Hay mucho zafado en Hermorancho y Tere Padrón ha regresado para ponerle punto a esa i
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“Each time a woman stands up for herself, she stands up for all women”
Rosa Parks
Frente a mi casa vive una familia joven. Padre, madre y tres hijos, dos jovencitas adolescentes y un niño de 8 años. El padre es golpeador. Según me cuentan los vecinos, hubo un tiempo en que llegaba a casa alcoholizado y sacaba a su esposa a la banqueta a patadas y ahí, frente a su cochera, le propinaba una golpiza delante de sus hijos. Esto ocurría a la vista de todos los vecinos sin que alguien se atreviera a intervenir porque esos son “asuntos familiares”.
Finalmente, una de esas noches, hubo una persona valiente que se atrevió a enfrentarlo y a llamar a la policía. El tipo reaccionó aún más violentamente pero mi amigo (mi ex inquilino), lo paró en seco de un solo golpe. Desde entonces, al parecer, ya no ha habido episodios violentos (al menos afuera de la casa). Sin embargo, cada sábado, al menos durante los tres que tengo aquí, pone el asador afuera, saca su hielera y su bocina con narco corridos a todo volumen y obliga a su mujer y a sus hijos a estar con él desde que prende el carbón y hasta las cuatro de la mañana. También obliga a la señora a “pistear” con él (tomar cerveza) aunque ella esté muerta de sueño y de aburrimiento pues el tipo es una bestia y lo suyo no es precisamente la conversación. La muchacha (señora joven) casi no sale de su casa y apenas si voltea e inclina la cabeza cuando le doy los buenos días.
Al lado oeste de mi casa vive Zenaida, una señora mayor, de aproximadamente 80 años. Padece depresión desde hace años pues murió uno de sus hijos en un accidente (iba alcoholizado) junto a su nuera y ella tuvo que criar a sus tres nietos huérfanos, uno de los cuales tiene 40 años y sigue viviendo en su casa. Zenaida está agotada, tiene diabetes y mil otras enfermedades. Su otro hijo, el mayor, viene a visitarla diariamente y a ver qué se le ofrece. A cambio, ella le hace desayuno y cena. Hoy platicábamos a través del cerco y me confesó que tiene muchas ganas de morirse para descansar junto a su marido, del cual enviudó hace mucho tiempo y al que echa mucho de menos. Dice que está muy cansada no sólo física sino anímicamente y que a sus hijos parece no importarles. En las navidades se vienen todos con ella a festejar y ella hace tamales y menudo para todos, nietos, nueras, yernos, hijos.
Estos días he recorrido mi barrio en bicicleta y observo a mis vecinas y vecinos. Veo que hay un patrón de conducta que se repite. La mujer, limpiando la casa y cuidando a los niños e incluso a veces a los suegros o a sus padres ancianos. El hombre trabajando. Al volver, por la tarde, invariablemente llega con un six pack o unas caguamas. Diario. A veces se pone a lavar su camioneta y en la radio se escuchan corridos que sólo hablan de armas, violencia, alcohol y drogas. Los niños, con tal de estar con su papá, hacen como que ayudan a lavar el carro. Las niñas juegan a ser grandes y buchonas (mujeres de los narcos) y ya se maquillan y se visten igual que ellas.
Pero hay formas más sutiles de machismo y esas formas, lamentablemente, provienen de las mismas mujeres, quienes, en su afán de demostrar que no dependen de los hombres o de que son “más chingonas”, copian modelos de conducta de éstos.
En otras partes de la ciudad, en colonias clase media donde viven profesionistas, maestros y jóvenes universitarios, la situación no es muy distinta. Ahí también impera el machismo, pero disfrazado de independencia o de autonomía. Muchas mujeres que, efectivamente son independientes y han criado a sus hijos con sus propios medios, caen en lo mismo que dicen repudiar. Su cultura, sus valores, sus jerarquías, son machas. Hablan y se expresan igual que muchos hombres, repiten conductas machistas como el beber en exceso no sólo en su casa, sino en bares o en fiestas. Se exhiben sin pudor con sus parejas haciendo alarde de que “le bajaron el marido” a otra mujer (o sea, mujeres afectando a otras mujeres) y, en general, imitando todo aquello de lo que, según ellas, se quisieron librar al separarse o divorciarse. Ellas también escuchan música de banda o reggaetón con un bote de cerveza en una mano y un cigarro en la otra. El espectáculo no puede ser menos que patético.
También están los machos “calados”. Esos que detrás de sus bromas y chistes homofóbicos, esconden una homosexualidad reprimida y anhelan la libertad y el desenvolvimiento sin inhibiciones de los homosexuales. Esos también dan lástima, pues su pequeño mundo se reduce a burlarse de algo que no entienden pues su escasa inteligencia no se los permite. Muchas mujeres también participan de ese tipo de chistes, burlas y bromas sólo por encajar en el grupo de amigos misógino, machista y homofóbico al que pertenecen los machos que a ellas les gustan.
Los “clubes de Tobi”, que sólo permiten mujeres en sus reuniones siempre y cuando éstas sean jóvenes y guapas y haya posibilidad de “ligue” pero que son incapaces de sostener una amistad desinteresada con una mujer inteligente o que no les guste para llevársela a la cama. Estos grupos están casi siempre conformados por hombres solteros (y casados) de entre 30 a 45 años (a veces hasta 50 y tantos) y con aspiraciones artísticas o literarias que se reúnen a tomar cerveza, escuchar la misma música que han escuchado siempre y que “agarran cura” (se mofan) de los “jotos”, las “rucas” (viejas), los “mochos” (discapacitados) o de cualquier otro grupo vulnerable. Patético y lamentable también. Las “morras” (mujeres jóvenes) que se juntan con ellos, son también víctimas del machismo, aunque ellas crean que no y no ayudan mucho a la causa feminista sino todo lo contrario.
Por último, están los ricos. Las clases altas son también incubadoras del machismo. Las señoras de “sociedad”, como les dicen, se reúnen en los raquet clubes o en los jardines de sus mansiones para celebrar el cumpleaños de fulanita y salen en la primera plana de sociales. Todas rubias, emperifolladas, esbeltas, bien maquilladas y sonrientes. Sin sus maridos, obviamente. Ellos están jugando golf o reunidos aparte en torno a una paella o un lechón, con un whiskey y un habano hablando de política, finanzas y contándose pequeñas “travesuras” que han cometido con sus secretarias o empleadas domésticas. Ahí, en esos círculos, las traiciones, los golpes, el maltrato se cubren con capas y capas de maquillaje, lujos y viajes al extranjero, pero también existen.
En resumen. Vivimos en un mundo machista en donde la concepción de Dios es masculina, en donde prevalece la idea de que es privilegio de los hombres el llevar la batuta en todo para que las cosas puedan funcionar y esa idea está tan arraigada en nosotras, las mujeres que, sin querer, la reafirmamos todos los días al intentar demostrar que somos mejor que ellos, o al imitar lo que ellos hacen, o al compararnos con ellos en todos los ámbitos.
De ahí que no exista, al menos en México en este momento, un movimiento feminista que sea realmente femenino, en el buen sentido de la palabra.
Que haga énfasis en lo que de único y singular tenemos las mujeres, en nuestras virtudes, nuestras capacidades, nuestras fortalezas, sin tener que compararlas con las de los hombres para competir contra ellos, sino sólo para distinguirlas de las suyas, y así poder complementarnos unas a otros.
Mientras el discurso feminista siga siendo violento, agresivo, estridente, seguirá siendo machista y en ese sentido, jamás logrará erradicar la violencia contra las mujeres. Por eso es necesario y urgente voltear a vernos a nosotras mismas, a nuestras vecinas, compañeras de trabajo, de escuela, amigas y a las mujeres de nuestra familia para hallar en nosotras todos esos rasgos de carácter que nos distinguen de los hombres y atesorarlos como dones y virtudes que pueden cambiar radicalmente el pensamiento y la conducta de la sociedad sin tener que imitar todo aquello de lo que somos víctimas y que repudiamos. Debemos distinguir a los machos de los hombres de verdad pues los primeros nos hacen mucho daño y los segundos son nuestros aliados en la construcción de una sociedad más justa, más libre, más pacífica y más rica.
Hermosillo, Sonora, verano del 2022.
En portada, Grief, de Cynthia Angeles