La libertad del individuo ha trazado un perfil inédito. Nuestra esfera privada ha cambiado de sentido. Ahora está expuesta a los deseos del presente. Ya no importa el pasado, tampoco el futuro. Aunque, en apariencia, el ser humano se presente a sí mismo como más solidario y generoso, en realidad solo busca su propia satisfacción: el narcisismo y la soberbia son políticamente correctos.
Entonces, ¿cuál es el lugar que ahora ocupan las religiones monoteístas de occidente? Frente al dogma de fe, aquel que abrace la libertad en cuerpo y mente, ¿condena su alma?
Desobediencia (Sebastian Léilo, 2018) es el debut de su director en la producción de una película en inglés. Y aunque regresa a temas que son habituales – la exploración de la sensualidad femenina y la defensa de su voluntad -, en esta ocasión renuncia al surrealismo apreciado en su filmografía anterior. Léilo busca audiencias globales.
En Nueva York, Ronit (Rachel Weisz) es una fotógrafa de éxito. Cuando recibe la noticia de la muerte de su padre, admirado rabino de una comunidad judía ortodoxa en Londres, decide acudir al funeral. Ahí, de vuelta al círculo paterno, descubrirá que para la congregación, el modernismo es motivo de extrañeza y aislamiento. Por eso quiere marcharse. Cuanto antes.
Sin embargo, su reencuentro con Esti (Rachel McAddams) y Dovid (Alessandro Nivola) – el sucesor del padre de Ronit – provocará señales de tormenta al despertar una pasión enterrada, pero viva. Por eso desea quedarse.
La oveja negra ha regresado. Sin embargo, mientras Ronit pretende reconciliarse con su pasado, Esti lucha con su deseo y ya no sabe como seguir conforme y dar la espalda a una vida libre.
En medio de las dos, Dovid, como un dios. Macho alfa en un hábitat misógino y heterosexual.
El amor que no se atreve a ser llamado por su nombre muestra aquí su rostro más humano. Frágil y contradictorio, pero resistente al tiempo, envolverá a Esti y Ronit en el riesgo de alterar el rumbo de las cosas.
Si lo sabe Dios, ¿que lo sepa el mundo?
Ronit llegada del exilio se convierte en el elemento desestabilizador que destapa cajas de pandora, que abre las ventanas por donde podrán escapar los apóstatas, si en verdad lo desean.
Así, el gran logro en Desobediencia es trasladar el nudo del amor prohibído hacia el conflicto frente al libre albedrío: ese espantoso poder que tenemos los seres humanos para tomar nuestras propias decisiones. Y ser responsables de las mismas.
La paradoja que exhibe Desobediencia: Londres, ciudad que celebra la libertad, tolerancia y diversidad, es tierra prometida para tradiciones religiosas que, como la ortodoxa judía, apuestan por el sacrificio y renuncia de la individualidad en provecho de la comunidad.
El romance tabú, los pilares de la fe que se estremecen y la voluntad por recuperar el equilibrio, después de la tempestad, funcionan como un argumento a favor del desahogo erótico y la emancipación femenina en cuanto rasgos fundamentales del liberalismo y la modernidad.
Sin embargo, la permisividad, en nombre del respeto, consiente la existencia de grupos cerrados que funcionan bajo sus propias reglas, aunque algunas de estas disposiciones contradigan lo que el resto de la sociedad ha convenido.
Con notables interpretaciones del triángulo amoroso que Desobediencia presenta, esta película supone una ligera distancia respecto al estilo desarrollado en Una mujer fantástica (Sebastian Leilo, 2017). Menos es más, parece ser la diferencia y el resultado.
“We don’t expect you”, le dice a Ronit, la hija desobediente, un sorprendido Dovid, al principio de la película. Más adelante, Ronit pregunta a Esti: “Do you think I should go back early”; “No, no, no… I don´t think you should leave at all”, es la respuesta.
Según Bert Hellinger, quien con sus “constelaciones familiares” es ejemplo mafufo del exceso de permisividad y tolerancia de la modernidad, las ovejas negras son en realidad “buscadores natos de caminos de liberación para el árbol genealógico”.
En una de esas, en eso tiene razón.
Pero cuando una de esos corderos pretende cuestionar la fe, mas le vale abandonar el propósito. A menos que espere ser trasquilada.