Manuel Fernando López ha sufrido en carne propia el horror de los machetes hermosillenses y ha vomitado un sentido texto para los lectores de Crónica Sonora. Si a eso agregamos la fotografía de Jorge Flores…
[hr gap=»30″]
En mi barrio, hace mucho tiempo se escucha en cada esquina, en cada callejón, la carcajada de la muerte, del horror, de la tristeza. Y sobre todo de la impotencia.
Un dolor que nunca termina, el Armagedón en la tierra está aquí, “El Final” – This is the end— de los Doors, como fondo de Apocalypse Now, no deja de sonar mientras el infierno del napalm, al grito de Robert Duval –“¡hermosa mañana…”—cae sobre humanidades inocentes y, allá en el fondo de la selva el capitán Kurt –Marlon Brando—repite una y otra vez : “el final… el final”.
Ráfagas de balas impactando cuerpos que eligieron el lado oscuro de la vida, llevando luto y muerte a familias en cuyo seno, muchas aún le rezan a Dios padre y al Cristo imperturbable que desde su cruz mira sin mirar, sabedor que tarde o temprano, su juicio será implacable, sin piedad.
En mi barrio, hace muchos ayeres huyó la calma, todo es miedo, desconfianza, el machete sustituyendo al valor, la pandilla como sinónimo del anonimato y la cobardía: muchos rostros, ocultando uno solo, el de la traición y las drogas.
Niñez y adolescencia que mueren sin mañanas; mañanas abrazadas por el luto de la ausencia de quien o quienes creyeron en la bondad.
En mi barrio, el Diablo exigiendo su cuota interminable de sangre, de dolor, de infamia; las perlas de su corona de azufre.
Llegó la carcajada de la muerte.
Por Manuel Fernando López López
Fotografía de Jorge Flores
realizada en algún barrio marginal de la capital de Sonora