Siempre te vas por la corta

¿Y tu familia, qué? ¿Te importamos de verdad?

— Omero en Correr para vivir, 2024

El pasado 25 de abril se estrenó en México la película Correr para vivir (2024) ópera prima del director Gerardo Dorante. Aquí en Hermosillo se hizo un revuelo en las redes sociales porque el antagonista de la película es el actor sonorense Osvaldo Sánchez. Para los que no lo conocen Osvaldo es actor de teatro y cine. En 2019 estrenó en El Mentidero Ejecutor 14 que por esos años no tuve oportunidad de asistir. Más tarde, anunció desde CDMX una gira nacional, sin embargo, por efectos de la pandemia, la obra no se presentó en Sonora. Así que me quedé otra vez sin la oportunidad de conocer el trabajo de Osvaldo en la tarima.

Pero, como regalo de los dioses y las diosas, ayer por la noche me invitaron a una reunión en el corazón de la colonia Modelo. No lo van a creer, los anfitriones de la velada fueron Jesús y Luz Alicia, padre y madre del actor. No les voy a hacer muy largo el cuento, grosso modo comentaron sobre el estreno de la película y, en particular, se enfocaron en el son Alma negra compuesto por el actor en la época de su adolescencia, mismo que aparece interpretado por él al final del filme. Así que de inmediato revisé la cartelera de Cinépolis para verla lo más pronto posible.

La obra narra la historia de un par de hermanos rarámuris—Omero y Capo— que terminan siendo víctimas del fenómeno de la violencia que invade a México. El personaje Jacinto, interpretado por Osvaldo, representa el epítome de la figura del sicario que tanta tinta ha derramado. Pienso por ejemplo en La virgen de los sicarios (1994) con el «Alexis» que inaugura, de alguna forma, el arquetipo del sicario contemporáneo que autores como Elmer Mendoza, Heriberto Yépez, Luis Humberto Crosthwaite y Eduardo Antonio Parra, por citar los más representativos de la llamada literatura del narco, configuran es su narrativa relacionada con el narcotráfico, hasta llegar al personaje del «Luismi» de Fernanda Melchor en Temporada de Huracanes (2017). En ese sentido, de la misma manera que la literatura evidencia la narcocultura, en Vivir para correr (2024) somos testigos de la compleja red del fenómeno del necroempoderamiento que transforma los contextos socioculturales vulnerables, como el caso de los tarahumaras, por medio de prácticas violentas rentables en la lógica de la economía dominante que Sayak Valencia denomina Capitalismo gore (2010). La autora explica que “esta espiral de violencia absorbe a muchas de las ciudades de los países tercermundistas. Dada la frustración, la corrupción, el menosprecio, el hambre y la pobreza en la que se ven sumidos la mayoría de los sujetos que viven en países económicamente deprimidos” (página 32), como es la realidad social de los tarahumaras asentados en el norte de México y de cientos de comunidades y municipios a lo largo del territorio mexicano.

Así, la idea del ser en el tiempo

En este contexto de depredación, estamos frente a la invasión ontológica y territorial del pueblo tarahumara. Su forma de estar en el mundo. La película está enmarcada en las majestuosas barrancas del cobre, ubicadas en territorio rarámuri, constituyendo el personaje simbólico que representa el ser ahí de los personajes cuya naturaleza física es reconocidamundialmente como “pies ligeros”. Así, la idea del ser en el tiempo, el dasein heideggeriano, está atravesada por una serie de opresiones que van desde la marginalidad misma en que viven los pueblos originarios en México, el retraso económico, la carencia de alfabetización formal, la lengua originaria, por citar algunos aspectos relacionados con los tarahumaras.

En la película vemos como ese ser ancestral invadido por el crimen organizado está representado en los personajes de Omero y el Capo. Dos hermanos, uno mestizo y el otro rarámuri, que de acuerdo con su circunstancia histórica de precariedad y vulnerabilidad son utilizados como “mulas” por parte del crimen organizado. En ese sentido, la metáfora de los “pies ligeros”, me parece, es utilizada como el recurso estético para evidenciar y denunciar un fenómeno social que se reproduce en cientos de comunidades y municipios precarizados que forman parte natural de las rutas de narcotráfico latinoamericanas como son las barrancas del cobre.

La metáfora a la que me refiero se relaciona directamente con la idea de “correr” (los ultramaratones) como parte identitaria del pueblo tarahumara. Un ser ahí a través del acto político de correr para ser visibles: ser los más rápidos, los que más resisten la distancia, la altura y las condiciones geográficas que prevalecen en su territorio. Qué decir de la vestimenta y, especialmente, los huaraches rarámuris que simbolizan esta nación. En uno de los diálogos que sostienen los hermanos se evidencia esa idea de la identidad cuando el hermano mestizo dice: “Yo también soy rarámuri”.

Mucho se habla sobre el cine nacional en donde prima el miserabilismo o el llamado género pornomiseria (Ospina y Mayolo) cuya temática ahonda en historias de sujetos/sujetas marginales que están atravesadas por la pobreza, que, si bien está presente en la cinta de Dorante, me parece que la propuesta estética va más allá de sólo explotar la vulnerabilidad de los pueblos originarios con ráfagas y laboratorios de metanfetaminas. Más bien, considero que la cinta explora en la idea de los nacidos para correr en relación con el mito de los rarámuris y, sobre todo, la identidad y soberanía de un pueblo originario que, más bien, a mi juicio, corren porque su propia condición se los exige: corren como una forma de vida, corren por sobrevivir en el mundo, corren porque son libres, soberanos.

a través de los silencios

Un aspecto que me pareció muy interesante es la creación de la atmósfera. La obra se articula a través de los silencios de los personajes rarámuris en relación con el ruido de la metralla y los carros de los sicarios. Los 97 minutos que duró la filmación me tuvieron con el alma encogida… no se si serían los sustantivos del son del Alma negra que reverberan a lo largo de toda la película o las expectativas que creé la noche anterior. Una vez que salí del cine, el calor de los 37 grados que presagia el verano sonorense me regresó de las bellísimas imágenes de las barrancas tarahumaras al desierto implacable.

Para finalizar, me reservé para este momento contarles que, ya casi para terminar la velada, llegó el Osvaldo. Sí, el actor, director de cine, técnico de iluminación, tramoyista entre todos los oficios que se derivan del mundo de la actuación. Venía del Mentidero, de dónde más, pensé. En principio me dio gusto conocer al actor, comentamos un poco de Ejecutor 14 y de sus inicios en el teatro bajo la tutela de Sergio Galindo. Pero lo que más disfruté fue conocer al humano, al Osvaldo narrando su encuentro con una ballena jorobada en el Mar de Cortés mientras tocaba la jarana; el Osvaldo internándose en la isla del Tiburón; el Osvaldo aprendiendo a lazar montando a caballo para caracterizar un personaje; el Osvaldo cazando nubes.

Por Coyo G. Bojórquez



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Sobre el autor

Coyo Bojórquez estudió Letras Hispánicas en la Universidad de Sonora

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