Mis piernas se movían solas y mis rodillas hacían movimientos circulares. Para cuando sonó en las bocinas la alerta sísmica, era claro que no se trataba de otro simulacro, como el que se había realizado apenas dos horas antes, sino que era un sismo real, lo bastante fuerte para hacer que el suelo de piedra volcánica sobre el que están construidas las instalaciones de El Colegio de México adoptara la consistencia de una gelatina, dificultando cada paso hacia la salida de la cafetería. Los grandes cristales de las ventanas vibraban, parecía que se iban a reventar, pero afortunadamente resistieron.

Con motivo del simulacro realizado en conmemoración del 32 aniversario del terremoto que el 19 de septiembre de 1985 devastó la Ciudad de México, el personal de seguridad y de mantenimiento de la institución estaba más que listo para orientar a todos los ocupantes del edificio hacia las salidas más próximas, logrando la evacuación a un lugar seguro de forma rápida. Quienes estábamos en el comedor fuimos dirigidos hacia la explanada frontal. Al llegar al punto de reunión, los edificios y postes de alumbrado público seguían oscilando. A continuación siguieron risas nerviosas, el colapso de la red de teléfono e internet, más risas nerviosas y los primeros rumores de que lo acontecido pudo haber sido una catástrofe. El personal de mantenimiento empezó la inspección del edificio y, 30 minutos después del temblor, nos permitieron el reingreso únicamente para recoger nuestras pertenencias y salir.

Empezaron a llegar los videos de edificios derrumbándose, que en un principio pensé que serían apócrifos. Sin embargo, poco a poco se empezó a conocer el tamaño de lo sucedido. En la radio se hablaba de la suspensión del sistema de transporte público, bardas y edificios caídos, supermercados derrumbados. En las siguientes dos horas las información pasó de rumores catastróficos a tristes verdades. La ciudad se paralizó y tardé tres horas en trasladarme hasta el departamento en el que me hospedo. Pero, al menos, pude llegar.

Para el fotógrafo que ilustra este texto la experiencia fue más dramática. Iba viajando en el último vagón del metro, que por supuesto estaba lleno de gente, en el tramo que está entre la estación Juárez y Balderas. Según refiere, al iniciar el sismo el tren empezó a dar coletazos y a brincar, luego se detuvo de golpe y se quedó completamente a oscuras. Pasado el temblor, se escuchó por las bocinas la voz del conductor que para tranquilizar a los pasajeros les dijo “acaba de temblar muy fuerte, no sabemos si hay sobrevivientes arriba, tenemos que mantener la calma y esperar”. Y con ese mensaje reconfortante, tuvo que esperar 30 minutos dentro del vagón, sin electricidad, a mitad del túnel. Pero, afortunadamente, también logró llegar a su destino.

En esas primeras horas la radio se convirtió en un método de comunicación muy eficaz, ante el colapso de la red de teléfono celular y el acceso intermitente a internet. A través de distintas emisoras de radio se comunicó el derrumbe de edificios habitacionales, de la ayuda requerida y se giraron instrucciones para la población. El gobierno de la ciudad ordenó la suspensión actividades comerciales y se conminó a la gente a quedarse en sus casas, si no es necesario salir.

La Ciudad de México quedó desolada. Hasta ayer por la noche en el ambiente se percibía una tristeza profunda: las calles estaban desiertas, las principales avenidas de la ciudad cerradas para permitir el paso de vehículos de emergencia, y el recuento de personas fallecidas seguía creciendo. Se tenía temor de una posible réplica nocturna, pero ya amaneció, sin novedad. El sonido de los helicópteros y las sirenas no ha cesado. Se comenta que algo así no ocurría desde el 19 de septiembre de 1985. Que desde ese terremoto la ciudad había aprendido mucho y que no había vuelto a derrumbarse ningún edificio hasta ayer, también 19 de septiembre, pero de 2017.

Junto a esta macabra coincidencia, también han vuelto a surgir acciones de solidaridad espontánea. La población de la Ciudad de México ha atendido las instrucciones de seguridad y los civiles se han volcado de distintos modos a las tareas de rescate y ayuda a quienes resultaron afectados. También se ha notado la presencia en las calles de organismos como Protección Civil, el Ejército y la Policía, que han estado inspeccionando los edificios, orientando a las personas, resguardando los edificios dañados y ayudando en las tareas de rescate.

Todas las actividades estarán suspendidas hoy… excepto en el Monte de Piedad.

Por Amparo Reyes

Fotografía de Jesús Alfaro

Sobre el autor

Nacida en Los Mochis (1985) y crecida en Hermosillo, Angélica Amparo Reyes es historiadora por la Universidad de Sonora con doctorado en El Colegio de México. Fue presidenta de la Sociedad Sonorense de Historia.

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