Nuestro editor se fue de pesca a las Mujeres en su Tinta y sí picó

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Siempre he pensado que el teléfono celular es para utilizarse en casos de emergencia; tal vez porque no me gusta mucho hablar, tampoco generar codependencias.

Sin embargo, al ver a una de mis amigas muy entusiasmada con una aplicación -supuestamente- para solteros llamada Tinder, y con una vida social muy activa, pensé… ¿Y por qué no?

Tardé varios meses para decidirlo, la verdad es que llamaba mi atención la idea de visitar lugares nuevos en la ciudad y de conocer hombres interesantes, después de algunos años de vacaciones sentimentales.

Ya es hora, me dije.

Y ahí voy: buscar la aplicación gratuita, llenar un perfil, poner una de mis mejores fotos, ¡y listo! A conquistar el mundo.

Fueron varias las sorpresas. Como encontrar a varios de mis conocidos, solteros y casados, poniéndose en el menú como la mejor opción; pero yo prefería intentar algo con alguien cuyo pasado nada tuviera que ver con el mío.

¡Y llegó el hombre! Gringo-rubio-guapísimo-pudiente, ¡y divorciado!

-¿Va pedir otra cosita? ¿Lo quiere a domicilio o prefiere viajar? Eran las opciones que pasaban por mi cabeza, al tiempo que decía, Es mentira. No puede existir alguien así.

Mi amiga, madrina y asesora en asuntos de Tinder, era además mi porrista: se encargaba de decirme que confiara y que me dejara llevar en esta aventura, porque los hombres que no son codos, mano larga ni gorrones sí existen.

La aventura consistía en que, por correo electrónico o mensajería, el hombre me escribía en su inglés fabuloso que yo traducía a un español medio extraño, y viceversa.

Estuvimos así por unas semanas, y luego nos aventuramos a la práctica de mi spanglish, porque yo lo intentaba y él se dedicaba a llenarme la bandeja del correo de puro amor… o de esas cosas que aunque digamos que no, sí queremos escuchar… o leer.

Sus emails (nuestros emails) eran largos y cursis, como siempre me han gustado; en las fotos cada vez aparecía más guapo y sus promesas cada día eran más atractivas.

Tanto así que mi coach de Tinder ya estaba segura que ella me sacaría de casa de blanco para casarme con el Kendrick.

Y yo… Tan sola tanto tiempo, me dejé querer y me fui en el viaje.

Ya no volví a decirle que se fuera despacito, que no quisiera correr antes de caminar y otras expresiones que indicaban: ¡Stop. Alto. Detente!

Me dediqué entonces a pedirle pruebas de vida y explicaciones de por qué habían desaparecido sus perfiles en redes sociales, en las que lo anduve rastreando como extraordinario sabueso.

Fue así como comenzó a llamar y yo, como por arte de magia, comencé a hablar inglés. De supervivencia: muy básico y enamorado, pero inglés al fin.

Era tan serio el asunto que bajé mi perfil de Tinder y desactivé la aplicación. ¡Había encontrado a mi Tommy Motola, oh sí!

Un día, mi Tommy o mi Kendrick o mi… lo que fuera, me sorprendió con el anuncio de que había enviado un paquete que no pedí y que no podía devolverse; me dio la clave con la que lo seguiría mientras regresaba de su viaje de trabajo en Nueva York, para después venir a instalarse unos meses en mi querido Hermorancho.

Y entonces, ya no me gustó.

Volví a las dudas, a la desconfianza, al miedo, a pensar mal esperando acertar, hasta que mis corazonadas acrecentaran antes de que llegara el mensaje de que el paquete excedía límites de valor y contenido, que había que pagar una fianza, que tenía que comunicarme para negociar o podía ir a la cárcel y que el hombre estaba como loco porque había invertido todos sus ahorros. Nuestro patrimonio. Que sólo yo podía salvar.

Sí, como no. En ese momento ya no tuve tiempo de responder, sólo entendí español y ya no contesté, hasta que quien me consideraba la mujer de su vida me bloqueó.

Si, ¡un extorsionador me bloqueó!

Mi corazón y el de mi madrina de Tinder se rompieron, y mi perfil de la aplicación sigue desactivado, pero, como sabueso, sigo buscándolo y reportándolo cada vez que su hermosa sonrisa marcada por una cicatriz en la mejilla aparece en las redes en que volvemos a coincidir.

Por Judith León

Texto leído por la autora en el VII Encuentro de Escritoras Mujeres en su Tinta

Sobre el autor

Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Escribe cuento corto desde 2001 y tiene una novela archivada. Es coautora de “De ladrillo, concreto y asfalto”, publicada por el Colegio de Ingenieros Civiles de Sonora, y tiene obra publicada en antologías. Actualmente es editora de El Sol de Hermosillo. Contacto judithleon@hotmail.com

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0 comentarios

  1. oups, vaya final! En verdad que crei que iba a terminar en ‘y somos felices los dos, o los tres o los cuatro’! Conozco personas que han encontrado su media naranja cybernetica, y pues tambien muchas historias de terror, debido a los sitios de cyber-ligue. Tinder solo es la evolución de muchos sitios, que vienen creandose desde que Internet se empezo a convertir en fenomeno de masas.
    Animo, sigue buscando, que personas con los pies en la tierra, siempre sabran detectar a los/las farsantes, aunque pongan un perfil de Mr. Gray o Ms. Diva.

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