Más allá del espanto, ¿qué revela el temblor?
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Aquí estoy, ecuánime, respirando profundo, frente a mi computadora, con mi café a la mano, comunicada con mis amigos y mi familia. No me entrego al drama ni a la fatalidad, que no cunda el pánico, me digo, de todas maneras no se puede controlar algo así…
Desde mi ventana sólo se ven árboles, ardillas, el sol brilló como si fuera un bonito día. A la distancia se escucha un constante sonido de sirenas, ambulancias, policía, helicópteros, voces terroríficas en altavoces lejanos a las que no se les entiende nada, pero que claramente anuncian nada bueno, nada que nos haga sentir alivio.
La gente se mantiene agrupada afuera de los edificios, a pesar del tiempo transcurrido; parecen mejor opción los espacios abiertos, al menos se siente la compañía de los desconocidos con los que compartimos en silencio la vida y el barrio. El rostro que prefiero evitar cada mañana se convierte ahora en el rostro de un hermano. El miedo es cabrón, la vulnerabilidad nos desestabiliza, nos quita de encima lo que está de más.
He considerado la posibilidad de irme a refugiar a casa de alguien, para no estar sola, para pasar la tensión con compañía… Pero esa idea me confronta, sería incongruente con mi decisión de ser autosuficiente. Además aquí tengo luz, agua, internet y señal de teléfono; no quiero ver lo que sucede en las calles, no quiero manejar, no quiero estar fuera de mi guarida si vuelve a moverse la tierra. Prefiero pensar y sentir y creer que ya no habrá réplica, ya pasaron más de ocho horas.
La culpa se hace presente, me siento egoísta al saber que hay gente sufriendo sin casa, gente que perdió a algún ser querido, mientras yo sólo siento el alivio de estar bien y que mis amigos y la poca familia que tengo acá también están a salvo. Para algunas personas ya pasó lo peor, ya está bajando el susto. Y entonces pienso que así estamos viviendo en esta ciudad y en este país y en este mundo, con la fría distancia protectora que nos permite convivir y relacionarnos con la fatalidad que se cierne sobre otras personas, aliviados de que no sea sobre nosotros. Me pregunto qué sería de todos si nos permitiéramos dolernos juntos. Algo cambiaría seguramente, pero muy pocos se atreven… Yo no, yo estoy en mi casa no queriendo ni ver las noticias para no desplomarme.
Para mi consuelo, hay casos todavía más cuestionables. Existen los que sacan provecho de la desgracia, ya circulan advertencias por las redes, dicen que no abras la puerta a nadie, que hay personas que se están haciendo pasar por personal de Protección Civil para revisar inmuebles y asaltarlos.
No sé, me siento triste, sola, avergonzada en varios niveles… Me pregunto qué estoy haciendo aquí y me cuestiono los fundamentos de mi vida. Y puedo ver con una contundencia aterradora que no soy yo el centro de todo lo que me sucede, y que puede ser una total fantasía creer que cuidando mi cuerpo, sanando mis relaciones, alimentando mi creatividad, siendo autosuficiente, autogestiva, antipatriarcal, posicionada políticamente, subversiva, resistente, resiliente, etcétera, etcétera, etcétera, ya la hice…
Tiembla la tierra y todo eso se viene abajo. ¿Cómo mantener la templanza? Me siento frágil y la verdad, la verdad, ahorita quisiera estar en mi rancho, muriéndome de calor, tomándome unas cheves en casa de mis papás y escuchando el griterío de mis hermanas y mis sobrinos. Bendita sea la vida, todavía existe para mí ese pedacito de mundo donde me puedo sentir a salvo.
Ciudad de México. 19 de septiembre de 2017, 10pm.
Fotografía de Edith Islas
Claudia me conmovió mucho tu texto. Todavía recuerdo cuando te conocí hace unos meses en un escenario maravilloso frente al mar en Punta Chueca, en esa tarde agradabilísima tomando cerveza frente al mar y en medio de la nada; y me resumías tu vida, tus proyectos; te contaba mi camino en viceversa de Cdmx a Sonora. ¡Y que ironía en estas condiciones y yo anhelando estar allá! Uno siempre anhela sentirse cobijado en su tierra y con los suyos. ¡Te mando un abrazo y por favor mucho ánimo!!!