«Aloz» chino y multitudes aterradas en el estreno de Ingmar Sau en Crónica Sonora
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¡Ta’ bien! Cuando la realidad supera a la imaginación surge entre la basura del entretenimiento el ingenio. ¿A alguien se le habría ocurrido antes la ingeniosa idea del arroz de plástico? ¿A alguien se le habría ocurrido después exportarlo a naciones como México y Colombia? ¿A quién, si no a nuestros empresarios mexicanos, se les podría ocurrir empacarlo y distribuirlo por todo el país?
Tranquilicémonos, tampoco estamos bajo la mira de ambientalistas radicales o artistas del performance. Yo también pienso -todavía- que podría tratarse de una noticia escandalosa -y con suerte lo es- como las que utilizan para subir el rating de alguna telenovela o página web; o como las que se utilizan para abaratar la democracia en un país o la reputación de una mujer. Pero ¡jíjole!… los rumores fueron tan fuertes que distintas instituciones tuvieron que trabajar -con la pena- y pronunciarse ante la opinión que se calentaba en redes sociales como en otros portales periodísticos (Véase Pruebas científicas descartan venta de arroz sintético en México).
Para entrar en calor y como si fuese una puesta de arte contemporáneo, acá el video:
Aunque se acusa de que lo acabamos de ver (ande, dele clic) es una pequeña empresa recicladora de plástico, las redes hicieron lo suyo y podemos encontrar videos de respuestas con muchas reacciones diferentes. La consigna, como se acostumbra, es el escándalo, la polarización de la sociedad y las reflexiones inocuas.
El reportaje de ADN 40, que a pesar de que no ser la agencia informativa -sus reportajes se limitan a promocionar negocios locales de distintos estados de México-, ninguna otra agencia del país se ha aventurado a elaborar otra versión de lo que aquí se denuncia. Nos preguntamos si ante una denuncia tan seria y surreal podamos anularla en el zapping de los conflictos nacionales.
Lo preocupante no es el supuesto origen del “aloz” o su existencia. Una hojeada en los archivos nos dice que, efectivamente, no importamos arroz “chino”, importamos arroz de California, Vietnam, Filipinas; rondando un 80% del consumo nacional.
Y pues, ya que andamos por ahí, los que aparte pararon las orejas fueron unos reporteros de La Jornada, a quienes agricultores en Campeche -principal productor del país- denunciaron que en “nuestro” campo el arroz no es bien visto por la SAGARPA, ya que han tenido problemas “técnicos” en el registro, situación que ha impedido inscribirse, además de tener que trabajar bajo amenaza de extorsión y cobro de “derecho de piso”.
Y es que no será bien visto por las autoridades, pero sí por la dieta de los mexicanos. Como el mismo reportaje menciona: consumimos alrededor de 1 millón 100 mil toneladas al año. Pa’ hacerse a la idea: si somos alrededor de 120 millones de mexicanos nos tocan alrededor de 8 kilos por persona al año, unas 48 tazas (4 tazas por mes), y en pesos nos toca de a unos 180 pesos al año por persona -en el peor de los casos-. Con la misma lógica, 15 pesos al mes. Y con un sueldo mínimo de 80 pesos equivale al 18% del total de lo que gana una persona en promedio al día. ¿Muy poco, cierto? Pero quizá sea mucho más de lo que muchas familias están acostumbradas, pues que exista un salario mínimo no quiere decir que se disfrute (miremos los índices de empleo informal).
¿Qué nos queda?
El escenario es de extremo cuidado para todos y para la “sagrada soberanía alimentaria mexicana”, que se ha convertido en toda una experiencia religiosa, algo que las “sociedades de los indios (las primitivas)” practicaban a conciencia. Pierre Clastres, en su pequeño ensayo Arqueología de la violencia: La guerra en la sociedad primitiva, comenta que estas sociedades, denostadas como “economías de la miseria”, son en realidad y de acuerdo con Sahlins, sociedades del ocio. Resultado del tiempo dedicado a procurar el alimento, lo que en economía se llama: Modo de Producción Doméstico. En ese sentido, el comercio -en la mayoría de las ocasiones- fluía de manera más equitativa: llena mi panza con buenos alimentos, puedo intercambiar con mi vecino el postre o la cena. Y contrario al mito: tiempo de ocio para pensar, para formarnos, para conocernos, para explorar y para jugar.
No proponemos mirar un pasado que no nos pertenece. Es probable que la reflexión nos quede péndula, pero es posible hacer un esfuerzo y sujetarse en los escándalos virales para desmitificar nuestra propia masa gris y prestar atención a los absurdos que nos ofrece el devenir mexicano. Más, si como horizonte político tenemos la “poscensura” y la “posverdad”, aprovechemos las pequeñas fiestas para ser más incisivos. El internet habla y ya no es un carnaval del «todo bien». Todo no es posible: enfoquémonos (¡no! no es lo que usted piensa). Recuerde que el mayor acto fascista en el siglo XXI se vendió dentro de una lata de conserva por miles de euros.
Por Ingmar Sau