Es emotiva. Hay una alquimia increíble que surge entre los protagonistas. Se sigue con vivo deseo cada escena, cada canción – desgarradora, la que más – y cada encontronazo. Él galopa como puntero entre taquillazos y nominaciones de la Academia; ella hace un explosivo debut cinematográfico.
Cada uno entrega la mejor interpretación de sus vidas.
Profundamente reaccionaria. Condescendiente. Y sin embargo, se mueve y conmueve. Es una de las mejores películas del año.
Nace una estrella (Bradley Cooper, 2018) llega con espíritu y bravura a cumplir – e incluso superar – las expectativas. Esta es la cuarta transformación de una vieja historia hollywoodense: el super star que descubre al nuevo talento y como declive y ascenso son enfrentados con melodramático interés.
Nace una estrella (William A. Wellman/Jack Conway, 1937), con Janet Gaynor y Frederic March, era sobre la carrera cinematográfica de la Gaynor; Nace una estrella (1954, George Cukor), con Judy Garland y James Mason, ya exploraba la vertiente musical y, la más referenciada, Nace una estrella (Frank Piers, 1976), con Barbra Streisand y Kris Kristofferson, atesoró el ambiente de rock, aunque sin dejar la vara muy alta.
Cada época ha producido la exégesis que el mundo merece. Cada una de las películas son hijas de su tiempo. Por eso, las dudas eran constantes: ¿Bradley Cooper no solo actúa, sino que ha escrito el guión y además dirige? ¿Lady Gaga en cine? ¿Está a la altura de Janet Gaynor, Judy Garland y la Streisand?
Las respuestas a cada una de estas cuestiones son positivas y sorprendentes.
La trama sigue a Jackson Maine (Bradley Cooper), cantante country en deuda con alcohol, droga y otro padecimiento degenerativo. Se debate entre la música y el vicio. En busca de bebidas, al salir de un concierto en California, decide asomarse a un drag bar y ahí saborea, en las rocas, el extraordinario talento de Ally (Lady Gaga), la humilde estrella del travestido lugar.
No es casual que la primera canción que interpreta Ally sea “La vie on rose”, de Edith Piaf en tórrido francés y montada con discreta coreografía para homenajear un poco a Liza Minelli, en Cabaret (Bob Fosse, 1972).
Y tampoco es fortuita la decisión de colocar un antro gay como plataforma de presentación para Ally. Sabemos de la idolatría LGTB que Lady Gaga ha sabido capitalizar en su discografía.
El flechazo se da en automático. Arropada por el amor y la admiración de Maine, Ally tendrá al fin, como en American Idol, su oportunidad. Una canción, “Shallow” será su epifanía. Para Ally y para el espectador. Prepárense para una experiencia religiosa. Esta es la mejor canción escrita para una película este año, sin duda. Y tal vez de la década.
¿Cómo ha logrado Cooper estrujar así al auditorio antes de llegar siquiera a la mitad de Nace una estrella? El secreto está en las grandes actuaciones de ambos y en la fotografía de Matthew Libatique, artesano de cabecera de Darren Aronofsky. Libatique ha hecho de esta cinta la película de los close ups.
Es evidente que Cooper toma a la de Kristofferson y Streisand como su piedra de toque. Licor, cocaína y caída que le dan a Maine ese ambiente country hacen una mezcla magnífica con la inocencia y la voz gigantesca de Ally, quien hace y recibe bromas constantes por su conspicua nariz.
Amor y admiración mutuas entre Jackson Maine y Ally catapultan cada melodía: “Maybe it’s time”, con Maine al micrófono y a la guitarra, ó “I’ll never love again” y “It’s that alright?” en la voz de Ally, llegan al corazón, ponen la carne de gallina y producen la lágrima viva.
La dirección de arte en Nace una estrella también nos reserva una sorpresa. A partir del segundo acto del filme, poco a poco van desapareciendo dispositivos electrónicos y digitales de nuestro entorno. La cinta hace entonces un viaje en el tiempo, hacia los setentas.
Exacto. Cuando, para muchos ahora, todo estaba mejor.
Estamos ante una all american movie. Texas aparece una y otra vez, no solo por el sonido country, sino en la cultura y la ideología. No hay actores afroamericanos, la comunidad LGTB se asoma alegre, maquillada, travestida y aplaudiendo todo lo que recibe.
Y en el movimiento más audaz y logrado, por primera vez, la película le pertenece a Bradley Cooper.
En España también Nace una estrella. Desafiando al discurso “progre”, el transgénero Ángela Ponce desfilará en una pasarela criticada ad nauseaum por voces feministas. Soberbia jugada de promoción.
Sin embargo, acaso se demuestra que los varones aún tenemos el vigor y el espíritu que se necesita para ser los mejores. En todo. Incluso en películas que antes eran propiedad de las actrices y ahora en el certamen Miss Universo.
¡Viva el patriarcado!