Se reconoce a Steven Spielberg como el creador de buena parte de la memoria cinematográfica popular en los últimos cuarenta años. Valorado por la crítica, honrado en cada temporada de premios y querido por el público, es uno de los individuos más vigorosos de Hollywood.

Y es un espejo de dos caras.

Puede ser “serio y dramático”. La lista de Schindler (1993), El imperio del sol (1987), Salvando al soldado Ryan (1998) ó The Post: oscuros secretos del pentágono (2017) son ejemplos que ilustran el punto.

Por supuesto, se idolatra su lado “divertido y escapista”: Tiburón (1975), Encuentro cercano del tercer tipo (1977), E.T. (1982) y Jurassic Park (1993) dan cuenta de ello.

Y ahora, a sus 72 años, Spielberg la emprende frente a esta nueva generación, sin descuidar su mercado cautivo: aquellos que hemos sido tocados por el talento manipulador – pavloviano, parece siempre más adecuado – de este genial realizador.

Así, Ready player one: comienza el juego (Steven Spielberg, 2018) es un manifiesto retrofuturista contra el nuevo imperio: The Walt Disney Company, dueño de prácticamente todo lo que vemos, desde Star Wars, Indiana Jones y Marvel, hasta Los Simpsons y ESPN.

Es el año 2045. La gente vive entre el vértigo de la realidad virtual y la miseria de sus propios días. OASIS, la gigantesca plataforma del entretenimiento, es el centro de las actividades, sedentarias o no, en un porvenir global y evasivo.

El viaje del héroe lo inicia aquí Wade Watts / Parzival (Tye Sheridan), joven que vive junto a su tía en Las Torres, un barrio de trailers apilados y sumidos en el caos. La civilización está inmersa en OASIS, ese planeta cibernético creado por James Halliday (Mark Rylance), quien a su muerte, ha revelado que existe un misterio prodigioso a partir del descubrimiento de una serie de llaves, pistas y claves que permitirán, a quien las descubra, el control total de OASIS.

Exacto. Es réplica precisa de Willy Wonka y la fábrica de chocolate (Mel Stuart, 1971). La adaptación de la melodía “Pure imagination”, de esa cinta, nos advierte de la importancia de tal señal. Conviene no olvidarla.

Con un optimismo desbordante, Ready player one: comienza el juego avanza frenética, sin descansos.

En su búsqueda por el santo grial, Wade Watts / Parzival y su amigo H (Lena Waithe), se unirán Samantha / Art3mis (Olivia Cooke), Daito (Win Morisaki) y Sho (Philip Zao). Nadie se conoce en persona.

Y, en la otra esquina, está 101. Un corporativo millonario y tecnológico creado para resolver el enigma propuesto por Halliday. El líder, un ejecutivo, medio torpe y desalmado, Sorrento (Ben Mendehlson), hará hasta lo imposible por ganar el maratón.

Ready player one: comienza el juego se convierte en la película de las correlaciones. Hay un tsunami de referencias. Desde King Kong (Merian C. Cooper) y el De Lorian de Volver al futuro (Robert Zemeckies, 1985), hasta la aparición del T-Rex, Chucky, El gigante de hierro (Brad Bird, 1999) y la superlativa revisitación a El resplandor (Stanley Kubrick, 1980), desde una perspectiva emotiva, sublime, jamás imaginada.

Hay que destacar la aparición de un personaje. Se trata de I-R0k (T.J. Miller). Un avatar parecido a Skeletor cuyo temperamento y carácter es la quintaescencia del geek. Se transforma en el más simpático de los villanos.

Sin embargo hay un grave defecto en el guión de Ready player one: comienza el juego. La ausencia de la autoridad formal. 101 tiene el poder de esclavizar – aunque sea de manera virtual – a sus clientes, puede perseguir con drones y sicarios a los protagonistas, es capaz de bombardear lo que se le antoje. ¿Y jamás aparece la policía?

Tal situación provoca un desenlace poco creíble. La película se derrumba en ese momento.

Luego, a partir de una frase de Woody Allen en sus películas: “Odio la realidad, pero es el único sitio donde se puede comer un buen filete”, Spielberg construye su acostumbrada moraleja final: No es conveniente pasar tanto tiempo en la realidad virtual.

Y, ¿cómo quiere que lo recordemos? Como un Willy Wonka. Un dictador caprichoso, aunque capaz de la generosidad que nace de su corazón aún puro, inocente e infantil.

Ready player one: comienza el juego será película de culto, a pesar de fallas y omisiones que desafían la lógica argumental.

Solo hay que recordarle a Steven Spielberg que el gran problema del dictador bueno – si alguna vez ha existido uno – es que es necesario prolongarle la vida.

Y eso es imposible.

Por Horacio Vidal

Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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