Hermosillo, Sonora.-

Viernes 26 de mayo, 5:20 A.M. En mi camino hacia la rutina de ejercicios matinales, paso por donde, horas antes, miles de habitantes (me parece hipócrita llamarles “ciudadanos”), encontraron pretextos para olvidarse del mundo y sus problemas… tal y como suelen hacerlo día tras día. La estridencia y vulgaridad a la que los medios de imposición masiva llaman “cultura popular” (sic), aglutinaron a la masa al predecible compás de un tipo conocido como Julión Álvarez. Y no sólo así: también le llaman “cantante.” Como sea, el caso es que miro detenidamente el busto de la Maestra Emiliana de Zubeldía en la plaza que lleva también su nombre. El deterioro del monumento me preocupa. Pero algo más veo… no logro adivinar.

¿Desde cuándo la estridencia se ha vuelto una condición obligatoria en la personalidad de la población sonorense?

¿Desde cuándo la estridencia se ha vuelto una condición obligatoria en la personalidad de la población sonorense? Mis orígenes familiares son de pueblo, y si bien mis mayores solían hablar de manera fuerte, nunca se olvidaron de los buenos modales. De igual forma, he escuchado la radio desde que tengo uso de razón, y las voces radiofónicas que acompañaron mis mocedades eran firmes y amables, nunca precisaron del grito. Hoy día, resulta complicado encontrar a quienes no solamente eviten vociferar de manera exagerada, sino que respeten al público y se abstengan de escupir improperios.

Por otra parte, las autoridades gubernamentales (en todos los niveles), han visto cuán jugoso resulta aferrarse a esa cuestionable sentencia que afirma que “TODO es cultura”, para honrar una y otra vez la frase atribuida al poeta romano Juvenal y retomada siglos más tarde por Porfirio Díaz: “Al pueblo pan y circo.” De cierta forma, habría que actualizar la frase: “Al pueblo PRIAN y circo (y todas las demás siglas partidarias, hay que decir).”

El silencio es mal negocio para los mercaderes

El silencio es mal negocio para los mercaderes enmascarados de políticos. Saben que la ausencia de distractores orillan a la gente a pensar, a cuestionar o incluso a algo más peligroso: tomar conciencia de la miseria moral y material a la que hemos sido sometidos. Para evitar deserciones en el rebaño, se recurre a la fórmula predecible: se promueve el sonido repetitivo y banal con un ritmo machacante, ineludible. El aglutinamiento es tomado como fiesta, y al contemplar las imágenes tomadas con drones, los accionistas de la politiquería se chupan los labios. “Votos. ¡Votos! ¡Voto$$$$$$$!”.

Asistentes —y futuros votantes— al baile de Julión Álvarez en Fiestas del Pitic. Foto de Carlos Villalba.

En la penúltima década del siglo XIX, el italiano Carlo Collodi dio a conocer su obra cumbre, Pinocho, de la cual existen varias versiones. En algunas, se habla de una ocasión en que los niños de la aldea se niegan a asistir a la escuela, aceptando la invitación que les hacen unos extraños para ir a un parque de diversiones.  Entre juegos y golosinas, las criaturas consumen gustosamente una bebida que los convierte en asnos. Sin embargo, los villanos responsables de tal atrocidad sólo aceptan haber cumplido su misión cuando los niños-burros ya son incapaces de entender las palabras que escuchan. No exagera ni miente el autor cuando nos advierte que, si la imaginación y la capacidad de razonar no son alimentadas, podemos ser convertidos en esclavos de quienes perfectamente saben que, si no hay borregos, no hay lana.

Pero vuelvo a contemplar el rostro de Doña Emiliana. Sí, ahora veo. En su párpado izquierdo, hay una mancha clara… semejante a una lágrima. ¡Perdón, maestra! ¡Perdón!

Por Ramón Valdez León

Abajo, el intérprete de música folclórica, Julión Álvarez, fotografiado por Carlos Villalba (El Sol de Hermosillo) en rueda de prensa por Fiestas del Pitic, el 25 de mayo de 2023.

Más abajo, el mismo Álvarez durante su presentación en el palenque de la Expo Gan (también en Hermosillo), diez años atrás, 17 de mayo de 2013, retratado por Luis Gutiérrez / NORTE PHOTO

Sobre el autor

Hermosillo, 1967. Es sociólogo por la Universidad de Sonora y fue productor por más de 33 años en Radio Sonora. Mete su cuchara en Política y Rocanrol y antes en Libera Radio. Nació mirando al Cerro de la Campana y tal vez muera mirando al Cerro de la Campana.

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2 comentarios

  1. Buen punto, Ramón. Con independencia del «proyecto de nación» que enarbole cualquier merolico, es válido suponer que existe en lo prescriptivo un «proyecto de municipio» y si en el primero los recortes a la cultura evidencian su real interés de oligarquía, en el segundo no deberían dejarse al garete decisiones como la inversión en cultura y los planes de trabajo para materializarla y democratizarla.

    Con democracia me estoy refiriendo aquí no a lo que es del gusto de las mayorías, sino el derecho colectivo a expandir el horizonte cultural a través del reconocimiento de las minorías culturales propias y extrajeras (algo que algunos mercadólogos nefastos equiparan con «nichos» y los más ruines con «élites»)

    Un aspecto que nos han forzado a olvidar es que lo popular no siempre es sinónimo de «discursos de abajo», basta prestar atención al uso propagandístico con el que el emprededurismo narco se inocula en lo musical y celebratorio para transmutar vicios en virtudes y de paso reforzar la discursividad oficial de la guerra contra las drogas.

    Punto y a parte se encuentra el tema de la identidad como premio al mejor postor (al que más recursos privados le inyecte). Es por eso que argumentos como el tuyo vienen mucho al caso, el espíritu de las Fiestas lo han encerrado en una jaula de billetes para convertir su canto en votos. Hay que ver las ediciones de 2002 al 2017 para darnos cuenta de este secuestro

    1. DE HECHO, QUIENES «ABARROTARON» LAS FIESTAS HAN VENIDO Y PUEDEN SEGUIR VINIENDO A ESPACIOS COMO EXPOFÓRUM, COBRAR LA ADMISIÓN Y AÚN ASÍ SERÍA UN LLENO TOTAL. NO NECESITAMOS TUMULTOS, SINO MANIFIESTOS DE ESA EMOTIVA BELLEZA E INTELIGENCIA A LA QUE NO SE NOS PERMITE ACCESO EL RESTO DEL AÑO. SALUDOS.

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