Viernes 6 de noviembre de 2015, son las 12 del mediodía y el centro de Hermosillo atestado de transeúntes. En la plaza de los viejitos, contigua al Mercado Municipal, me despedía yo de un probable colaborador de esta casa editorial cuando las sirenas de «la bombera» nos interrumpe. Bonita calle agarraron estos para acudir a una emergencia, pensé estúpidamente, como si la emergencia no pudiera venir del punto más vivo de la ciudad. Terminamos la despedida y me enfilé por la misma plaza hacia el sur, para mayor seña en dirección a la avenida Elías Calles (sin Plutarco) cuando me topo con las bomberas que no dejaban despedirse. Algún asunto menor, insistió mi aferrado pensamiento.

Pero el asunto era mayor. La tienda Famsa ardía por dentro y en riesgo estaban algunas vidas, según se entiende por la amplia presencia de unidades de la Cruz Roja, además de policías y apagafuegos. La gente alarmada empezó a abandonar el lugar, dice una canción que me vino a la mente cuando vi señoras y niños apurar el paso en franco retiro del área de peligro. Área que, dicho sea no tan de paso, los guardianes del orden tardaron bastante en acordonar, ergo en desalojar.

Habladores como somos, los ciudadanos nos dimos a la tarea de expresar nuestras emociones por la vía de los verbos.

«Mira, se están llevando la ropa», dijo una joven de buen ver a su compañera de junto mientras miraba hacia los ventanales de la tienda. «Ah no, yo creí que»… y perdí su voz.

«¡Ay!», gritó un chamaco preparatoriano de esos que aprovechan la ocasión para hacerse vivos asustando a la gente en tensión. Y lo consiguió, al menos conmigo que estaba bien concentrado apuntando el lente hacia la columna de humo y con los mirones en primer plano (véase foto, por favor).

El curso de los acontecimientos dejó en claro que víctimas que lamentar no las hubo. Las ambulancias llegaron solícitas pero se quedaron estacionadas y al tiempo emprendieron la marcha tranquilamente. Dos elementos del departamento de bomberos trepados a una grúa pudieron solos contra el humo y fuego. «Ya se les acabó el agua», decía la raza por aquí y por allá más como una expresión de carrilla (burla, para los extranjeros) que como una preocupación sincera.

Sin embargo, la frase del día la escupió una señora entrada en carnes más que en canas. «Qué bárbaro, cómo pasan cosas», le dijo reflexiva a un indolente veterano que sin pestañear reviró: «Ya vámonos, ya se acabó el mitote. Además se van a quemar los frijoles».

Texto y fotografía por Benjamín Alonso

Sobre el autor

Premio Nacional de Periodismo 2007. Director de Crónica Sonora. Escríbele a cronicasonora@gmail.com

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