Un acercamiento distinto, uno íntimo, para un evento común, el más común que tenemos en Hermosillo.
No deje de leer este relato, de apreciar esa fotografía, productos de una provechosa mancuerna familiar.
[hr gap=»30″]
Mi abuela dejó su cuerpo un cinco de junio, tenía Alzheimer así que ella ya no era ella cuando sucedió todo. Tampoco estuve a su lado, iría a verla el fin de semana pero se fue antes.
Recuerdo estar en la casa, me preparaba para la marcha de los niños de la guardería ABC, me metí a bañar a las tres de la tarde y mientras las gotas caían sobre mí me invadió la ausencia, me invadió el llanto, la vi a ella recostada en su cama, balbuceando -no sé qué cosas-, y yo en medio de la regadera dejando el agua correr, dejando que la ausencia se apoderara de mí y dejando que la muerte se me metiera por los poros. -Descansa muñeca, que no te dé miedo irte, yo te amo, descansa, descansa… hasta pronto.
Salí de la ducha, me puse una camisa blanca y sonó el teléfono, pasaban las tres de la tarde:
⁃ ¿Hola?
⁃ Tu abuela acaba de fallecer -Dijo mi padre.
⁃ Ok
⁃ Vénganse mañana
⁃ Ok
⁃ Por favor, trae ropa para tu mamá porque se quedará más tiempo
⁃ Ok, ¿algo más?
⁃ No
⁃ Ok
⁃ Ahsmflfbekdngsnfksb
⁃ Ok
⁃ Bye
Colgué el teléfono, me esperaba en la sala el chico con el que salía en ese tiempo, yo estaba un poco aturdida, no por la evidente ausencia sino por la coincidencia de llorarlo todo en la regadera, ahora creo que de cierta manera viajé y me fui a su lado en sus últimos minutos, pienso que tal vez sí escuchó mi voz diciéndole no tengas miedo; porque a mí lo que más me partía el alma era verla perdida, sin reconocernos, con la mirada de niña, la que me decía al final «no te vayas porque me dan miedo los monstruos», murió siendo una niña atrapada en un cuerpo que ya no le respondía, murió un cinco de junio, murió y yo ya no quería ir a la marcha, murió y era mi abuela, la que me cantaba de niña, la que preparaba la mejor comida del mundo, la que me contaba chistes, la que andaba con el rebozo barriendo a las cinco de la mañana, la que olía a Quinta Avenida y jabón Maja.
⁃ ¿Entonces no vamos a la marcha? -me dijo el novio de esa época mientras veía una sensación de alivio en su rostro porque hacía mucho calor.
⁃ No… no sé, mejor sí, o no, quisiera quedarme sentada en el sillón, tengo que hablar al trabajo para avisar que no iré mañana, preparar mi maleta, la de todos…
⁃ Ok, no vamos.
Y es que los muertos ya no están acá, ¿pero cómo no ir si sé lo que se siente no volver a ver a alguien? ¿Cómo no ir si no soy capaz de recordar lo último que le dije a mi abuela? Porque una no va por la vida pensando en la determinación de la muerte ni de la ausencia, porque nos creemos eternos, porque si cierro mis ojos puedo ver los de ella con tanta inocencia y miedo a nosotros los desconocidos, porque parece que para su mente no bastan las historias que construimos en más de 25 años. Ese cinco de junio de 2011 mi abuela se fue de este planeta como a las tres de la tarde, años atrás, en el 2009 un incendio consumió una guardería con niños dentro justo a las tres de la tarde, en el día más horrible de la historia de Hermosillo. Y luego recordé la explanada del Hospital General ese cinco de junio de 2009, lleno de padres de familia en busca de sus hijos, el caos, el llanto, las declaraciones de los funcionarios, los medios de comunicación, nadie estaba preparado para algo así, fuimos inocentes y confiamos en que la corrupción nunca afectaría a los niños, menos a niños de Sonora, porque esas barbaridades que se ven en México pasan allá, lejos del norte, en el otro México, y hasta antes de esa fatídica fecha ni siquiera figurábamos en nada, acá en el norte donde se come carne asada, se toma cerveza y donde estábamos a toda madre lejos del caos y las protestas. Acá en el norte, donde nos la damos de carácter fuerte y no ser dejados, acá donde han pasado siete años de poco avance y nula conciencia colectiva.
⁃ Sí vamos a ir a la marcha, lo necesito. Porque no puedo quedarme aquí inmóvil sollozando por lo inevitable, porque sé que no volveré a verla, porque hay 49 familias a las que les arrancaron un pedazo de alma, porque las cosas jamás volverán a ser las mismas y porque si en este país no hay justicia por lo menos estamos obligados a incomodar, a ser valientes y gritar que no hemos olvidado, que la ausencia no se hace menos con el paso del tiempo, ni la vida se hace más fácil con la llegada de otros hijos, porque nadie es sustituto de nadie, porque me rehuso a volverme insensible y decir fue hace tanto tiempo, porque es un tatuaje permanente en la ciudad aunque algunos no lo quieran ver.
El tiempo no se detiene, la vida continúa y el mundo sigue girando, este cinco de junio se conmemoran siete años de la peor tragedia en México, también se cumplen cinco años de no escuchar las risas de mi abuela, creo que la mejor manera de honrar a alguien que se ha ido es disfrutar la vida, ser felices y amar los buenos momentos, no olvidarlos nunca pero sobre todo, reconocer que la felicidad no está peleada con el recuerdo y menos con la justicia; vivir y sonreír no es sinónimo de perdón y de olvido, mi abuela murió siendo niña pero de vieja, a 49 niños les quitaron el derecho de vivir, envejecer y convertirse en abuelos que malcrían a los nietos y sólo por eso todos debemos marchar este cinco de junio, por todas las historias y anécdotas que jamás tendremos de esos niños por culpa de la negligencia, corrupción y cobardía de nuestras autoridades mexicanas.
La «ola de calor» no puede ser pretexto para no ir a la marcha, el desierto y ABC forman parte de nuestro ADN, hay que estar presentes con los padres, hay que estar presentes con los niños que murieron y con los lesionados ¿cómo les decimos a ellos que hace mucho calor después del infierno que vivieron? Cada uno de nosotros está luchando su propia batalla, cada quien tiene el pretexto perfecto para justificar su ausencia, pero ¿Qué pasa si Hermosillo no abraza esto? ¿Qué dice eso de nosotros? Para mí significa que en esta tierra olvidada, hasta el día de hoy, nos pueden hacer lo que quieran.
Por Lucía Torrero
Fotografía de Claudia Torrero
Me gustó y me motiva a salir a marchar, nunca he asistido y no conocí a ninguno de los 49 niños, quizá a algunos de sus familiares de vista; pero desde hace 7 años el dolor de esas 49 familias se volvió de todos los Hermosillos. Y así como cada vez en la que perdemos a un ser querido nos dicen: «Mientras lo sigamos recordando, vivirá en nuestros corazones», así que me comprometo conmigo misma a transmitirles a mis pequeños hijos esa intención de jamás olvidarlos y recordarlos de generación en generación.
Hola Berenice!! No sabes el gusto que me da que mi texto motive a marchar, muchas gracias por tu comentario, se siente bien bonito escribir con el corazón y que alguien más lo reconozca. Saludos!
A mi tambien me gusto tu actitud,eres una joven brillante felicidades
ME ENCANTO ESTA NARRACIÓN DE «CUAL ES EL MEJOR CLIMA PARA MARCHAR» LA HISTORIA DE LA ABUELA, LA HISTORIA DE ESOS CHIQUITOS, QUE LA PASARON MUY MAL, SUS PADRES QUE ES IMPOSIBLE CONSOLARLOS DE ESA GRAN PÉRDIDA, CONOZCO HERMOSILLO Y COMPARTO ESE DOLOR Y NO IMPORTA LOS CLIMAS, SIEMPRE LA COMPAÑÍA A ESAS FAMILIAS, CREO DE CORAZÓN, ES MUY IMPORTANTE, QUE SE SIENTAN ACOMPAÑADOS EN SU DOLOR.
GRACIAS POR DEJARME COMPARTIR.
Gracias Elsa por tus palabras, así es, tenemos que acompañar a los padres y aunque pasen los años nunca dejarlos solos.