Invisible yace muerto en plena calle,

pasarán los días ante la indiferencia que lo verá podrirse al rayo del sol,

volverse ruina, polvo, nada.

CR

 

Contrario a lo que pregona el adagio popular, no es el perro sino el hombre el mejor amigo del hombre, lo prueban los conmovedores actos de fraternidad y solidaridad que a través de los siglos registra la historia. Su mejor amigo sí, pero también su peor enemigo, basta con asomarse a los innumerables actos criminales que han modelado el destino de la humanidad desde la época de las cavernas hasta nuestros días. Así pues, no es equivoca la frase que reza: “El hombre es el lobo del hombre.”

 

Verdugo de sí mismo sin duda, pero también de muchas de las miles de criaturas que hacen por la vida en todas las latitudes, como en Méjico, este territorio semisalvaje donde “no vale nada la vida” y donde todavía en los pueblos, cuando se desmonta algún predio  o se hacen las labores propias del campo, lo primero que hace quien se ve de pronto ante una serpiente, una ardilla o un gato montés, no es precisamente dejarlos tranquilos para que sigan con sus asuntos, sino cortarles de tajo la existencia. Eso como una muestra del atraso cultural de muchos de los pobladores de este país de analfabetos ecológicos.

 

En esta época de cambios vertiginosos, modas pasajeras e individualismo salvaje, es necesario que las mejores mentes, las más sensibles, las más equilibradas, pongan en la mesa la revaloración comprometida de los seres con quienes se comparte el planeta, esas nobles criaturas a las que devora, a las que explota, a las que envilece en espectáculos circenses y a las que adopta endilgándoles el mote de “mascotas”, entre ellos a una de las más nobles especies a la que si se le da el trato adecuado, se convierte en es el más amoroso de los compañeros, entiéndase “compañero”, no mascota.

 

Sobreviven en las destrozadas calles y hogares de las anárquicas ciudades mexicanas, miles de canes, muchos de ellos sin un ser humano amigo o con protectores irresponsables que no se atienden bien ni a sí mismos, nobles caninos que padecen a diario al maltrato en sus muchas manifestaciones: abandono, falta de alimento, enfermedad, agresión física, falta de afecto.

 

Casi todo tiene un lado romántico, el amor por los animales no es la excepción, pero una cosa es el discurso y otra la realidad, un perro necesita espacio, alimento suficiente, pulcritud, atención médica y lo más importante, afecto. Hoy, aunque siempre lo supimos, hacemos conciencia de que el reino animal no es ajeno al dolor, a la tristeza, al desamor, de que los animales son tan o más sensibles que quienes a diario conviven con ellos, “mascotas” les llaman, no lo son, si realmente revaloramos la vida en sus muchas manifestaciones, tendríamos que ver en cada ser vivo a un igual y no a una mascota, esto cambia por competo el paradigma.

 

Domesticado, casi humanizado, latente aunque adormecido el lado salvaje, el mundo canino, si lo vemos bien, muestra una mayor capacidad de amor, de fidelidad, de sinceridad y de reciprocidad que muchos deshumanizados seres humanos. Un perro no es una mascota, no es un amigo, es un compañero de viaje tal vez, un fraterno. Hay quienes encuentran más amor en el reino animal que en el humano, es así porque en el hombre se ha pervertido el sentido de humanidad, no así los animales, que responden al instinto; si matan es por necesidad, si agreden es por defenderse.

 

Guardián, lazarillo, pastor, policía, animal de tiro en el polo, platillo exquisito en el México ancestral o alimento emergente en algunas regiones de la gran China, en los restaurants de Tijuana o dos tres carretas de tacos de Hermosillo, el Firulais, La Chata, El Negro, el Regalito, forman parte de la gran familia humana a lo largo de los siglos.

 

Solo estaremos en la ruta adecuada cuando la empatía de nuestra parte animal nos acerque a los seres que comparten con nosotros un hogar común, un planeta que es de todos y de nadie, que a contracorriente de la utopía cristiana se precipita aceleradamente hacia la catástrofe, y donde la burda ambición y mezquindad de los menos ha dado al traste con los sueños de Jesús, de Marx, de Mahoma.

 

Cuando después de un día a merced del capital en algún oficio de  salario mínimo, el buen ciudadano regresa al humilde hogar en los arrabales; la cola inquieta, los cariñosos ladridos y la mirada encendida, el Larry, tal como tal vez no lo hace nadie, lo recibe dando brincos de alegría al verlo de regreso.

 

Texto y fotografía by Cass Rivera

amor animal - OJO color vibrance en pixl editor

Sobre el autor

Profesor de niños con dificultades y egresado de la Escuela de Letras de la Universidad de Sonora. Promotor cultural y autor del documental Pluma Forever, video en el que se reseña la historia y aventuras poéticas de una tribu de outsiders que con sus actos y sus obras artísticas han contribuido al crecimiento de la cultura y las letras sonorenses.

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