Las historias estrujan, como si la premisa fuera: nada de leche con pan y pantuflas para antes de dormir. Nada de musiquita mustia, o un verso complaciente. Mara Romero desenvaina y a lo que le truje: un misil en pleno vientre para el lector. 

La sorpresa que rasga la emoción cuando la sábana cae, el cuerpo que ahora sólo es alma, la historia vista desde la madre hacia ese niño que un día creció y ahora es muerte. La Semefo, el frío rincón como resumidero de la vida. ¿Mara cierra los ojos para escuchar, ver, sentir y escribir?

Cito: “La Lulú ya no llora, sólo trata de respirar; se nota que el pecho se le abre con un cuchillo cada vez que lo hace”, (fin de la cita). Sigo: porque el hijo que le dijeron que es su hijo no es su hijo. La muerte de cualquier manera ya le abrió una zanja en el pecho. 

Un hijo que no es el hijo, pero lo ama como a su hijo. Este es el universo que nos plantea Navaja verde o negra (Penguin Randon House 2025), un título como advertencia de que si te acercas te puedes cortar. 

Los personajes de carne y hueso, de esos lugares citadinos-rurales por todos conocidos, aquí no la necesidad de un Comala o un Macondo, para qué, si la realidad es la tela que entreteje la más enorme de todas las ficciones, valga el oxímoron sin retruécano. 

No exagero si me extravío en la observación-análisis sobre Navaja… porque la lectura un marasmo, porque habita aquí la vida cruel, y paradójicamente la pronunciación del amor. En la mayoría de historias las anécdotas tienen como antecedente el amor. El amor. 

La descripción perfecta de cómo es una vida desde la austeridad, el esfuerzo que implica el deseo de armar una vida feliz con hijos felices. El agandalle del tipo carita que por un instante de placer devasta la vida de ella, o ellas (qué nuevas). 

Se trata de poner el dedo sobre la muela con caries, una y otra vez, señalar la putrefacción de lo que ahora vivimos y dentro de esos olores fétidos, la paradoja hermosa de cómo es que la ternura también habita en el entramado de estas crónicas o relatos o cuentos o testimonios. El género cuánto ha de importar si lo que se narra nos pone a cascabelear de tanta conmoción. 

El lenguaje y su precisión. No obstante, la llaneza en el tratado de las historias, la poética prevalece, porque la búsqueda de Mara es la estética también dentro de los submundos que rescata de manera magistral para ponerlos en nuestras miradas.

Cuánta urbanidad y desolación, y luego las preguntas inevitables, cuando leer es un diálogo con la autora: ¿cómo se eligen los temas?, ¿cuáles son los objetivos?, ¿qué elementos detonan la capacidad de observación en una persona que como oficio tiene la palabra? 

La prosa límpida y férrea. El bagaje que dan los años de lucha, la perseverancia para asirse y hacerse de una voz.

Chingón, Mara, Chingón. 

Pd: Envenenar el aire. ¿Sabes?, ya no estaba tibia, pero te juro que le limpié una lágrima cuando le cayó el rímel.

Por L. Carlos Sánchez*

* Texto leído por  en la presentación de Navaja verde o negra, de Mara Romero, en el marco del Festival de la palabra, Encuentro de los que escriben con los que leen, en Hermosillo, Sonora.
De izquierda a derecha, Juan Enrique Ramos, Carlos Sánchez, Mara Romero, Sylvia Manríquez y. Fotografía de Benjamín Alonso Rascón



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Sobre la autora / autor

Carlos Sánchez, escritor hermosillense, fundó MamboRock Editorial.

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