Ciudad de México.-
Soy la sobrina de Hugues Thomas, un astrólogo y fotógrafo francés que viajó a Sonora al final de los ochenta del siglo pasado. No lo conocí mucho, murió cuando yo tenía 8 años, en 1998. Mi abuelo pidió el regreso de su cuerpo en avión de Hermosillo a Saint-Léonard, un pueblo de Picardíe en Francia. Enviaron al mismo tiempo cajas con libros y piedras. Mi padre heredó esa biblioteca, pero las cajas quedaron cerradas, mi padre nos decía que eran libros raros.
Dieciocho años después, buscando entre los libros de esoterismo, magia, creencias ancestrales y astrología, encontré libros de Carlos Castaneda. Algunos años antes, el encuentro con El arte de sonar, de Castaneda, en la estantería de la biblioteca de un amigo, me abrió a ese universo y un libro tras otro me mantuvieron en vilo durante varios meses; ahora están en mí. Me llamo la atención encontrarlos allí, pensé que tal vez eso explicaba la presencia de mi tío en México. Quise viajar a México para investigar sobre Hugues. Mi madre dijo que eran secretos que debían quedarse en la tumba.
Durante el año 2016 reuní documentos del álbum familiar, fotos de Hugo con anotaciones, «desierto del Pinacate» y un artículo del periódico sonorense El Imparcial en el que aparece mi tío esperando delante de una casa de cambio. Viajé a Sonora con esas primeras pistas. A mi llegada a Hermosillo, fui a buscar el acta de defunción. En el documento aparecía un nombre de un declarante. Lo busqué por Facebook y luego pregunté por él en su antiguo lugar de trabajo, el Hotel Colonial. Allí obtuve su número telefónico y nos vimos el día siguiente, a las siete de la mañana, para desayunar en el mercado.
Chuy me contó del día en que falleció Hugo: “La muerte más bella que hubiera podido tener. El 14 de Mayo 1998. Empezó a tener problemas de respiración, podía ver que se sentía muy mal. Se quitó la camisa. Quise llamar a un doctor pero él me decía: ‘Déjame, deja que enfrente mi muerte. Nuestra muerte nos sigue un metro atrás; vete y regresa después’. Me sentía mal pero acepté su decisión y me fui. Cuando regresé estaba desnudo, sentado en una posición muy bella; su mano estaba debajo del mentón, con un gesto pensativo. Me senté en la cama y vi una luz roja propagarse en la habitación. Sentí cómo me había dejado su energía. Lo toqué y pude sentir su espíritu. Llegó la policía, estaban asustados, más tarde apareció el forense, aseguró que era el muerto más bello que había visto en su vida. Es un ángel, dijo. Preguntó si podía tomar una foto”.
Ese primer viaje fortaleció mi intuición. Supe por Fausto, que lo conoció cuando llegó, que Hugo buscaba a Don Juan -el personaje de Castaneda- y que vino con un impulso cósmico. En esa época, mucha gente buscaba a Don Juan. En los primeros años, Hugo fue a una ceremonia. El jefe dibujó una línea y caminó siguiéndola de espaldas. Dos mujeres se colocaron de pie en los extremos e hicieron movimientos con los brazos: “Esta línea es sagrada. Si cruzas esa línea jamás vas a tener una vida ordinaria.”
Hugo se quedó a vivir doce años en Hermosillo. Concebía el continente americano como una gran columna que tenía a México a la altura del corazón. Buscaba los vestigios de los antepasados de la Sierra Madre Occidental, un lugar de poder en el que viven maestros que transmiten las enseñanzas de los nativos y celebran rituales ancestrales: la búsqueda de visión, la danza del sol para entrar en contacto con los espíritus. Los temazcales reconectan con el vientre de la Madre Tierra comunicándose con las piedras calientes, llamadas «abuelitas».
Martín me invitó a un temazcal en Los Pinos. Antes de entrar empezó a hablar: “Quiero dar un homenaje a un hombre que vino hace muchos años a Sonora y se quedó con nosotros. Construyó una cabaña en este lugar y vivió aquí. Le dije: ‘Puedes venir a mi casa y se quedó conviviendo con nosotros’. Ahora está su sobrina con nosotros para compartir este temazcal”.
Hugo y sus amigos hicieron varios viajes al Pinacate. Una zona volcánica desértica inmensa sin presencia del ser humano. El desierto les abrió las puertas de la percepción, como decía Fausto. Hugo vio una luz, fue detrás de ella y sintió cómo se alejaba más cada vez que se acercaba. Decidió no seguirla porque lo iba a alejar de la gente.
Hugo acompañaba a una fraternidad para buscar un centro magnético a lo largo del paralelo 30, latitud Norte. En ese paralelo están reunidas las pirámides en dos puntos del mundo: América y Egipto. La espiritualidad concentrada en Asia, pasó a Mesoamérica. Años antes de llegar a Sonora, Fausto vio el nombre de Hermosillo en un libro y sintió su corazón saltar. Veinte años después acompañó al grupo que se acercó al lugar y se hizo una ceremonia para un futuro posible áshram.
Siguiendo sus pasos, descubro una realidad paralela a través de las enseñanzas de los amigos de mi tío. Este diario que escribo cuenta en conjunto mi propio camino, el que me llevó hasta el lugar de mi tío y su vida reconstruida a partir de las voces de sus amigos. Mi viaje rastrea los lugares de las fotografías, capto imágenes a través de la cámara con que él miró estos lugares. De niña, mi tío me regaló una pluma de águila en un estuche. La pluma, símbolo de iniciación, me transmitió la herencia para que escribiera y continuara el trayecto.
Por Flora Vala
Fotografía de Hugue Tomas con intervención de Flora Vala
Nota de la autora: Quiero agradecer a todas las personas que me ayudaron en la correccion de ese texto: Yolanda, Pierre, Iván y Benjamín.
Que maravilla ❤️, tu tío se merece una novela a partir de su historia de vida.
¡Qué bonitas fotos!
Flora te insertas en el sueño de tu tío y a nosotros nos conectas con un mundo profundo y mágico. Escribes con la pluma del águila y el viento y nos pones a soñar el sueño de tu tío, el tuyo y el nuestro. Tiene música propia tu mundo: cómo tomarla? Escucha las voces del desierto: el sonido del viento aumentado por la palma datilera y la arena fina. Oye el cantar de los pájaros y el aullido del coyote.
Esta tierra las has hecho tuya…danzas con soltura. ritmo y elegancia.