Hermosillo, Sonora.-

Los eclipses son alineaciones de astros que originan una ocultación momentánea, o un impedimento que origina que la luz no sea percibida en el planeta. En el último siglo ha habido decenas de estos fenómenos, 40 desde 1900, y muchos de ellos, como el de este 8 de abril, han sido objeto de gran expectación. Eso se debe a que constituyen la oportunidad de rememorar mitos que, para algunas sociedades, refuerzan valores; también son importantes porque permiten realizar experimentos científicos de gran envergadura y, no menos importante, es que permiten observar y disfrutar de la irrupción de la noche en el día, es decir, la emergencia de una falsa noche. 

La sociedad hermosillense no se ha mantenido ajena los efectos de los eclipses, por lo menos así lo ponen de manifiesto los diarios de la localidad.

Portada de El Imparcial, de Hermosillo, de 10 de julio de 1991.

Lo que más ha sorprendido a los observadores de estos eventos es la ruptura de la regularidad, esto es, la inversión del orden natural. Por ejemplo, en agosto de 1923 un periódico hermosillense —El Pueblo— narraba cómo, en plena tarde, las palomas de la Plaza Zaragoza acudían a resguardarse en sus nidos, en las torres de catedral, ante el repentino oscurecer de la ciudad. Y no sólo eso, también se reseñaba cómo el descenso de la temperatura, preludiado por el surgimiento de una leve brisa, abría el espacio para que el vuelo de cigarras o libélulas, así como de mosquitos, distrajeran a quienes presenciaban la noche repentina. 

La cigarra con un ala

Además de la transformación del día en la noche, los eclipses cambiaban el curso de las acciones humanas en la ciudad. Entre otras cosas, podían ser motivo de que los alumnos se ausentaran de los planteles educativos debido a que, como ocurrió en 1984, era vital para los padres de familia resguardarlos en sus hogares. Sólo de esa manera, decían, podrían evitar que una mirada accidental o incidental al cielo durante el evento ocasionara daños en la visión de los niños y jóvenes. Más aún, el curso de la ciudad también era afectado en lo general. La circulación de personas en las aceras y de automóviles en las calles disminuía de manera notable. Estos últimos, los carros, aunque no detenían su marcha, si requerían prender las luces para mantener a salvo la visibilidad.

La oscuridad, la culpa, los cordones rojos

Los habitantes de la capital de Sonora también fueron testigos de cómo la inversión del orden era motivo de creencias esotéricas y el resurgimiento de mitos. La oscuridad ha sido, desde hace miles de años, un lugar para reflexionar sobre las culpas humanas. En la antigüedad, las civilizaciones de Asia y América se interrogaban acerca de la pertinencia de sus actos y comportamientos como sociedad ante el surgimiento de un eclipse. Estas colectividades se creían responsables de algún error o falla y para evitar el castigo, que podía consistir en ser tragados por jaguares o espíritus, organizaban rituales y sacrificios (como de las de los albinos en el caso de los mayas), para contrarrestar las consecuencias de lo que ellos pensaban sus equivocaciones. 

En el siglo XX el sentido esotérico, oculto o espiritual de los eclipses se mantenía en la mentalidad de los sonorenses. Concretamente, los hermosillenses eran presas de creencias míticas y podían entrar en psicosis. Se pensaba, entre otras cosas,  en la necesidad de resguardar a las embarazadas  o de colocar un cordón rojo a las plantas. Incluso, ante el temor de ser objeto de algún efecto negativo, los citadinos detenían sus actividades y corrían a resguardarse en las casas, por lo menos así se exponía en la prensa. De esa manera el orden natural incidía también en el funcionamiento y orden social de la ciudad.

Eclipses y ciencia

Pero, por otra parte, los eclipses también eran un momento propicio para desarrollar investigaciones científicas de talla internacional. Desde fines del siglo XIX y hasta principios del siglo XXI los periódicos dan cuenta de la celebración de excursiones formadas por astrónomos procedentes de diferentes regiones del mundo, sobre todo de Europa y el oeste de Estados Unidos, en Sonora y otros puntos del territorio nacional. Nayarit, Durango, San Luis Potosí, La Paz, y muchos otros lugares, a la par que Hermosillo o el sur del estado, han sido sitios privilegiados para observar los eventos astronómicos.  

Entre las investigaciones realizadas se encuentra las encaminadas a la comparación de las sombras volantes, conocer los componentes de la corona solar o para saber si el polvo que rodea al sol está en forma de anillos como en el caso de Saturno o de halos. Quizá uno de los experimentos más relevantes fue el consistente en el proyecto “Mexcaltitán”, cohete que se pensaba poner en función en 1991 con el propósito de medir el polvo solar pero que falló debido a fallas desconocidas, según se dijo en julio de 1911.

***

Son muchas las inquietudes que despiertan los eclipses, sin embargo, la acción humana envuelve cierta regularidad. Los chamanes y guías espirituales ya han comenzado a advertirnos sobre los efectos que pudieran tener los astros sobre nuestras vidas debido al evento de este 8 de abril. De igual manera, los ciudadanos y los científicos se preparan para observar el cielo y, no está demás decir, algunos alumnos y maestros se preguntan si es pertinente el desarrollo de actividades escolares el próximo lunes.

Texto y fotos (de El Imparcial de 10 de julio de 1991) por María Patricia Vega

https://www.facebook.com/mariapatricia.vega.9



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Sobre el autor

María Patricia Vega Amaya vive en Hermosillo y es historiadora dedicada a la docencia. Licenciada en Historia por la Universidad de Sonora, maestra en Historia por el Instituto Mora y egresada del doctorado en Historia del Colegio de México. Twitter: @profe_patty

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