Miro mi reloj de muñeca. Llevo quince minutos apreciándola.

Es una mujer hermosa, de un cuerpo esculpido a detalle. Adornada con un vestido rojo carmesí, su piel blanca y delicada resalta de una manera delirante. Tengo la sensación de que si unas manos bruscas la tocan, harán estragos en una piel tan tersa. No, ella tiene que ser tratada como una reina, con los hábiles dedos del mejor alfarero, y aquí estoy, yo que manejo el barro como el escritor las palabras. Y aun así, no puedo negar que siento un deseo casi incontrolable de estrujar todas sus curvas. 

Esta buenísima, nada qué ver con la desabrida de Catalina. De joven fue bella, pero terminó engordando tres veces su talla y ya no me provocaba nada, al menos en la cama. Es una esposa dedicada, eso sí, siempre tiene la comida a tiempo, la ropa limpia y planchada, también cuida a nuestros hijos. Lina es apenas una niña; el problema es Sebastián, que es un vándalo, le gustan las peleas y las mujeres, esto último lo sacó de mí. Sebastián ya ha estado en la correccional, es irreverente y burlesco, a veces lo arrestan por alborotador o, como dice él, por estar en el momento inadecuado con la persona incorrecta. Casi me río cuando escuché esto la primera vez. Hijo, tú no estás con la persona incorrecta, tú eres la persona incorrecta. Le aclaré. Él me hizo una seña obscena y me mandó al diablo.

Por todo esto, mi mujer lo ha llevado a mostrarle un internado de jóvenes. Se ha llevado a Lina con ellos porque así son las mujeres, adonde van cargan a sus hijos. Sé por esto último que la idea de dejar a Sebastián apartado de nosotros le duele sobremanera. Aunque se esfuerza por disimularlo.

Me tallo el bigote, si por lo menos el mocoso no fuera tan irreverente, la última vez que lo arrestaron se quitó las esposas con un clip que llevaba en el pantalón y se las aventó al policía antes de meterse a la patrulla.

Agito la cabeza con fastidio. He salido para distraerme de mi familia y termino pensando en ella con la mayor de las facilidades. Debo aprovechar esta oportunidad; tengo la casa para mí solo, ellos no llegarán hasta mañana a mediodía. Centro mi atención en la mujer, ¿Cuántos años tendrá? 19 o 20.

Recargada en la barra sujeta su pequeño bolso oscuro en la mano izquierda y con la otra mano toma una copa de vino jugando con sus labios. Alza la vista por momentos, recorre el suelo con su mirada y a veces se queda un par de segundos mirando a un lugar en particular como si sus ojos oscuros como granadas fueran seducidos por algo de naturaleza invisible.

Un hombre se le acerca en un intento de ser galante. Hablan unos minutos, el hombre rodea sus prominentes caderas y apaña una mano sobre su trasero en forma de corazón. Ella le vierte el contenido de la copa en su cara y no puedo evitar sentirme atraído.

Siempre me han gustado las mujeres difíciles. Sé que estoy cuarentón, pero aún creo en mí.  Cuando el hombre se va disgustado me acerco. Tengo mucho tiempo de no entrar al juego y mucho menos con alguien como ella. ¿Será una chica rica? ¿Una modelo que viene de pasada a la ciudad? ¿Ha salido sedienta de una noche de diversión luego de una exhaustiva sesión de fotos? Pienso: “Si ella me lo permite yo le podría dar lo que quisiera y más, por lo menos esta noche.”

Me siento en la barra y pido un whisky para mí.

—Soy Leonardo Linares. ¿Me dejas invitarte algo? Quizás vino.— Digo olisqueando en el aire el chardonnay que aún le queda en la copa. 

Ella sonríe y en un gesto de timidez baja la vista, como si mirara mis pies.

—Muy bien, Leo. Me gusta tu elección.- Su voz se derrama de una manera tan seductora que me recuerda a las mujeres del sexo telefónico.

El bar está muy tranquilo, cuatro o cinco presentes. Suena música jazz, hay un saxofonista en una esquina. El cantinero, un paliducho de barba negra y espesa, con la punta pintada de azul eléctrico le sirve otra copa. Ella le da un pequeño sorbo. Ambos bebemos por un par de horas. Sentados en las sillas altas de la barra nos inclinamos el uno sobre el otro susurrando. Sus labios huelen dulces.

Cuidadoso a sus gestos, paso la mano por detrás de su cuello a sus hombros. El contacto de su piel cálida con la mía me inquieta, quisiera desnudarla ahí mismo y ponerla contra la barra. 

Con el riesgo de sonar atrevido le susurro:

—¿Quieres venir a mi casa?-

Ella sonríe y desliza sus dedos en su cabello, arreglándolo innecesariamente.

—¿Eres casado, verdad?— Concluye pasando su dedo por encima de mi argolla de matrimonio.

Me siento estúpido por no habérmela quitado antes. Ella sonríe envolviendo mi mano suavemente. —Descuida, no me importa.-

—Está fuera de la ciudad.-

Ella asiente y la guío afuera hasta mi auto. Le abro la puerta y paso a sentarme en el lugar del piloto. Acabo con la distancia y la beso de lengua mientras paso las manos por sus contornos, muevo mis dedos entre sus muslos y avanzo hasta palpar sus pantimedias de encaje. Ella tiembla de placer y aprieta las piernas indicándome que debo esperar:

—Aquí, no.

Conduzco hasta mi casa y cuando por fin entramos puedo dar un respiro. La he conseguido. Me siento en mis dominios.

Al pasar hacia la estancia se detiene curiosa frente a algunas de mis esculturas. Orgulloso, le explico que me dedico a ese arte y que entre mis pasatiempos está la alfarería. Ella parece emocionada de estar con un artista. Me siento con el ego inflado, le presumo que mis obras están muy bien valuadas por la mezcla de técnicas y diseños indígenas que utilizo. Que he realizado exposiciones de arte en la Ciudad de México, en Guadalajara, así como en el extranjero, en Nueva York y Los Ángeles.

—Así que tienes habilidad con las manos.— Coqueta, me guiña un ojo y continúa observando.

Sin más, subimos a la habitación, ella me sigue por detrás sujetando su bolso negro contra su fina cintura de avispa. Deseoso de descubrirle otros atributos me siento en la cama observando su cuerpo de manera lasciva. Casi puedo desnudarla con la mirada.

Desliza sus manos entre sus senos hacia su abdomen sensualmente, corre el cierre trasero de su vestido y su ropa se desliza con elegancia por sus piernas largas. Su ropa interior roja queda al descubierto, el encaje no deja nada a la imaginación. Con la punta del tacón hala del vestido y lo arroja a una esquina. Entonces saca un par de esposas de su bolso y las lanza a la cama.

Estoy tan emocionado que no pienso con claridad. Nunca he conocido a una mujer que le gustara jugar de esta manera.

Se sienta a arcadas sobre mis piernas y comenzamos a besarnos. El olor de la fragancia en su cuello penetra mis fosas nasales. Le doy un par de nalgadas mientras hurgo con mi lengua entre sus pechos. Deslizo los dedos debajo de su pantaleta hasta sus pliegues carnosos y húmedos cuando siento una erección punzando en mi pantalón. 

Suelta un pequeño gemido y de forma seductora me indica que me mueva hacia la cabecera. 

—Quiero estar arriba. -dice con los ojos encendidos.

Hago lo que me ordena y me coloca las esposas, una en cada mano a cada extremo de la cama. Continúa besándome, mordisqueándome el cuello juguetonamente y de repente se levanta. Saca una cinta adhesiva de su bolso, corta un retazo de la cinta y antes de que pueda decir algo, me la ha estampado en la boca sellando mis quejidos.

Acaricia mi mejilla y baja la mano por mi vientre redondo hacia mis pantalones. Pienso que me está provocando y entonces mete la mano en mi bolsillo y jala mi cartera de piel.

—¡Ops. Lo siento!

Entiendo lo que pasa. Desesperado, agito mis muñecas en las esposas convulsivamente tratando de soltarme. ¡Arpía, estafadora!

Me da una hojeada mientras yo intento gritar, toma el dinero y se ríe. Después desabrocha el reloj de mi muñeca y le da un beso en la carátula.

—Tienes buen gusto, Leo.-

Estoy furioso conmigo, ¿cómo se me ha ocurrido dejar que me esposara?

Rápidamente se viste, agarra su bolso de la cama y comienza a revisar mi recamara. La muy zorra toma mis relojes e incluso encuentra un dinero que tengo guardado en la repisa alta del ropero.

En el tocador abre el joyero de mi esposa y sonríe.

—No soy tan mala. — Finaliza, pasando uno de sus dedos por una foto de mi familia.

Se acerca a la puerta y sale hacia el pasillo dejándola abierta. 

Pienso que aún tengo tiempo de resolver esto, pero entonces escucho unos pasos por el corredor, alguien se acerca. Sebastián me mira desde el umbral de la puerta con una sonrisa burlona.

Silencioso se acerca, saca un clip del bolsillo de su pantalón y comienza a desabrocharme las esposas.

—Esto te va a salir caro, viejo.-

Por Tania Rocha

Sobre el autor

Nacida en Heroica Caborca, Sonora, el 25 de octubre de 1992, tiene cuentos publicados en portales literarios (como este, dice el editor), es escritora aficionada y ha acudido a talleres de escritura creativa.

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