«El fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes»
Jorge Valdano
Las lamentables imágenes que ya recorren el mundo tras del enfrentamiento por Copa Sudamericana entre el Club Atlético Independiente y el Club Universidad de Chile son nada más que el producto de un evidente abandono estatal respecto a las mínimas garantías que debería proveer respecto a un acontecimiento deportivo de esta magnitud.
Con orgullo los pueblos futboleros sudamericanos presumen y han presumido durante décadas su diferenciación respecto al resto del globo. En Sudamérca hay pasión por este deporte, en el resto del mundo, frío polar.
Y me voy a permitir corregir esa afirmación por qué, durante años de investigación y tras haberlo vivido en carne propia, estoy convencido que el fútbol alrededor del mundo mueve pasionalmente a la gente de una manera sin igual, por lo tanto, lo que diferencia a cada espacio geográfico respecto a su manera de vivir el fútbol no es la pasión sino la legislación respecto a los comportamientos del aficionado en los efrentamientos deportivos.
¿O es qué nos vamos a olvidar así de rápido de la tragedia en Heysel cuando 39 personas murieron aplastadas entre una multitud de jóvenes hooligans del Liverpool (Inglaterra) que buscaban a sus pares de la Juventus (Italia) en la final de la Copa de Europa en 1985?
Cinco años les costó a los clubes ingleses volver a competiciones europeas tras la sanción impuesta por UEFA (Union Europea de Fútbol Asociación). Y no se quedó allí, Margaret Thatcher, primera ministra inglesa, llevó el asunto al parlamento y se renovó de arriba a abajo la legislación respecto al fútbol inglés.
Puede que tras ese proceso legislativo haya quedado afuera del fútbol parte de lo que hizo de este deporte «lo más importante de lo menos importante». Podría definirse como una pausterización del fútbol y por consecuencia, su entrada de lleno a la industria del espectáculo, un show televisivo. Ya nunca volvió a ser como antaño: salvajes obreros nublados por el alcohol trepados a un cerco gritando a los de enfrente. Legislativamente la intención fue, claramente, retirarlos a ellos de los espectáculos deportivos. Se cancelaron cientos pasaportes para impedir sus travesías por el mundo, se encarcelaron a varios líderes de algunas de las más peligrosas agrupaciones que no solo controlaban lo que ocurría en las gradas sino que tenían (y sostienen) estrechos nexos con pequeñas bandas del narcomenudeo en los grisáceos y hostiles barrios obreros de Inglaterra.
Posterior a ello, se modificaron tanto la manera de ingresar a un estadio como la manera de evacuarlo, en suma, se tomaron medidas por parte del Estado. Pero nunca, nunca dejaron de recibir a los aficionados visitantes. Si hay algo que valorar de la cultura futbolística inglesa (además de dar origen al fútbol mismo) es el respeto a la necesidad de que junto a los clubes viajara su gente, su comunidad. Eso si, siempre lo hacen bajo estrictas normas de seguridad, es decir, cada uno por su lado, nunca verás en ese país aficionados de dos equipos distintos compartiendo una cerveza en un estadio. Les costó algunos muertos entenderlo pero finalmente lo hicieron.
Y es aquí donde reparamos de nuevo en el caso argentino y sudamericano en su conjunto ¿Comparten la misma pasión que los europeos? de eso no me cabe duda. Artesanalmente elaboran banderas que van colgando en toda cancha que visitan, conocen la manera de cantar y hacerse sentir cuando son visitantes y, sobre todo, se asocian desde niños a sus clubes cuya figura jurídica les permite formar parte de la toma de decisiones. En todo ello se asemejan bastante a Europa, ahora ¿Dónde está el Estado cuando existe algún combate cuerpo a cuerpo que pone en peligro la integridad de las comunidades que acompañan a los «hinchas»? brilla por su ausencia.
Muchos reportajes, notas, entrevistas, libros, respecto a los grupos de animación argentinos conocidos como «Barras Bravas» describen una total connivencia entre quienes ejercen la violencia en el fútbol y quienes mandan en la esfera política. Es decir, ya no tenemos únicamente el anteriormente mencionado vínculo criminal del hooliganismo con la marginalidad y el tráfico de drogas sino que debemos sumar al cócktel la participación de estos grupos en los sindicatos y partidos políticos. Un mounstruo de mil cabezas.
Lo ocurrido hoy no solo se sostiene en la idea de odiar al contrario sino en la necesidad que tienen muchos jóvenes «barras» de mostrarse ante sus líderes. Ir al frente en el combate «suma puntos» y puede significar el punto de partida para que, en el futuro, les sean delegadas un sinfín de tareas más pesadas despúes. Ninguna de ellas vinculadas al fútbol.
Y no, nunca se tomaron ni se tomarán medidas. La violencia en el fútbol argentino no es un asunto residual ni responde a la particular pereza policial durante un conflicto. Es un asunto de Estado, tal cual lo fue en Inglaterra. No hay que ser partidarios ni de Tatcher ni del actual Milei para reconocer que se trata de una cuestión de Estado. El problema tiene una única salida: la voluntad política.