La historia de la conquista del espacio, y en consecuencia, de la luna, ha sido construida a partir de la particular visión de los vencedores. Tal y como sucedió casi 500 años atrás en “el descubrimiento de América”. Sin embargo, a diferencia de la travesía de Colón, el viaje a nuestro satélite fue solo una demostración de poder.
Un emocionante y trascendente episodio de “la guerra fría” contra los soviéticos durante el siglo pasado.
Ground control to Major Tom. Ground control to Major Tom.
Take your protein pills and put your helmet on.
El primer hombre en la luna (Demian Chazelle, 2018), es una exploración a la piel de Neil Armstrong, comandante de la misión Apolo 11. Elabora una visión crítica de peso completo. A un tiempo sutil y devastadora deja la frase: “A small step to man but a giant leap for mankind” como un oportuno, aunque trivial, comentario.
Armstrong (Ryan Gosling) es un hombre abrumado por la muerte. No solo el fallecimiento de Karen, su pequeña hija (Lucy Stafford), sino la presencia de un destino fatal lo rodea. Hay más oportunidades de convivencia en los funerales. La muerte es una referencia constante.
Conformar el equipo seleccionado se parece a una “ruleta rusa”, aunque les duela.
Comencing countdown, engines on. Check ignition
and may God’s love be with you.
La película revienta sus intenciones desde el principio. Claustrofóbica, espeluznante, comparte la experiencia del piloto dentro de artefactos cuyas metálicas estructuras parecen a punto de estallar. Una aventura al extremo que se despliega con virtuosismo casi documental, gracias al uso de la fotografía en 16 milímetros. Al infinito y más allá.
Cámara en mano, El primer hombre en la luna, entra en la vida personal del héroe. Su perfil taciturno, melancólico y decidido se niega a la glorificación y ese es uno de los enormes puntos a favor de esta producción.
Si bien Apolo 13 (Ron Howard, 1995) abogó por ese fracaso espacial para convertirlo en triunfo, en este filme la honra tiene un romántico sabor a derrota. Por supuesto, la cinta de Chazelle se coloca entonces en las antípodas de Los elegidos de la gloria (Philp Kaufman, 1983).
Janet Armstrong, la esposa (Claire Foy), goza de un protagonismo indiscutible. Los encuadres alternos entre las preocupaciones de Neil y las de su mujer incrementan la tensión y nos preparan para un grito desesperado: “No, you don’t! All these protocols and procedures to make it seem like you have it under control. But your’e a bunch of boys making models out of balsa wood! You don’t have anything under control!”. ¡Tómala! En tu cara.
This is ground control to Major Tom. You really made the grade.
And the papers want to know whose shirts you wear.
La solidaridad de Armstrong con el resto de los elegidos es distante. En la decantación del grupo último de astronautas, Buzz Aldrin (Corey Stall) surge como el más simpático, para los chicos de la prensa.
Así, la paradoja es un valor fundamental en el guión de El primer hombre en la luna. La grandeza de la misión es opacada por una sociedad consciente del derroche que supone un esfuerzo como este y como se avanza de manera inexorable, en la crisis fundamental norteamericana: la guerra de Vietnam.
En ese sentido, el montaje al que asistimos entre protestas callejeras al ritmo de “Whitey on the moon” y la arrogancia que supone la conquista de la luna es apabullante.
Quizás es la mejor parte de la película.
Here I’m floating round my tin can. Far above the moon.
Planet Earth is blue. And there’s nothing I can do.
El primer hombre en la luna exhibe la vida de Neil Armstrong sobre un tríptico: el dolor que produce la ausencia de un ser querido, sus vínculos familiares y la disciplina que lo hizo pasar a la historia. Preparación, despegue y alunizaje.
Imposible dejar de mencionar la gratitud a 2001, Odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968) en el vals para aderezar la perfección técnica humana. Imposible no reconocer la partitura musical de Justin Horwitz y el uso del theremin, ¿acaso un guiño a las películas fantásticas de ciencia ficción?
Armstrong en la luna. Un despliegue técnico IMAX en realidad portentoso es el íntimo motivo para mostrarnos a un hombre frente a la soledad, el vacío y el profundo significado de la muerte.
David Bowie ya lo había dicho en 1969, en “Space Oddity”: Planet Earth is blue. And there’s nothing I can do.
Por Horacio Vidal
Excelente crítica, escrita con la inteligencia y sagacidad que caracteriza a Horacio. Es maravilloso el paralelismo con el que mezcla la letra de Space Oddity con la descripción de la película
Muchas gracias. La verdad esa rolita de Bowie es una de mis favoritas. Siempre la tengo disponible. A lo mejor Demian Chazelle tambien. SALUDOS Y DE NUEVO, MUCHAS GRACIAS.