Hoy, en el Día de la Mujer, vuelve Lorenza Val y en qué forma

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El otro día, una muy querida amiga me invitó a un encuentro de mujeres, “una carpa”. Se llevaría a cabo en domingo, en luna nueva, mi luna favorita, la que se pierde para volver a empezar.

Como me conozco y sé que los domingos  la almohada me apapacha más de lo normal, hice lo que casi nunca hago -dejar todo listo por la noche-, pues nos citaron a las 9 am y está bastante retirado. La indicación fue llevar algo para la convivencia que no fuera chatarra y llevar vestido o falda, así que  busqué entre los vestidos de mi hija menor -mi plan era llevarla- y elegí el que menos detesta, pues no le gustan los vestidos. “Son incómodos”, dice, y yo le digo que todo lo contrario, al menos los largos, pero mis argumentos no la convencieron, esa niña todo lo cuestiona. Me preguntó por qué tenía que ir con vestido, le expliqué más o menos de qué se trataba, pero mis explicaciones no le bastaron.

-Qué suave, pero, ¿qué tiene que ver eso con tener que llevar vestido?

Así que le expliqué lo que es un simbolismo. En fin, dejamos lista su ropa para la carpa y  la ropa “cómoda” que se pondría después  para su siguiente compromiso, pues la señorita ya había hecho planes  con su panino (mi papá) para ir al Centro Ecológico a las 12 pm. Ya en domingo, como lo supuse, me levanté tarde, y en la prisa decidí mejor llevar a las niñas con mis papás para no andar tan presionada. Así lo hice y me fui.

Me dio un gusto enorme encontrarme ahí a otras mujeres con quienes, en otro tipo de encuentros, he tenido la fortuna de coincidir. Hicimos una fila por edades que oscilaban entre los  3 y 60 años, y un hombrecito bendito entre todas como de 5-6 meses. La carpa estaba debajo de un tejabán de porche que por fuera parecía sólo un tendedero gitano, pero que  al entrar, después de la sahumada, parecía una especie de harén sin dueño. Las mantas y visillos que revestían la carpa iluminaban el ambiente con tonalidades rojizas. Formamos un círculo como en un temazcal, pero con un cómodo cojín debajo. A mí me encantó quedar en medio de dos mujeres de las que hablé antes; me sentí muy agradecida por eso. Nos tomamos de las manos, cerramos los ojos y comenzó todo aquello.

Concluida la meditación y la bella lectura, algunas de las presentes intercambiaron experiencias, otras compartieron sus reflexiones, las demás escuchamos y reflexionamos en silencio. Y en verdad no importa oficio, edad, creencia, estatus social, preferencia sexual o clan al que pertenezcas, todas somos muy  similares, pues hay cargas que venimos arrastrando, llámese información celular, cultural o ambas.  Y aunque en estos tiempos pareciera que somos libres, aún las llevamos dentro, como una herencia, una que ya queremos dejar atrás, y en eso estamos todas de acuerdo.

-Adiós mujer mártir, débil y sacrificada

Imagínense, en ese punto, a todas haciendo un gesto de “sí, ya, qué fastidio, qué hueva, ya, ya”.

Agradecimos haber nacido en este tiempo y en este lugar, conscientes de que en otros lugares, sin irnos muy lejos, la mujer sigue siendo atrozmente denigrada y sobajada, pero también conscientes de que eso debe cambiar ya, comenzando con nosotras quienes tenemos la fortuna de tener libertad, mi palabra favorita. Lo que nos toca ahora es saber llevarla de la mejor manera, pues muchas de nosotras no hemos sabido aprovecharla, porque no sabemos cómo, y la regamos.

Que nuestra sensibilidad no nos impida razonar, y que razonar no nos quite nuestra sensibilidad; bendecirla siempre, y si la maldecimos regresar en cuanto pase el “drama”, nunca perderla, pues eso sí que sería desastroso. Fuertes somos, siempre lo hemos sido, sólo hay que recuperarnos.

Las mujeres hemos vivido por milenios separadas unas de otras y no sólo eso, hemos estado separadas de nosotras mismas; eso se nota y es una gran traba. Nos cuesta más trabajo la convivencia entre nosotras que a los hombres entre ellos. Entre nosotras nos arañamos las espaldas con nuestras garras gatunas para después darnos un fino beso en la mejilla y hasta abrazo y toda la cosa. Podría jurar que a todas nos ha pasado algo así. Yo a veces siento que soy muy paranoica, pero no, es intuición: las mujeres somos bien felinas, nos olemos las intenciones, o mejor dicho, eso creemos; nunca estamos seguras y eso hace más difícil la vida.

En verdad, así es. Iba a decir así lo veo pero escuchando a otras -no sólo en la carpa sino en cualquier parte- veo que así es, seas de la especie que seas: buchona, fresa, punk, hippie, artista, religiosa, intelectual, política… Entre mujeres somos como serpientes: tenemos veneno y lo echamos. Pero la serpiente sólo lo usa para defenderse. Nosotras no, nosotras lo echamos nomás porque creemos  defendernos de algo; es un desperdicio de veneno. Tenemos que entender que todas tenemos nuestro lado lindo y nuestro lado perverso, que no tiene nada qué ver con el bien y el mal, sino con un paquete completo: sentimos las mismas cosas, lo único que hace la diferencia entre una y otra es la reacción a ese sentimiento. Eso es lo que nos distingue y no el look  o ropa que llevemos puesta; eso, por más divertido que sea, es mera vanidad y es muy válido.

Entre hombres también pasa algo así, sólo que lo resuelven de otras maneras, son mucho más simples. Nosotras no y nos equivocamos mucho con los juicios. ¿Cuántas veces he oído decir a otra mujer: “Lo sabía, mi instinto nunca se equivoca”? Y es cierto, el instinto no se equivoca, pero nuestras interpretaciones sí. Es muy distinto percibir algo que no entendemos a creernos adivinas o brujas.

Volviendo a la carpa, se habló  de nuestra sexualidad mutilada y poco explorada (fuera de la pornografía); de los tiempos que enfrentamos como mamás, con toda esa tecnología; del poco tiempo que nos queda a las que somos mamás para nosotras mismas. Coincidimos en que los hombres son hermosos, que hay mucho qué aprender de ellos y viceversa. Yo pensé mucho en lo que está sucediendo con las “familias”, en porqué ya no duran, y tiene mucho qué ver con la resistencia de la mujer, un tema largo.

Y así, unas en silencio y otras en voz alta, nos sumergimos en nuestras reflexiones dentro de esa carpa  como todas unas benditas. Fuera de ella, éramos sólo como siempre somos, pero con un peso menos y un bono extra. Una de las niñas, con toda su inocencia, cerró el círculo con una canción. Salimos de ahí y se hizo el convivio: tamales de verdura, frijoles, ensalada de frutas, ceviche de lentejas, té de jazmín… En fin, las hermosas mujeres se lucieron con la comida. Yo en verdad tenía intención de hacer algo pero no tuve tiempo, así que llevé el té. Y como en esos encuentros nunca faltan las lindísimas hippies, se armó el tendedero, la vendimia y el trueque. Una de ellas nos dio una cátedra  sobre la energía de los cuarzos, el ámbar y otras piedras.  ¿Sabían que es posible la subestación de energía  eléctrica por medio de ellas?, habría que retomar a Nikola Tesla.

Ya bien satisfechas, y una que otra con nuevo calzado guatemalteco, siguieron las fotos, el intercambio de datos y las promesas de un próximo encuentro.

Días después leí aquí mismo el artículo sobre Rubén Albarrán y su decisión de quitar de su repertorio “La Ingrata”,  misma que miríadas de mujeres hemos bailado  en sus conciertos sin ningún problema, pues la tocan bien sabroso, tienen una vibra bien chula y te hacen brincar y hasta cantar esa letra que en verdad habla de un enamorado ardido, algo de lo más normal, en donde hasta el final sale a flote el macho violento que les sale de pronto todavía a muchos. Claro que con que Rubén haga eso no va a cambiar la historia, ni el hecho de que la violencia hacia la mujer siga sucediendo; tampoco va desaparecer la industria musical Ardidos  S.A. de C.V.,  pero sí cambia algo para él y yo como mujer lo agradezco y lo aplaudo.

Nos toca ser comprensivas, no mártires, ni dejadas. Comprender, en primer lugar, que aquí no hay culpables, pues si la historia se hubiera desarrollado al revés las mujeres  también hubiéramos hecho un desmadre, pues no es cierto eso que dicen los comerciales de que la mujer lo puede todo, que somos angelicales, que somos tan dichosas que hasta bailamos con el trapeador cuando nuestra casa rechina de limpio, que  los humores menstruales son sólo porque no compramos la toalla sanitaria de tal o cual marca,  etcétera, etcétera. Somos mucho más complejas que eso y estamos apenas aprendiendo a ser libres. Entonces, en este punto en el que ya estamos, para ellos quitarse del trono y sentarse a nuestro lado es molesto, pero no hay de otra; bueno sí, podríamos poner un trono a su lado pero entonces sería una lucha de poderes, pues un trono da poder y qué flojera. También podríamos subirnos al trono y bajarlos a ellos, pero eso sería algo muy tonto. Aquí no se trata de voltear la tortilla, sino de tostarnos parejo.

Mujeres, si les llega una invitación para ir a una carpa, dense la oportunidad de asistir, siento que sería muy benéfico para la humanidad que las mujeres seamos más conscientes de lo que somos y lo que aportamos al mundo, pues si bien es cierto que la mujer ha demostrado ser tan capaz en el ámbito laboral como el hombre, creo que hemos descuidado mucho nuestra feminidad, que no tiene nada que ver con los delirios de una princesa ni con traer falda puesta, como dice mi hija. Traer la falda bien puesta es sólo un simbolismo.

Por Lorenza Val

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Sobre el autor

Artista y peluquera.

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2 comentarios

    1. Las felicito por poderse reunir y tender puentes de comunicación de experiencias. Las fotos son maravillosas. Lo que comenta del val muy pobre desde mi punto de vista por la pobreza de cuestionamiento de que es el patriarcado sus características, de sistema totalitario y poderoso… .Éxito. No se trata de reunirse y tirar línea pero si preguntarnos nosotras, permitir las nuevas reflexiones.

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