Perder la memoria no es un cuento. Cuento el de Víctor Peralta en torno a la fragilidad de los recuerdos, poderosamente complementado por los trazos de Melina Corral, que así se estrena como colaboradora de este presumido portal.

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Es hora de despertar. Me siento un poco desorientada, y camino con algunos dolores de rodilla al baño. Me veo en el espejo, me recuerda el cuerpo que tengo muchísimas ganas de hacer pipí y en el momento, me siento en el escusado. Me parece que es un lunes que presagia una semana pesada. Tengo que ir a la graduación de la secundaria de mi nieta, Julia. Estoy entusiasmada. Terminé de hacer pipí, y me distraigo pensando en qué haré de desayunar. Me lavo los dientes. Salgo del baño y veo a mi esposo, Don.

 

— Hola, Don. Mi amor, ¿cómo amaneciste?

— Bien, amor. Tengo un poco de malestar. Es la próstata yo creo.

— ¡Ibas a ir al doctor a checarte! ¿Qué te dijo?

 

Me vio con una cara de susto que por un momento me hizo pensar que tenía pintada la cara o así.

 

— Lulú, ¿estás bromeando?

 

No estoy bromeando. El tono en el que Don lo dijo, me sacudió un poco, por un segundo. Siento de pronto el recuerdo. Me aferro a él como se aferra uno a una clara de huevo que se escurre por las manos desnudas, con esfuerzo, mano abajo para cachar la parte que se cae, y luego bajar la otra mano, para cachar la clara que sigue escurriendo.

 

— Hoy terminas la quimioterapia.

— Sí, Lú, mi amor. Ya estás viejita.

 

Se ríe el socarrón. Me está provocando. Siempre me provoca. Así me enamoró y así jamás dejó de enamorarme.

 

— ¿Descansaste bien anoche, viejita hermosa?

 

Le contesté con una mirada según yo de enojo, pero me traiciona la sonrisita. Con razón se ve más decaído de lo que recuerdo a Don, mi Don. ¡Cómo se me puede olvidar algo así! TÚC-TUC-TÚC-TUC-TÚC-TUC. ¿Cómo?

 

*   *   *

 

Abro los ojos. Me levanto como siempre al baño. Tengo que hacer pipí de nuevo, me recuerda la vejiga cargada. Me vi en el espejo muy de pasada, y sentí que me veo terrible. ¿Estaré enferma? Hoy es la graduación de Julia. Voy a ponerme el vestido azul que compré para el verano en Playa del Carmen de nuestro aniversario de boda cuando Don tiró su medicina sobre mi ropa. Tuvimos que comprar un vestido para la cena que teníamos reservada en el Xtalak. Qué hermoso restaurante, la playa y la bioluminiscencia que ese año fue la más grande desde que Playa pasó de ser un pueblo, a una ciudad. ¡Qué regalo más hermoso!

 

— ¡Lulú! ¡Ya se secó el agua que pusiste a calentar para café!

 

¡Iiih! ¡Qué tonta!

 

— Amor, gracias por apagarle. ¿Pones más agua? ¿A qué hora es la graduación de Julia?

— ¿Que qué? ¿La graduación de Julia? ¡Fue la semana pasada!

 

TÚC-TUC-TÚC-TUC-TÚC-TUC. TÚC-TUC-TÚC-TUC-TÚC-TUC. Me zumban los oídos. Me está pasando otra vez. ¡Qué esfuerzo tan grande para recordar, qué vagas imágenes! ¡Qué bonita se veía Julia! ¿De qué color eran sus zapatos? Creo que yo se los regalé. ¡Qué difícil recordar! TÚC-TUC-TÚC-TUC-TÚC-TUC. Mi madre murió de Alzheimer.

 

— ¡Ven, Lulú! Vamos a desayunar para ir al mandado. Tu hija nos pidió que le lleváramos chía y ya se nos terminó.

 

Salgo del baño, estoy algo aturdida. Busco la mirada de Don. No me resisto y me abrazo de él como si fuera una niña. Hablamos sobre mi memoria, y concuerda que ando muy olvidadiza. Vamos a ir al neurólogo.

 

*   *   *

 

Estoy preocupada. Creo que tengo Alzheimer. Siento una pesadez horrible al salir de la cama. La preocupación me está carcomiendo. TÚC-TUC-TÚC-TUC-TÚC-TUC. Necesito verlo, confío en él. Volteo, le doy unas palmaditas:

 

— Don, ¿estás despierto?

— Sí, Lulú, mi amor. ¿Qué pasó? ¿Todo bien?

— ¿Cuándo vamos a ir al neurólogo?

 

Siento su inseguridad en su mirada. Lo conozco. Me preocupa por un instante.

 

— Al rato. La cita es a las 4. Voy a hacerte café, y te lo traigo a la cama, viejita. Espérame.

 

Ese último “espérame” fue tierno. Necesito respaldarme en él. Necesito de Don, y está ahí. Como siempre ha estado ahí. Ya camina un poco encorvado. No me acuerdo qué le dijo el proctólogo.

 

— ¿Tú cómo estás, Don, mi vida?

— Muy bien, ya pude orinar de corrido de nuevo.

 

Esa forma de hablar. Ese tono. Me tranquiliza. Don, viejito, mi viejito. Inhalo profundo. Puedo concentrarme. ¡Qué bonita se veía Julia y tiene 12 años! Salió igual de estudiosa que yo. Necesito recordar, lo más que pueda. ¡Qué doloroso será perder todos estos recuerdos! Toda esta vida plena y llena de momentos hermosos, mis recuerdos, mi.

 

*   *   *

 

 

No puedo dejar de llorar. Lo bueno de todo es que el hombro de Don está aquí.

 

— Cálmate, Güichita. Vamos a dar la batalla, y no te voy a soltar. ¿Te acuerdas aquella vez que hablamos? ¡No debes olvidarla!

 

Se me vino a la mente. Hace como 45 años. Habíamos cumplido un año de casados Don y yo. Ah, qué año tan bonito. Pero casi me divorcié de él por eso que me dijo. No lo puedo creer. Otra vez, el sinsabor. Pero ahora todo parece ir cobrando sentido. TÚC-TUC-TÚc-tuc-Túc-tuc-tuc-tuc-tuc. Mi viejito, Don. ¡Qué haría sin él, aquí conmigo! No puedo parar de sollozar. Sus brazos, me acomodan tan a gusto. Paro un poco, y empiezo a verme desde mi futuro.
— ¿Te he dicho qué suertuda soy de haberte encontrado?

 

Me sonríe con sonrisa de travesura.

 

— Lo malo es que estás muy pelón. ¡Me estoy fijando en qué viejo estás, Don! ¡Cómo pasan los años!

 

Sabe que lo estoy picando. Aquí y ahora, estoy viéndome del futuro, y voy a pasarla bien con él. Se ríe. Me abraza. Lo abrazo. Perfección.

 

*   *   *

 

Despierto de nuevo. Qué cansada me siento. Quizá no valga la pena levantarme tan pronto. Busco a Don con la mano, antes de que salga el sol. No lo encuentro, estoy en un cuarto que no conozco. TÚC-TUC-TÚC-TUC-TÚC-TUC-TÚC-TUC-TÚC-TUC-TÚC-TUC.

 

— ¡Dooooon! ¡Doooon!

 

Llega una enfermera.

 

— ¡Hola Lulú, buen día! Tranquila, ¿Cómo durmió hoy? Aquí tiene su medicina, tómesela por favor.

 

Que disminuida me siento.

 

— ¿Dónde está mi marido Don?

— Tranquila. Don murió hace tres meses, Lulú.

 

Lo vi ayer. Vamos a dar la batalla. Ah. Los recuerdos, se van como agua en las manos. Qué difícil. El velorio fue muy bonito, pude organizarlo casi todo. Se ve tan lejos.

 

— ¿Mi hija? ¿Dónde está Daniela?

— Ella está fuera de la ciudad, Lulú. Pero le podemos llamar cuando quieras.

— ¡Quiero hablarle ahora mismo!

 

Los recuerdos son muy difusos. No logro acomodarlos, pero poco a poco regresan. Don. Ahí estás, viejito. “¿Te acuerdas de aquella vez que hablamos? No debes olvidarla.” TÚC-TUC-TÚc-tuc-Túc-tuc-tuc-tuc-tuc. Inhalo.

 

— ¡Hola hija! Daniela, perdona que te haya molestado. Tuve una mañana pesada. No me ubiqué bien, lo siento. Quizá deban aumentarme las dosis. ¿Cómo está Julia? ¿Ya encontraron la secundaria para…?

— Sí, mamá…

 

Solloza un poco. La escucho. Me angustia. ¿Qué hice? ¿Qué olvidé? Algo olvidé.

 

— Julia, ehm, está por entrar a la universidad. La aceptaron en la UNAM.

 

Es cierto. Ya voy recordando. Pero qué difícil. Se me van los recuerdos. Qué caos.
— Cierto hija, qué memoria la mía.

 

La quiero calmar. “¿Te acuerdas de aquella vez que hablamos? No debes olvidarla.” Don, tú otra vez. Te extraño tanto.

 

— Salúdame mucho a Julia. Dile que su abuela está muy orgullosa de ella. ¿Ok?

— Te hablo en un rato. Me quiero tomar mi café, Dana. Adiós.

 

“¿Te acuerdas de aquella vez que hablamos? No debes olvidarla.”

 

*   *   *

 

Cumplimos un año de casados, Don y yo.

 

— ¿Ya? ¿Traen el servicio al camarote, Don?

— Sí, Lú. Café, huevos al gusto y todo. ¿Sabes cómo se dice “huevos” en islandés?

— No. ¿Cómo?

 

Preguntó con interés.

 

— “Egg”.

— Uts. Es de esas palabras que son vestigios de idiomas olvidados o ligas a otros idiomas que ya no se parecen para nada. En español está “perro”. Tiene una etimología no muy bien conocida. “Hund”, en alemán, “dog” en inglés, “chien”, “cachorro”, “txakurra”. Es más, ni la influencia árabe en España explica la etimología de “perro”.

— Y ¿cómo se dice, Lú?

— “Alkulb” o algo así.

— Dices que “perro” viene del idioma que hablaban los iberos, antes de la llegada de los romanos. ¿Verdad?

— Yup.

— ¡Órale!

 

Se me lanzó Don, juguetón. Qué beso tan rico.

 

— Lú, tenemos que hablar.
Me pone en alerta esa frase, pero sólo un poco. No puede ser algo muy malo, estoy aquí en el mejor momento de mi vida, navegando el mar del norte, después de 12 horas de dejar Reikiavik, una ciudad que siempre quise conocer.

— ¿Viste que tu abuela, y otros de tus familiares han tenido Alzheimer?

— Ahá.

 

Me impacienta un poco que corte el momento así. ¿Qué quiere decir?

 

— ¿Por?

— Dicen que los recuerdos más fuertes del pasado, a veces se conservan mejor que la memoria en el futuro. ¿Qué vas a hacer si te llega a dar Alzheimer?

 

¡Qué pregunta tan inoportuna! ¡Tan de mal gusto! ¿Cómo sabe si tendré o no la enfermedad? ¡Qué coraje!

 

— ¡Qué te pasa! ¿Es en serio que te preocupas de eso ahora?

— Claro. Es lo más serio que he dicho nunca. Necesito que me respondas.

— ¡No sé! ¿Cómo voy a saberlo? Si ni siquiera sé si me va a tocar a mí. Estudios universitarios bajan la probabilidad, la cafeína, el ejercicio…

— No le saques la vuelta a la pregunta, por favor. Me parece muy serio que lo discutamos.

— ¡Qué vamos a discutir! ¡Tú siempre arruinas las cosas así! ¡No puedes quedarte callado ni en este momento tan perfecto!

 

El coraje me nubla. Don no quita la cara de serio. Aunque yo me zafé y quise irme para atrás. No lo quiero cerca de mí. Hemos tenido problemas para adaptarnos. Tengo dudas de querer estar con él, porque últimamente la vida ha apretado. No es como pensé que sería. Para sacarlo de viaje me tomó un esfuerzo enorme. Yo amo viajar y él prefiere ahorrar para el futuro. Quizá no es la persona con la que debía casarme. Somos muy diferentes.

 

— ¿Es en serio?

— Sí. No puedo creer que te enoje este asunto. Tengo que decirte esto lo más pronto posible. Quién sabe si estos sean los pocos recuerdos que te den algún rumbo alguna vez en el futuro, digo, si pasa…

— Ash. Me chocas. Lo haces de nuevo… ¡No sabemos nada!…

 

Me preparé para irme al salón a buscar algo con qué calmarme. Don me tapó el paso. Me enfurecí más. Nada tenía sentido. ¿Cómo arruinar o por qué arruinar el viaje con estos asuntos tan raros y remotos?

 

— ¡Quítate! ¡¿QUÉ NO ENTIENDES?!

— ¡No te pongas así! ¡No me grites, y siéntate!

 

¿Cómo se atreve a darme órdenes? Estamos casados, pero no vivimos en el siglo XIX. ¡Qué se cree! Trato de empujarlo, pero me detiene con facilidad. Don es fuerte.

 

— ¡Yaaaaa!

— ¡Ven! Tenemos que hablar de esto. No se puede postergar, en su momento será crítico.

 

Lloro de frustración, me rindo, no tiene caso que resista. Voy a navegar esa corriente, sólo en lo que me calmo y me sacudo de todo esto en cuanto pueda. Pasa un rato. Respiro, y puedo calmarme. El sentimiento de aburrición, de irrelevancia, de estar perdiendo el tiempo es abrumador.

 

— Piensa, si algún día desarrollas la enfermedad de tu abuela, en este momento. Piensa que yo estaré para que te apoyes, para que uses mi voz como faro, para recordarte cosas, para cuidarte, para ubicarte si se te olvida que ibas a orinar, o si se te olvida la estufa prendida. ¿Ok?

— Ok.

— Piensa que ahorita te estoy ofreciendo mi brazo para que te apoyes, mi hombro para que te recargues, mi memoria para que te encuentres.

 

De pronto un momento que parecía que no tenía sentido, que parecía una mera excentricidad remota, se hizo un momento tierno, firme como el suelo que necesito justo ahora, y que justo ahora sé que necesitaba más nadie, yo desde mi futuro. El tono de su voz, la forma de sus abrazos, su mirada, su presencia son las raíces que me mantienen de pie hoy: fue la primera vez que lo vi, y que no pude permanecer apática. Toda mi historia me preparaba para ese momento, y todo mi futuro me preparaba para ese momento. Hola, adiós, y cómo te fue en el trabajo hoy, estás con la bebé, trajiste los regalos, me prometiste… Don. Estás aquí, conmigo, estoy aquí, contigo. He vivido una vida hermosa, y ya va siendo tiempo de irme. Tuc-tuc-tuc-tuc-tu-tu-p-up-up-up. Quizá después de esta navidad, que Julia me cuente cómo le va con ese novio que tiene, que sea raíz para ella, que ella sea raíz para él, que termine la escuela, que sea feliz, que no pierda de vista el sol y apunte sus hojas hacia él, bien fuerte anclada en el suelo: ella todavía no se ve desde el futuro.

 

*   *   *

 

Unos meses después Lulú murió en el asilo. Escuchó las historias de Julia en la cena de navidad. Conoció a su novio. Pudo platicar con ellos. Le costaba mucho más seguir una plática, pero así como hay ancianos que caminan más despacio que otros, Lulú conversaba más despacio que otros: una caminata lenta, cuidadosa por su historia compartida de familia. Sabía cómo hacer la conversación, cómo recordar, tenía práctica. Encontraba en recordar, en reflexionar y en pensar sobre su vida el estímulo necesario para visitarse, y revisitarse. Veía fotos. Frecuentaba amigos. Le gustaba cada vez más recordar fechas de cumpleaños y aniversarios. Platicaba mucho. Se procuraba la felicidad, y la mano de Don para dormir. Los doctores intuían que por su historia familiar tenía una alta proclividad a la enfermedad y a desarrollarla mucho más pero también notaban que se le desarrolló mucho menos de lo esperado. Nadie presta mucha atención a las cosas que están saliendo bien. Lulú mantuvo su memoria casi intacta mucho más tiempo que otros enfermos con sus mismos factores de riesgo. Su vida fue un milagro disfrazado de cotidianeidad.

 

 

Por Víctor Peralta

En portada, Summer Nights, pintura al óleo de Melina Corral

summer nights by melina corral

Sobre el autor

Victor Peralta nació en Hermosillo y creció entre Nogales, Ímuris, Hermosillo y Zacatecas, donde estudió Derecho y Filosofía. En 2005 entró a la Maestría en Filosofía de la UNAM de la que se está titulando con una tesis sobre la computabilidad de la mente humana y la incompleción de Gödel. Hoy en día se desempeña como docente-investigador en Cancún.

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2 comentarios

    1. Gracias, Claudia. Siendo muy sincero, a mi mismo me conmovió la situación en el momento en el que pensé en ella. Siento fuertemente que no le hice justicia en este cuentito, pero me encanta que otros lo vean. Saludos!

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