Señoras y señores, no se pierdan el estreno de Beto Duarte en Crónica Sonora,

un platillo especialmente sabroso en un viernes de ‘chaca-chaca con Ariel’.

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Espero en la puerta cerrada de la librería con mi mochila a reventar de libros, son alrededor de las 16:00 horas ¿por qué tengo que esperar? Acto seguido abro la Introducción a la termodinámica clásica, un libro para estudiantes de licenciatura, escrito por uno de esos famosos vejestorios de la UNAM. Un par de páginas después, escucho: “¿Qué libro es ese?”. Alzo la mirada hasta alcanzar a un Don que habría de rondar los 60, quizá los 50.

 

“Termodinámica”, le digo pecando de honestidad, mientras observo la hielera con rueditas y el blanco mandil que crea una ilusión de pulcritud en aquel hombre, misma que habrá de quebrar el sudor espeso de nuestro desierto. Después de todo, un hombre parado en aquella calle sólo debe saber que necesita usar gorra para no calentarse la cabeza y evitar el hospital. “Muchas historias” me dice, y mientras me empeño en descifrar qué lo llevó a aquella frase, completa: “yo vendía historias”. Consiguió mi atención y lo sabe, el libro a medio cerrar me delata.

 

No siempre arrastró una hielera, aunque siempre caminó frente a esta librería. Incluso antes de que fuera librería. “Vendía las historias de México”. Apresurado por las implicaciones de la sentencia, me quedé sin habla. Será un historiador desempleado, un propagandista federal, un exagente gubernamental… Mi sonrisa dudosa lo alentó a reconfortarme con la tibieza del transeúnte: resultó ser un Don-Ex-Vendedor-de-Enciclopedias. La gran obra de México, dijo, en unos 20 tomos, acompañada de Sexo y Sexualidad, de unos cuatro, y alguna obra culinaria. Arte culinario, dijo.

 

Nos limpiamos el sudor al compás de sus historias de mercader y de la música de la plaza aledaña. No pudimos echar luces sobre el evento que ahí ocurría, así que continuamos con lo nuestro. Mi libro completamente cerrado, su mandil más empapado y sus antiguos clientes oficinistas en el confortable clima de su oficina, adornada por grandes enciclopedias maltratadas por el sol. Oficinas del IMSS, de Norson, de administradores de restaurantes.  Me pregunto qué estará en peor estado, si el pie podrido del Don, o la historia de México en aquellos estantes. No es difícil pensar que el pie tendrá mayor uso y mucho mayor provecho.

 

Mientras conversamos, más con el lenguaje corporal que con las palabras, da pequeños pasos hacia el horizonte. Yo no digo nada al respecto porque está claro que no camina por gusto y el ruido de la plaza se hace cada vez mayor. Ya casi desde el siguiente local: “Ah, ahora vendo burritos”. Y su sonrisa sin dientes, y el hambre, lleva mis manos a mis bolsillos que están un poco más vacíos que su boca. Que está un poco menos vacía desde que abandonó las historias y acogió las tortillas rellenas de quién sabe qué. En otra ocasión será.

 

Para formalizar su escape me avienta la última de sus sapiencias, adornado por el ya-me-acordé: La Pavlovich le traerá tamales a los bomberos. Y no sé quién está en peor estado: si el pie, los bomberos, el pasto artificial de la plaza, la ceiba de la plaza, la historia de México o el gobierno del estado de Sonora. Quizá aquel hombre lo sabe, aquel hombre-sin-nombre que no tiene tiempo para formalismos infértiles.

 

Pero ya no es momento de preguntar. Ahora camina por media calle, bajo el sol, rumbo al tibio poniente donde habrá de lavar carros, vender burritos, contar historias sobre vender historias y sudar como peatón del desierto. Yo vuelvo al libro, con mi aura provinciana, y me dispongo a aprender algo de menor universalidad.

 

Texto y fotografía por Beto Duarte

 

by beto

Sobre el autor

Beto estudia la Licenciatura en Física en la Universidad de Sonora.

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4 comentarios

  1. Hay casos de escritores que estudiaron ciencias exactas, o duras, como Lewsi Carrol o Dostoyeski asi como quienes estudiaron letras ol iteratura y nomás les sale pura espuma al escribir. Buen texto.

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