El regreso de Abraham y el estreno de Alicia 🙂

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Hermosillo, Sonora.-

En los linderos de las colonias El Ranchito y La Metalera, hace algún tiempo vivía un depravado señor. En los baldíos y las casas deshabitadas se agazapaba, por las vías del tren se paseaba. Se llamaba Carlos Chomina y le decían El Calichi. De todas las escuelas primarias del Ranchito lo corrieron por sus malas costumbres, lo desterraron y terminó en la escuela Belem Cubillas de Las Amapolas. Entró a estudiar la secundaría nocturna en la escuela de la Curva del Ranchito; allí no lo corrieron, le echaron al Chuy Villegas y a su gente.

El Calichi nunca salió adelante: se escapó del Nava, no pudo superar sus aberraciones sexuales, a veces dormía en el panteón porque en su casa no lo querían. Una vez se fue a ver qué maldad hacía en la estación del ferrocarril, navaja en mano asaltó al señor que vendía coyotas de Villa de Seris y muy ufano se fue con su botín a la colonia San Luis, donde comió y vendió lo robado. Después regresó aquel rufián a sus dominios por el lado de la colonia Rinconada Nuevo León. Antes, al pasar por la colonia Pitic, cerca de la casa de gobierno deseaba haber traído una tonelada de grafiti.

Un día llegó a vivir a La Metalera una joven mujer que provenía del sur del estado, Bacobampo o Etchojoa, no sabría precisar, pero era madre soltera que se valía por si misma. Estaba curada de espanto si de luchar se trataba, no le temía a ningún reto; he dicho que era joven, una autentica flor de Capomo que acababa de reventar. Todo tenía hermoso, hasta su nombre: Sara Alicia se llamaba, su apellido era Valenzuela.

Uno de tantos desafiantes días, Sara Alicia salió de aquel arrabal, como siempre llena de encanto, inspirada en su hija para comerse al mundo si era preciso, convencida de que todo lo podía lograr, que eso del sexo débil era poco más que un mito. Salió a buscar trabajo en lo que fuera, menos en eso. ¿Por qué en eso si a ella le sobraba carácter?

Los hombres la deseaban, las mujeres la envidiaban, los niños la querían, los locos la soñaban. Al pasar por un baldío de una calle empedrada que cruza las vías para luego llegar al periférico, el Calichi la esperaba repleto de impúdicos pensamientos, eso le causaba un mayúsculo placer. ¿Qué haría El Calichi? Nada, solo exhibirse ante ella sin ropa de la cintura hasta los pies. Pero para él era mucho, era todo, una forma de compensar sus frustraciones, un pago bien merecido, una especie de indemnización porque lo que le hicieron en su infancia solamente él lo sabía y se lo tenía que cobrar a alguien.

Cuando el Calichi se exhibió ante ella, Sara Alicia lo miró detenidamente. Más allá de sentir espanto, de sentirse agredida, se sintió asombrada, cruzó los brazos, movió la cabeza y exclamó categóricamente:

-¡¡Pinchi bato ridículo!!

Y se marchó confundida entre la pena y el coraje.

El Calichi sintió que le daban un martillazo en la frente, sintió una puñalada en la espalda, hubiera preferido estar en manos del Chuy Villegas, o bien, frente a la pandilla de Los Duvalines de la Ley 57.

Los hemisferios de su cerebro chocaron entre sí, se situaron en su lugar y se conectaron con el corazón. Su alma, que campeaba en los sepulcros, fue y habitó su cuerpo. La curación fue espontanea, se enamoró de Sara Alicia, la buscó hasta encontrarla y……………………….. Fueron los fundadores de una invasión al noroeste de la ciudad. Ambos fueron los líderes que gestionaron los servicios de agua y luz para la invasión. A la fecha, él se siente agradecido con esa mujer que hizo lo que no pudieron hacer con él en el Hospital Nava.

Por Abraham Mendoza

Ilustración por Alicia Verdugo

Alicia Verdugo (Hermosillo, 1999) estudia la licenciatura en Artes Plásticas en la Universidad de Sonora. Instagram @ana8alicia

Sobre el autor

Abraham Mendoza vio la primera luz en San Pedro El Saucito el 2 de abril de 1960. Es geólogo de profesión y narrador nato que escribe como Dios le da a entender. Tiene por hobby caminar por todas partes excepto en andadores y le gusta que le lleven serenata aunque no sea su cumpleaños.

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