Las escenas más espeluznantes en Winchester (Peter y Michael Spierig, 2018) son aquellas que recuerdan las peores matanzas en Estados Unidos: Ya nos la sabemos. Un lobo solitario, abastecido con armas de alto poder, llega y asesina o hiere a decenas – centenas, en el atentado de Las Vegas – para luego suicidarse, ¡qué fácil!

Y ahora, un mes después del tiroteo mortal en la escuela secundaria de Parkland, Florida, se estrena esta película en un pretendido código de terror quedando por debajo de las expectativas provocadas por la presencia de la Oscarizada Helen Mirren.

Es una macabra coincidencia. Quizás entonces Winchester pudo ser un comentario oportuno, pero lo cierto es que resulta imprudente e inútil.

No toma partido por el control de armas. Mucho menos por la defensa de la primera enmienda. Ni tiene porqué. Winchester trae factura australiana. Y aunque la trama engatilla como punto de partida hechos reales, aquí solo se trata la pieza de “la casa embrujada”, ¡que fácil!

Sarah Winchester (Helen Mirren) es la viuda del creador del rifle de repetición más poderoso del siglo XIX, William Wirt Winchester.  La industria que se ha enriquecido desde entonces convierte a la mujer en una heredera envidiable, de oro.

El problema es que Sarah se jura acosada por las ánimas de todos aquellos que han sido reventados por los fusiles y las carabinas fabricadas por su marido.

Y la solución que ella imaginó, no es menos inquietante.

La viuda Winchester decidió, desde 1884 y hasta su muerte ocurrida en 1922, construir una mansión sin terminarla jamás, cuyo propósito era que los espíritus no encontraran morada y tuvieran que seguir en movimiento perpetuo, eso no es fácil.

Winchester, por supuesto, trabaja elementos de ficción.

La empresa de su esposo fallecido, al creer que Sarah no es estable y por lo tanto, es incapaz de administrar su inmensa fortuna, envía al Dr. Eric Price (Jason Clarke) – ¿guiño al inmortal Vincent Price? – en busca del diagnóstico más conveniente.

Así, junto a Marion, la sobrina (Sarah Snook) y Henry (Finn Scicluna- O’Prey), pequeño nieto de la viuda millonaria, el Dr. Price – el real, único protagonista en Winchester – descubrirá una residencia delirante y claustrofóbica, pero tan llena de lugares comunes que en realidad eliminan cualquier asomo de susto.

Winchester abusa de los jump scares, esos golpes de efecto con música en altos decibeles cuyo objetivo es hacer que los espectadores saltemos de nuestros asientos.

Winchester no presenta originalidad alguna. Ni en el guión, ni en sus diálogos, mucho menos en personajes o situaciones: ¿un cuadro que sangra? ¿un niño poseído? ¿espectros en los espejos? ¿indios y forajidos como almas en pena? ¿un asesino sociópata en busca de venganza?, ¡qué fácil!

¿Un terremoto como grito de la tierra ante tanta cosa sobrenatural y chocarrera?, ¡qué melodramático!

La grandeza actoral de Helen Mirren se confirma al aportar un poco de sinceridad a este exorcismo mal consumado. El verdadero misterio entonces es: ¿Cómo convencieron a la Mirren de hacer esta película? Claro, los honorarios son importantes y necesarios, pero ¿y el prestigio, amá? 

Tampoco es suficiente comprender o justificar al Dr. Price y su afición a la prescripción del laudáno o bien, por la confección de una eventual alianza para concluir el diagnóstico por todos esperado.

La primera incursión de Helen Mirren en una cinta de terror es un paso en falso en su carrera cinematográfica: Winchester saltará al olvido en cuanto llegue el próximo estreno. El que sea.

Tal vez la única ventaja en Winchester está en aprovechar, por el precio del boleto en taquilla, el tour más barato por la que se promociona como “la casa más embrujada de Norteamérica”.

Arquitecturas delirantes, escaleras que no van a ninguna parte y pasillos interminables, laberínticos, anuncian una gran película, que no fue.

Al menos la dirección de arte si “cumple”, pero los cinéfilos nos quedaremos, sin duda, con el frío e imponente Hotel Overlook de The shining (Stanley Kubrick, 1980).

Eso sí, en realidad a los gringos les atormenta, como a Sarah Winchester, los fantasmas de todos los caídos en el Mandalay Bay, en el Virginia Tech, en Orlando, en Newtown, en Austin y los que vienen, en espantosa e inevitable procesión.

Así, lo mejor será ver – o volver a ver- filmes como Bowling for Columbine (Michael Moore, 2002) ó Elephant (Gus Van Sant, 2003), que desnudan el horror del facilito acceso a pistolas, rifles y armas de alto poder. Han cobrado tantas, tantas víctimas.

Esas películas, la de Moore, la de Van Sant, sí dan miedo.

Por Horacio Vidal

 

Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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