Ciudad de México.-
Hay personas que vienen al mundo para darnos una lección de cómo lograr ser el mejor en lo que uno ha elegido. No es que nazcan predestinados para ello, sino que logran brillar gracias a su esfuerzo, su disciplina, su coraje y su pasión. Una de esas personas fue Kobe Bryant cuya repentina muerte, junto a su pequeña hija y a otras siete personas el domingo por la tarde, nos ha dejado perplejos.
La noche del 13 de abril del 2016 será recordada por millones de personas alrededor del mundo como la noche de la consagración de Kobe Bryant, “la mamba negra”, uno de los más grandes jugadores de baloncesto de todos los tiempos. Esa fue la noche de su despedida con el equipo para el que jugó toda su vida profesional, los L.A. Lakers., y esa noche jugó tal vez como nunca. Anotó sesenta puntos, 18 de ellos en los últimos tres minutos del partido contra el Jazz de Utah. El Staples Center de Los Ángeles era un manicomio y entre los locos estaba el loco por antonomasia, Jack Nicholson, quien era fanático no sólo del equipo, sino de su esquinero estrella, Kobe Bryant.
Antier perdieron la vida en un trágico accidente de helicóptero Kobe, su hija de 14 años, también jugadora de baloncesto y otras 7 personas mientras se dirigían al Mamba Sports Center de Los Ángeles donde la niña jugaría un partido de exhibición ante cientos de jóvenes promesas del basketbol de diferentes ciudades de Estados Unidos y México. Kobe daría también una charla acerca de la “Mentalidad Mamba”, su clave para triunfar en el deporte, misma que plasmó en un libro que fue todo un éxito editorial.
Kobe Bryant dio el salto al estrellato directamente después de terminar la preparatoria al firmar un contrato con los Lakers de Los Ángeles, equipo para el que jugó durante 20 años. Durante todas esas temporadas con el equipo, Bryant ganó 18 veces el “All Star Selection”; el jugador más valioso en temporada regular el 2008 y dos veces el premio a jugador más valioso de la NBA en campeonato. También obtuvo dos medallas olímpicas de oro con la selección de Estados Unidos.
No mencionaré aquí todos los premios que obtuvo ni el escándalo sexual en el que se vio envuelto, ni a su esposa de origen mexicano, ni el Óscar que obtuvo por el cortometraje inspirado en su carta despedida al equipo tras anunciar su retiro en 2016. Todo eso es del dominio público.
Lo que me gustaría, más bien, es hacer una breve reflexión de la fragilidad de la vida y de lo impredecible de la muerte.
Lo que me gustaría, más bien, es hacer una breve reflexión de la fragilidad de la vida y de lo impredecible de la muerte.
Cuando muere alguien famoso, incluso si jamás lo conocimos en persona, nos consterna o, cuando menos, nos sorprende pues tendemos a pensar que esas personas estarán ahí para siempre, o al menos así nos lo parece pues su legado o sus hazañas, sus logros o sus proezas, nos fascinan y nos inspiran justamente porque destacaron en lo que eligieron hacer en la vida.
Leemos o escuchamos la noticia de su fallecimiento y de pronto reparamos en lo repentino del suceso. Hacemos una pausa y reflexionamos también acerca de nuestra propia muerte. Repasamos nuestra vida y nos preguntamos cómo la hemos vivido. En qué hemos gastado nuestro tiempo, qué legaremos a otros, cuál será nuestra aportación a la humanidad, ¿habrá alguien que nos recuerde con afecto?
La conmoción es aún mayor cuando quien murió estaba en la plenitud de la vida y era alguien admirado y querido por millones de personas. Cuando se trataba de alguien que era un modelo a seguir por sus logros, su dedicación, su esfuerzo, su coraje y su pasión por convertirse en el mejor en lo que hacía. Simplemente nos parece absurdo (como si la muerte no lo fuera).
Ese es justamente el estado de perplejidad que ha causado la muerte de Kobe Bryant, de su hijita y de sus siete acompañantes. Y aunque nos resulte fuera de lugar decirlo, este tipo de pérdidas nos dan una lección de humildad a todos.
Kobe Bryant logró todo lo que se propuso y más, incluso ganar un Óscar, algo sin precedente para un deportista. Fue un hombre que realizó todos sus sueños no sólo en el ámbito profesional sino personal y aún tenía mucho que aportar pues los últimos cuatro años de su vida los había dedicado a formar nuevos talentos deportivos, a escribir un libro respecto de su fórmula del éxito, a entrenar a su pequeña hija Gianna, que era una promesa del baloncesto y a pasar la mayor parte de su tiempo al lado de su familia. Sin embargo, murió repentinamente.
Que su vida nos inspire a esforzarnos cada día por ser mejores, cualquiera que sea el quehacer que nos ocupe y que su muerte nos mueva a reflexionar en torno a la fragilidad y lo irrepetible de la vida y de cómo ésta puede terminar justo cuando creemos que hemos logrado todo lo que nos habíamos propuesto.
Gracias “Mamba” por tantos momentos de adrenalina, de euforia y de alegría que nos regalaste a través del deporte “ráfaga”.
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Extraordinaria tu crónica Teresa, definitivamente vamos tan rápido en esta vida que pocas veces nos detenemos a reflexionar, a valorar, a disfrutar de familia, amigos, comunidad, campos, arboles, pájaros que nos cantan a diario. Tristemente cuando pasan estos sucesos como bien expones, es cuando nos frenamos de repente y nos hacemos un scanneo personal. Desafortunadamente la naturaleza del ser humano es volver a tropezar con la misma piedra, que en este caso sería caer de nuevo en el desenfreno de la vida diaria. Fabulosa reflexión la tuya, me gusta mucho leer cuando expones los temas tan interesantes y filosóficos que emanan de esa mente virtuosa que posees. Felicidades y un gran abrazo a lo lejos !! Que sigan los éxitos.
Muchas gracias por tus palabras amiga querida. Me animan a seguir escribiendo. Un abrazo fuerte y espero verte en Mexicali pronto.
Que gusto leerte. Gracias por ayudarnos a enfocar y reflexionar en aspectos importantes
Gracias Javier, qué gusto saber de ustedes. Un abrazo fuerte.