El siglo XXI demanda que revolucionemos las aulas y no necesariamente por el uso de las nuevas tecnologías o, incluso, metodologías de la educación. Una proyección se puede convertir  en una extensión de la pizarra si desconocemos el valor de las imágenes y diagramas que contiene o carecemos de propósitos pedagógicos concretos y realistas al momento de utilizarla. De lo que se trata más bien es de transformar nuestras concepciones, las que corresponden al área disciplinaria y las relacionadas con las formas e instrumentos didácticos de estos tiempos.

El primero de los cambios, por lo urgente que parece, es el que debe provenir de nuestras antiguas pretensiones académicas. Ya no se puede, por ejemplo, buscar la cohesión de la sociedad integrando pasados heterogéneos mediante métodos que intenten homogeneizar la cultura. Parece una observación arcaica pero resulta increíble que en un país que se ostenta como una república orgullosa de la pluralidad y diversidad cultural los libros aún siguen planteando la existencia, en singular, de una interpretación de los eventos históricos nacionales de los que, se dice,  fuimos participes en igual forma y medida. Parece que está de moda marcar las diferencias pero, al mismo tiempo, postergar la solución de la dispersión que surge  al contemplar la multiplicidad de historias.

De igual manera hay que deslindarnos de los afanes por  lograr algún tipo de hegemonía. Ya no se trata de encontrar la metodología que nos arroje una visión más precisa y verídica del pasado para justificar la validez y preeminencia de nuestra versión; más bien, la idea es buscar esquemas de investigación que otorguen flexibilidad y dinamismo a las conclusiones que alcanzamos al terminar este tipo de ejercicios intelectuales. El reconocimiento de las limitaciones conceptuales de los esquemas empleados es un ingrediente esencial en esta tarea, pero no menos importante es dar una nueva dimensión a la historia teniendo en mente  la consideración de que en el siglo XXI no importa tanto el fin último a lograr sino el proceso de investigación mismo.  Creo férreamente que ahí es donde se revela todo tipo de realidades posibles.

Des homogeneizar y des hegemonizar la historia, si se pueden utilizar así los términos, parecen actos obligados cuando las realidades para hacerse inteligibles o, más bien dicho, perceptibles a los ojos de los jóvenes del siglo XXI, requieren ser producidas en tres dimensiones. Ya no son dos: tiempo y espacio, sino tres las variables indispensables para poder crear imágenes del pasado que nos acerquen a nuevos y promisorios futuros. En ese sentido, el concepto de simultaneidad emerge como un tercer eje para situar la historia de una comunidad en un punto preciso o, en el mejor de los casos,  para definir la dinámica de integración que une el pasado local con el global, siendo este último en ocasiones también denominado universal.

Una vez hecho el deslinde conceptual es imprescindible innovar, pasar de las ideas a los resultados lo más pronto posible diseñando los formatos apropiados para conectar el pasado con el futuro haciendo del tiempo presente un puente. El medio adecuado para generar este tipo de conductos, el vigente, es el representado por el ámbito de lo digital. Traducir el carácter tridimensional de una realidad pasada al lenguaje binario constituye todo un desafío a la imaginación. Si lo que es conocido se pondera valorando de dos en dos cada situación hablar de tres implica una construcción, una nueva combinación. Crea la oportunidad de hacer de la incertidumbre un tercer valor en la historia, de ubicarla entre lo que es probable  y lo que es improbable  conocer, de lo que puede o no puede ocurrir, en otras palabras, de concebirla como el espacio donde es posible el surgimiento o la materialización de lo no contemplado.

Dicho lo anterior solo me queda decir que como profesional de la historia puedo conocer algunas de las versiones de lo que sucedió en el  pasado y la experiencia docente me permite discernir sobre temas, contenidos y metodologías para transmitir lo más relevante y útil de lo posiblemente ocurrido a las nuevas generaciones. Sin embargo, son los jóvenes quienes me dirán qué es lo más significativo que encuentran en las realidades recreadas en el aula y me guiaran en la búsqueda de medios que les permitan apropiarse de ellas para vivir su época, esto es, la globalidad. En esa dinámica, lo que verdaderamente hace la historia en nuestros días es tender puentes de comprensión en los que, mediante la comunicación,  el presente se reconoce en el pasado y encuentra la semilla de lo que podrían ser los frutos que las sociedad coseche en un futuro próximo.

Por Patricia Vega

Fotografía de Benjamín Alonso

Hermosillo la tarde de antier

Sobre el autor

María Patricia Vega Amaya vive en Hermosillo y es historiadora dedicada a la docencia. Licenciada en Historia por la Universidad de Sonora, maestra en Historia por el Instituto Mora y egresada del doctorado en Historia del Colegio de México. Twitter: @profe_patty

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