Vuelve -por fin- nuestro apreciadísimo Abraham Mendoza a esta su humilde casucha editorial 🙂

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Para tener un tiempo de lectura en la plazuela Mazatlán tuve que llevar una silla, esto no quiere decir que en la plaza no haya bancas, las hay, metálicas y de concreto, las de concreto tienen el nombre del o de los donantes, ahí están los apellidos de abolengo del pueblo: Astorga, Vega, Ibarra, Chan, Zavala, Pacheco… Lo que pasa es que a esas bancas no les pega la sombra de las pinwicas en el verano, que como siempre, es una llamarada.

 

Para reducir el riesgo de que me arrebataran el carro mientras leía, tuve que estacionarlo frente a una de las casas aledañas a la plaza y así despistar al enemigo.

 

Para disfrutar la pasada del tren carguero que anunciaba su llegada pitando a lo lejos, tuve que dejar la plaza y acercarme lo más que pude a esa serpiente en movimiento.

Para responder las miradas y saludos que te lanzan como si te conocieran, cada uno de los pasajeros de «la bestia», seres humanos que nunca has visto y que nunca más volverás a ver, para eso hay que estar muy atento para responderles a todos, y seguir esperando a ver quién me explica ese misterio.

 

Para darles más que un saludo y un gesto solidario a los migrantes, para darles más que eso metí mi mano a la bolsa de mi pantalón, busqué una moneda, la más grande, la más dorada, como un sol inmaculado, aurífero y redondo.

 

Para que la moneda pudiera ser atrapada no podía dejar de considerar la fuerza de gravedad, que el tiro tenía que ser parabólico, considerar la velocidad del tren, y la velocidad con la que la lanzaría era un punto crítico.

 

Para que los tres jóvenes que viajaban sentados con la cara ahumada en el lomo de «la bestia» supieran que les lanzaría algo, tuve que hacer el ademán de un lanzamiento que presagiaba ser parabólico y así pudieran hacer el cálculo; ellos lo entendieron como si lo hubiéramos ensayado muchas veces, como lo hacen el pítcher y el primera base, el joven de en medio se puso de pie, me hizo una seña que fácilmente pude traducir como: tíramelo, tíramelo… Salió de mi mano la moneda, el suspenso por el salto mortal fue sumamente breve, miré cómo la moneda iba al encuentro de ellos, miré cómo dos manos llenas de sueños y de mugre se acercaban a ella, miré incrédulo cuando, las manos y la moneda, tuvieron un feliz encuentro en plena carrera, fue un tiro y una atrapada perfecta, la ecuación que representa el tiro parabólico se llenó de gloria.

 

Para expresar la felicidad cuando no hay palabras porque literalmente se las lleva el viento, para entonces, quedan las señales. Arriba, en esas jaulas de hierro en movimiento, se levantaron con júbilo los brazos al cielo con los puños cerrados en señal de triunfo.

 

Y abajo, en un estático suelo sinaloense, una mano golpeaba el pecho, en la parte donde queda el corazón, y se lanzaba al viento del norte, a donde se dirigía el dragón, se alejaron súbitamente, el acercamiento era imposible, no obstante, arriba y abajo del tren había satisfacción, mucha satisfacción.

 

Fue una mañana del verano 2014 en el pueblo de San Blas.

 

Texto y fotografía por Abraham Mendoza Córdova

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Sobre el autor

Abraham Mendoza vio la primera luz en San Pedro El Saucito el 2 de abril de 1960. Es geólogo de profesión y narrador nato que escribe como Dios le da a entender. Tiene por hobby caminar por todas partes excepto en andadores y le gusta que le lleven serenata aunque no sea su cumpleaños.

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