Era un hombre normal hasta ese momento. Filiberto Robledo se llamaba y vivía en el fraccionamiento La Choya, a un lado del fraccionamiento Los Arroyos, ni más ni menos. Trabajaba como vigilante -con turnos  muy variados- en una recicladora ubicada por el bulevar Progreso y el Quiroga. El caso es que nunca se supo por qué, pero el Filiberto se volvió loco. Sin embargo, eso en última instancia no importa, eso es lo de menos, no hace falta saberlo, total. Lo que sí es importante, pero muy importante, es lo que hizo el Filiberto una vez que se volvió loco, o sea, por donde le dio toda vez que se destrampó. Pues al señor le dio por besar, era obsesivo compulsivo en ese rubro, besando todo lo que se le ponía enfrente y besaba:

A los niños, a los ancianos, las sillas, los postes de la luz, los árboles, las flores, los postes del teléfono, besaba el suelo, besaba las paradas del camión, sobre todo los que puso el Maloro. A las damas les besaba la mano, a los hombres les besaba la frente o los hombros. A lo que no estaba a su alcance les tiraba besos como a la gente que iba en los camiones urbanos, a la gente que estaba haciendo fila en las tortillas o en las cajas de los supermercados. Besaba el viento, le tiraba besos al sol, le tiraba besos a las nubes y a las estrellas. Todo besaba.

A su esposa le besaba las manos, el pelo, le besaba la frente, le besaba los pies sin importarle el olor, tampoco le importaban los talones partidos ni los ojos de pescado. Ella le decía que no fuera tan pesado, que la cansaba con tanto beso — por qué no te vas a besar a la lavadora o al refrigerador, o la plancha—le decía la mujer, aunque eso no requería decírselo porque aquel hombre basaba los pocos electrodomésticos que tenían. 

Un día el Filiberto quiso sorprender con un beso a una chica que estaba leyendo un libro abultado en una banca del parque de la colonia Pitic, era literatura descafeinada, algo de Paulo Coelho, el Fili se dirigió a ella con la intención de besarle la mano, claro que no tenía ninguna mala intención,  pero la dama lo interpretó mal, y en vez de decirle el violador eres tú, se le adelantó y le dio con el lomo del libro en la cara. Fue tal el golpazo que recibió Filiberto que cayó -literal- con las chanclas para arriba. Cuando se levantó, resultó que espontáneamente había recobrado su cordura y llegó a su casa completamente confundido, pero eso sí, sin que cruzara por su mente la idea de un beso para su mujer. Le comentó a su esposa lo que había sucedido y ella al pasar dos minutos sin recibir un beso le exigió que volviera a su estado de locura, que quería verlo de nuevo hecho un orate, entonces el Fili le dijo que eso no estaba en él, que no podía hacer nada, por lo que la señora desesperada pensó en asestar un golpe en la cara de Filiberto con el lomo de un libro para ver si eso funcionaba a la inversa, pero, lástima, no tenían libros. La señora desesperada tomó un sartén de peltre despostillado y lo termino de despostillar al impactárselo en la cabeza al Fili, pero, lástima el plan no funcionó, tuvo que resignarse a vivir con su viejo equilibrado. 

*Moraleja para las mujeres: Hay que tener libros en la casa porque se puede ofrecer.
*Moraleja para los hombres: No esperes a volverte loco para besarle los pies a tu mujer.

Por Abraham Mendoza

Ilustración de GeraKTV

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Sobre el autor

Abraham Mendoza vio la primera luz en San Pedro El Saucito el 2 de abril de 1960. Es geólogo de profesión y narrador nato que escribe como Dios le da a entender. Tiene por hobby caminar por todas partes excepto en andadores y le gusta que le lleven serenata aunque no sea su cumpleaños.

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