, lo dijo mejor respecto a las masas que están clamando por la tecnología:
“…solamente necesitamos oficiales lo suficientemente competentes para controlar estos juegos”
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Esa es una muy buena cita textual (como para erigir una columna alrededor de ella). Pero a final de cuentas, qué bonito y qué utópico sería –en mi opinión como aficionado al fútbol en general– que nada más con capacitación adicional o con más cursos propedéuticos se arreglara el asunto, que nada más con la inclusión de la tecnología al deporte, en pos de la asistencia al reglamento, ya no existiera la controversia y la polémica.
Claro que gran parte de lo que atiza las brasas de las pasiones en los aficionados es la controversia intrínseca al juego.
Quizás –y esto ahora sí como una tesis propia, en papel de aficionado dolido buscando resolver el deporte a futuro– la solución no se encuentra dentro de las canchas y el reglamento; quizás, solamente quizás, la solución sería que todas esas organizaciones que procuran los calendarios y sedes de los torneos dejen de observar primero el ingreso/gasto y después el deporte; dejen de requerir que un torneo tenga un costo exorbitante de billones o chingallones (es decir un millón de pinchellones) de euros o libras o dólares, y que se necesiten a dos o tres naciones en propuesta colectiva para ser apenas considerados como posible sede; y ahora sí dejen que el deporte mismo hable y resuelva todo (recordando aquí que la travestía afectó también a equipos como el Mónaco, Atlético Madrid y la Juventus, quienes también continúan en la misma competencia… pero, a ver, quién se acuerda de ellos con todo lo sucedido), hasta ese entonces –quizás– podrá un árbitro entrar a un campo de juego y no tener la presión constante de “¿Pitaré la falta en contra del equipo que tiene un valor de 3.65 billones de USD de acuerdo a Forbes… o no?”
Como en la política, ahora ya no hay que robarse las urnas en las elecciones, sino meterle recursos a lo que permita que el sistema permanezca (INE, tribunales electorales, electoral college, medios de comunicación, fake news, candidatos) aun con partidos distintos en la presidencia. Y en la Champions, los patrocinadores les meten recursos a los organizadores para que ganen quienes más convengan a sus intereses.
Y eso explica entonces, por lo menos en teoría, que una misma posición sea marcada por un juez de línea como fuera de lugar a un equipo y a otro no, o el mismo clavado en el área sea pitado penalty a un equipo y a otro no, o que una falta sea considerada tarjeta roja o amarilla o sin tarjeta para un equipo y para otro no… o que en el sorteo para elegir rivales a unos le toquen los más débiles y a otros los más fuertes: según el diario El País, el equipo que más suerte ha tenido en los sorteos de la Liga de Campeones en las últimas 12 ediciones del torneo, al quedar emparejado con rivales en teoría más débiles, ha sido (ajá: adivinó usté) el Real Madrid… y así hasta se podría parafrasear a Einsten, Albert, quien aseguraba que Dios no juega a los dados con el universo, es posible que tampoco los organizadores de la Champions dejan nada al azar.
Por Ali Zamora
Fotografía cortesía de Norte Photo para Crónica Sonora