Un honor anunciar el debut de dos chamacones que han acercado su talento a esta casa editorial, muy ad hoc en tiempos de tiroteos…
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Acá va una historia de identidades alteradas y hechos veraces. Por lo menos lo que cabe en el concepto de la verdad, esa grieta entre el conocimiento del hombre y la realidad más allá de la cabeza del Homo Sapiens. Una historia escuchada durante una breve discusión sobre predicar con el ejemplo, los niños imitando a los adultos creyendo que ellos saben lo que hacen.
Resulta que por allá en el dos mil cinco, un chavalito cobardón y solitario había llegado a casa junto con sus padres alrededor de las diez de la noche. La novedad de la rutina radicaba en que todos los vecinos estaban amontonados en la calle y parecían molestos. Sobreprotegido, como todo hijo único, lo llevaron a su habitación inmediatamente bajo estrictas órdenes de no salir. Ignorando que afuera los vecinos iban sobre un montón de malhechores escandalosos, el chavalito salió a ver por la ventana para toparse con una masa de violencia a puño limpio y gritos de terror.
En pánico, fue a armarse con una docena de tiras cómicas sobre un perro que guardaba en un mueble de madera del comedor. Y bajo estas encontró una pistola. Frío metal negro cuyas repercusiones no están cerca de ser como las pintaban en la televisión abierta.
Estaba confundido, sin realmente saber por qué tomó el arma, la metió detrás de una colección de enciclopedias y corrió al sofá a esconderse bajo una sábana, huyendo del mundo real hacia un mundo de propaganda caricaturizada del gobierno municipal donde un perro enseñaba sobre el cuidado del agua.
–¡¿Dónde está la pistola?!, había gritado desesperadamente la madre
–Pinchi patrulla que no llega… sollozaba Doña Roberta, la vecina
-¡Chavalito!, la madre se acercó, ¡¿has visto una pistola?!
El chavalito sacó la cabeza de entre las sábanas para ver dos expresiones de impotencia como nunca las había visto en su corta vida. Negó con la cabeza. La madre salió marchando furiosamente y con doña Roberta pisándole los talones. Aunque él no se enteraría hasta tiempo después, cuando todo fuese un recuerdo turbio, allá afuera uno de los malhechores había mandado su poca decencia por un tubo y le daba de batazos al padre y a un vecino, aun cuando estos ya se habían tumbado en el suelo (por la fuerza) y apagado la conciencia (por dolor) hacía rato.
–¿Los vas a matar o qué? ¿Nos vas a dejar igual a nosotras?, rugieron las mujeres en la cara del abusivo
Afortunadamente, el Babe Ruth de las calles se dio la media vuelta y pasó a retirarse como cachorro regañado. Las señoras bravas arrastraron a los maridos hasta dentro de la casa.
Cuando la historia fue revivida como anécdota de las reuniones sociales, nos vinimos a enterar que la madre agradecía al universo, a Dios Todopoderoso y a cada bendito ocupante de la lista de santos, por no haber hecho algo que no debía, e incluso se deshizo del arma.
Mas nunca supo de la conveniente travesura, de qué manera un niño vino a saber que a veces la gente se sale de sus cabales, la velocidad con la que se pueden arruinar vidas y cómo, a veces, mentir está bien.
Palabras y actos hablan, así que nunca estamos del todo calladitos. Quizá por eso difícilmente nos vemos más bonitos.
Dibujo by Karlita
Karla Olivarría nace y vive en Hermosillo desde 1998. Hoy día estudia la Licenciatura en Psicología en la Universidad de Sonora. Gusta de la poesía y las margaritas. Duerme poco (por las tareas).