Hermosillo, Sonora.-

La tarde-noche de ayer tuvo lugar la octava edición del Festival del Chef Sonora, que organiza la Fundación Ganfer y lo organiza bien. No por nada le escuché a un mozalbete rubio, tez de porcelana, comentar muy seguro a su par: «estos eventos son comunes en Europa». Ojo que lo dijo en la zona de vinos, la más nice de la noche, y miren que había espacios nice por doquier.

Todo comenzó con una larga caminata que sirvió para hacer más hambre. El evento tuvo lugar en Grand Agave, al poniente profundo de la ciudad, y la larga fila de autos denotaban la puntualidad de los hermosillenses a la hora de llenar el buche. Muchos no aguantamos la cola (de carros) y nos estacionamos más cerca del estadio de beis que del área festival. Como le dije a mi acompañanta: «Si comemos mucho, la caminata servirá para bajarla». Y sí.

Uno de los primeros stands que topabas era el de Brasero, que te recibía con unos sencillos y deliciosos taquitos de res en harina, y una bebida a base de bacanora y hierbas finas. Vaya forma de abrir boca. En el stand de junto los Armando Mariscos ofrecían un ceviche de atún fresco muy bonito en su presentación pero muy falto en su sabor. Tenían también un vasito de ceviche más retacado de varitas de harina (esas con las que algunas fondas hacen el caldo de tortilla huevón) que de pescado o marisco. Palomita pa’ los Bracero, tache pa los Mariscos Armando.

Después de esto nos movimos por ahí y llamó mi atención las largas colas para degustar o atascar carnita asada. Lo regional manda, pensé, y ni modo. Pero si a regional vamos, qué sabrosura las taskaris preparadas por mujeres yaquis, no se diga la carne con chile que las acompañaba. Por un momento me sentí en la ramada de Huírivis, una madrugada glacial (diría Aguilar Camín en la Frontera Nómada), con los paskolas y el venado haciendo lo suyo. Súper.

Hará par de meses vino un primo de Tucson y me dijo que Bodega 8 estaba a toda mauser. So, apenas vi el stand le dije a mi amada «de allá somos». No exageró el primate, la bodega nos agasajó con un taco cachanilla que lo pongo en el top de los manjares degustados la noche de anochi: chile verde, chambarete, pulpo, queso y aguacate sobre una cama de maíz (la fórmula es mía), coronado con la salsa de la casa. CÁ-LLA-TE-LA-BO-CA.

Cansados de masticar, fuimos a por líquidos y vaciamos varios vasitos de tequila o bacanora: Puerto Bello pa’l tequila y Sunora Bacanora para el ídem, que se apretó con el añejo porque no lo llevó pero yo, que sé del asunto, se los recomiendo ampliamente. Hecha la digestión (cuál), nos zampamos una sabrosa empanadita argentina con machaca, cortesía de Steaks del Herraderos, y de ahí brincamos a Palominos, uno de los stands más populares vista la calidad de sus carnes y la generosidad al servirlas: picaña, cabrería y tomahawks bañados en mantequilla de bacanora… Uff. Luego un mini tamal deli en el Árbol de Vida y de postre un suculento pastelito de chocolate en Cacao y Maíz. Urgidos de descansar la panza, nos movimos a apreciar el rebane de un atuncito de cien kilos: todo un espectáculo.

Apaciguados los espíritus, renació el hedonista que habita en mí, pero esta vez decidido a satisfacer el paladar cosmopolita que también ostento aunque no parezca. Para ello, nada mejor que unos quesos de alta gama by Europa con Amour: emmental, brie y mantequilla mantequilla, complementados con frutos secos y uvas frescas. Touché.

Para cerrar con broche de oro nos colamos al área VIP y saboreamos un cabernet sauvignon que qué andas haciendo: se llama Carrodilla, viene del Valle de Guadalupe y si traes 900 del águila que te estorben, no lo dudes en comprar y menos en invitar(me).

Con eso dimos por concluida la faena. Sólo resta felicitar a los organizadores del Festival del Chef y a los restoranes que le dieron vida. Y a nosotros mismos, los comensales, por comportarnos a la altura. Sí, señor.

Texto y fotografías por Benjamín Alonso Rascón para CRÓNICA SONORA

Sobre el autor

Premio Nacional de Periodismo 2007. Director de Crónica Sonora. Escríbele a cronicasonora@gmail.com

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